Terminé hace un tiempo el libro “Luchando por la vida”, historia desgarradora en la que un joven lucha día tras día, año tras año para dejar su adicción a las drogas, a la vez que su madre narra lo que la familia vivió y sufrió al ver a su hijo hundirse cada vez más hasta terminar con su vida.
Sabemos que la adicción es una enfermedad. Una vez que una persona la desarrolla, ésta debe ser tratada como una enfermedad y por lo mismo el adicto no debe ser castigado, precisamente porque está enfermo.
En palabras del experto en este tema Dr. Kevin McCauley: “los adictos pueden hacer cosas terribles: robar, engañar y mentir, pero resulta que no es una característica en ellos, sino que hay una razón por la cual actúan así, y esta razón es un desajuste en la química del cerebro. Algo pasa en el cerebro de estas personas al consumir alcohol y drogas….
…Muchas veces el mismo adicto se describe a sí mismo como una mala persona, débil de carácter, que sólo sabe lastimar a sus seres queridos”
Y hoy, hablaremos de esos seres queridos: de la familia de un adicto. ¿qué sucede dentro de ella?
La familia como unidad, recibe de manera frontal el impacto de una adicción. Definitivamente nadie la busca y menos la desea.
De modo que no existe familia que no se afecte y muestre síntomas de disfunción, cuando uno de sus miembros se enferma de adicción.
Paradójicamente, la familia afectada por la adicción termina produciendo un sistema de conductas que apoyan al desarrollo de la adicción. A eso se le llama codependencia.
Es también una enfermedad, en la que se generan conceptos como: obsesión, falta de límites, y conductas inapropiadas y de rescate, compulsión y control, deseos de cambiar a la persona adicta, dejando de vivir para vivir la vida del otro.
Las relaciones familiares y la comunicación se van haciendo cada vez más disfuncionales, debido a que el sistema familiar se va enfermando progresivamente. Los miembros de la familia sin darse cuenta empiezan a actuar diferentes roles para minimizar o distraer la verdadera raíz del problema:
El rescatador: este miembro de la familia se encarga de salvar al adicto a los problemas que resultan de su adicción: inventan las excusas, pagan las cuentas, llaman al trabajo para justificar las ausencias, etc. Ellos se asignan a sí mismos la tarea de resolver todas las crisis que el adicto produce.
El Cuidador: asumen con ímpetu todas las tareas y responsabilidades que puedan, con tal de que el adicto no tenga responsabilidades, o tenga las menos posibles.
El Rebelde: u oveja negra, su función es desenfocar a la familia y atraer la atención sobre sí mismo, de modo que todos puedan volcar sobre él su ira y frustración.
El Héroe: también esta empeñado en desviar la atención de la familia y distraerla hacia él, a través de logros positivos. Hace que la familia se sienta orgullosa, y ayuda a distraer la atención en el adicto.
El Recriminador: esta persona se encarga de culpar al adicto a todos los problemas de la familia.
El Desentendido: usualmente este papel es tomado por algún menor de edad que se mantiene al margen de las discusiones y de la dinámica familiar. Hay una gran tristeza y decepción que es incapaz de expresar.
El Disciplinador: este familiar presenta la idea de que lo que hace falta es un poco de disciplina y agrede al adicto, ya sea física o verbalmente. Nace de la ira y frustración que se acumulan en la familia y de los sentimientos de culpa que muchos padres albergan por la adicción de sus hijos.
Todos y cada uno de los familiares realizan estos roles sin la más mínima idea de que están promoviendo el desarrollo de la adicción. La intención es buena y piensan que están ayudando.
De aquí la importancia de hacer conciencia de la necesidad de cambios en la familia para lograr una mejor recuperación.
La terapia individual puede ser de ayuda en las primeras etapas del tratamiento. La terapia familiar es básica para la recuperación.
En ella se aprende a ejercer y brindar el amor que el codependiente siente por el adicto y le permite establecer límites sanos con claridad y firmezas. A esto se le llama amor responsable.
Como familiares, a veces el cariño puede evitar que pongamos límites adecuados para protegernos o evitar conflictos. Sin embargo, el amor de la familia combinado de manera balancead, con la firmeza necesaria para establecer limites saludables, es una herramienta vital en el proceso de convivir con un adicto activo.
La familia organizada y bajo la guía de un profesional especializado puede lograr un cambio en la vida de este ser querido.
Lucía Legorreta de Cervantes Presidenta Nacional de CEFIM, Centro de Estudios y Formación Integral de la Mujer. cervantes.lucia@gmail.com www.lucialegorreta.com. Facebook: Lucia Legorreta
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