Todos nos damos cuenta, todos lo percibimos, sin conocer tal vez a los personajes, con sólo verlos un instante; el amor se nota, ese sentimiento aflora en cada movimiento, conducta e instante de la vida de quien lo tiene, de quien posee la emoción más pura del ser humano, la que nos distingue del resto de las especies, la que separa a los privilegiados que en ese preciso lapso están inmersos en ello.
Con sólo una mirada y su peculiar brillo distinguimos a esa persona que entra al restaurant, a la tienda en busca de cualquier cosa, que está enamorado.
La sutil diferencia la conocemos todos, querer y amar son distintos, estar enganchado y depender de alguien también lo es.
Todos queremos encapsularlo, ponerlo entre algodones, hacerlo independiente al tiempo y al espacio, en suma, atesorarlo y conservarlo por el resto de nuestra vida.
En el caso del amor en pareja esto es imposible, la vida se trata de un viaje que va modificando circunstancias y entorno sin avisar, imponiendo condiciones distintas que nos hacen a todos seres únicos e irrepetibles en sucesión, diferentes día a día.
El amor está en ti, te reitero que tienes aptitud para él, que es necesario modificar la actitud para desempolvarlo y apreciarlo.
En el afán de conservar este sentimiento, de protegerlo actuamos generalmente en el más puro ejemplo físico, de tiempos inmemoriales; somos eficaces ingenieros para construir cercas, barreras, bardas para separar y aislar, que es lo que hacemos cuando buscamos proteger.
Si analizas por un instante cuál es la función de una pared o de una puerta segura estoy que lo primero que se te vendrá a la mente será la utilidad de ellas para impedir que alguien ajeno que amenaza hipotéticamente entre. Lo que impide traspasar ese espacio también lo hace en sentido inverso; tampoco deja salir.
Si nadie puede entrar, nadie podrá salir. Convertimos con ello a la emoción en un campo aislado donde el florecer del amor se hace difícil, se trastoca y comúnmente termina en un juntar soledades con añoranzas del pasado.
La calidad y cantidad, si pudiéramos medirlo, de amor sólo depende de ti; mientras más te ames a ti mismo más tendrás para dar y compartir en el momento preciso y adecuado que lo requieras.
Sin libertad el amor carece de energía para crecer y evolucionar. Las soledades y sus miedos aíslan sentimientos transformándolos tan sólo en instintos rústicos que perturban cualquier posibilidad futura.
Esta trágica historia que a veces dura unos meses, otras, años termina siempre con el rompimiento de lo más hermoso que una vez experimentamos.
Aparece entonces la añoranza de los tiempos perdidos, en el extremo, nos lleva a la necesidad urgente, muchas veces ingente, de buscar al amor. Mientras más se acentúe la necesidad más difícil será que seamos tocados y bendecidos por su magia.
Las prisas y la desesperación se apoderan de nuestro presente y de nuestros sueños, distraen la atención de lo esencial y lo vacían.
Para dar hay que tener, tan simple como eso; para dar amor y con ello recibirlo es preciso que tengamos el alma y el corazón rebosantes de esa gran emoción. El amor está en ti, está en nosotros, tal vez se encuentre oculto detrás de todas estas creencias limitantes que también te han oscurecido tu aquí y ahora.
El secreto es que la falta de amor produzca una revolución interior que te permita liberar la energía del propio amor que debes tener para ti mismo, cultivar cada instante y cada logro; pensar en positivo y estar seguro que llegará en el momento preciso.
¿Qué tanto te amas a ti mismo?
¿Valoras lo que tienes o lo que crees haber perdido?
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