Lazio vs Nápoles. Primeros minutos del partido. Miroslav Klose recibe centro de tiro de esquina y anota. Sus compañeros festejan mientras los jugadores del Nápoles se abalanzan sobre el árbitro para reclamarle la ilegalidad del gol. Enseguida Klose le pide al árbitro que invalide la anotación porque la metió con la mano. Entonces el árbitro lo anula y los jugadores del Nápoles le rinden honores a su adversario: le felicitan su honestidad y le abrazan.
Klose se atreve a ser honrado en una liga deportiva caracterizada por la opacidad, la manipulación de los resultados y problemas de apuestas como lo es la italiana. Al final su equipo pierde 3-0, pero él gana respeto, y los aficionados al futbol ganamos con su acto, también.
Un acto de honestidad y honradez en una disciplina que en las grandes ligas desde hace algún tiempo dejó de ser un deporte porque sus dueños la convirtieron en un negocio del espectáculo, y desde entonces palabras como esfuerzo, competitividad, ejemplo, honestidad, disciplina, talento, habilidad, maestría, constancia, etcétera, son sólo “romanticismo”, cosa del pasado, una ilusión.
Un acto de honestidad en un negocio del espectáculo donde la constante es la simulación, el arreglo, la trampa, el show, lo estrafalario, el estruendo, la imagen, la forma, la descortesía.
Klose es un veterano que va acumulando vivas y bravos en su carrera deportiva: “Bravo Miro Klose por ese gesto”, escribió en Twitter el presidente de la FIFA, Joseph Blatter.
¿Qué vale más: una victoria, un trofeo, una medalla, un gran contrato o el reconocimiento y respeto de la gente? Para los realmente deportistas lo primero, para los empleados del espectáculo, lo segundo.
Sospecho que lo que sucede en el futbol también sucede en la vida cotidiana donde hoy más que nunca necesitamos más honradez y menos trampa, más cooperación y menos competencia, más actos de transparencia y menos palabrería sobre ésta, más rectitud y menos desvergüenza, más sinceridad y menos simulación, más justicia y menos impunidad, más integridad y menos corrupción
Somos lo que hacemos. Y con lo que hacemos cada sujeto, construimos una sociedad. ¿Cómo es la nuestra? Basta observar nuestras conductas.
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