El coronavirus ha transformado profundamente nuestro modelo de vida. Hace poco el director general de la Organización Mundial de la Salud alertaba de que “no habrá retorno a la vieja normalidad en un futuro previsible.” La incertidumbre ha secuestrado nuestros modelos de negocio para un rato largo, y frente a este contexto, nuestro lado femenino se vuelve imprescindible.
75 años de desarrollo en clave masculina
Nuestra generación profesional se ha desarrollado en un entorno esencialmente lineal. Desde el final de la segunda guerra mundial las economías occidentales se lanzaron a un desarrollo económico y tecnológico generado por la mejora progresiva de la calidad material de vida. Apareció la clase media, se compró un piso o una casa y electrodomésticos que liberasen la mano de obra del hogar. Y luego se repitió este modelo en ciclos de progreso tecnológico cada vez más rápidos hasta pegar un frenazo de órdago frente a la pandemia del 2020.
Nuestras acciones y nuestros planes estratégicos eran lineales. El contexto social y político de las economías desarrolladas era estable y nuestras economías crecían libres de grandes sobresaltos. Desarrollamos teorías y modelos económicos siempre basados en quién tenía la tecnología más potente, quién llegaba primero, o quién conquistaba el mercado. En nuestra mentalidad híper lineal pretendíamos seguir creciendo sin límites.
Nuestros sistemas educativos, los cuales gradualmente llegaron a alfabetizar a casi toda la población en los países desarrollados, se centraron en habilidades masculinas y pensamiento racional: sumar y restar, esforzarse, competir por las buenas notas y memorizar conocimientos. Las enseñanzas más femeninas como el arte o la gestión emocional eran consideradas las “marías”, o eran excluidas directamente del currículum por falta de presupuesto.
En las sociedades lineales y masculinas que habíamos creado la gente no elegía un trabajo que hiciese cantar su corazón. Sólo una minoría se aventuraba a convertirse en poeta, o bailarín, o pintor. La gran mayoría buscaba trabajos que le asegurasen buenos ingresos a cambio de aplicar las habilidades – masculinas – que le habían enseñado en el colegio. Solamente más tarde en la vida, cuando ya tenían cierta seguridad financiera, se atrevían a volver a explorar sus pasiones como diversiones extra-curriculares.
Y se acabaron las líneas claras. ¡Vienen curvas!
Ahora hemos pasado meses de parón económico y estamos viviendo el verano más lleno de locales cerrados y vacíos de turistas que se recuerde. Sabemos que la vuelta del verano va a ser durísima, que puede haber nuevos confinamientos indefinidos, y que ningún puesto de trabajo o empresa está libre de riesgo.
Es un tipo de contexto que hace prácticamente inservibles nuestras habilidades más masculinas y nos exige recuperar y desarrollar las femeninas. No nos sirve de mucho pensar racionalmente cuando no tenemos datos futuros que procesar. No podemos esforzarnos y correr en esta dirección o en la otra porque nadie sabe por dónde levantarán los negocios. Tampoco podemos controlar un virus invisible que emplea nuestros instintos más primarios de contacto físico para multiplicar su poder de infección. ¿De qué nos sirven ahora tantas matemáticas, conocimientos teóricos y cultura del esfuerzo?
Ahora lo que necesitamos es aprender a estarnos quietos y mantener la calma. Gestionar nuestras angustias, miedos y demás emociones negativas para que no nos condicionen en nuestras decisiones. Tenemos que ser más flexibles y adaptables que nunca. Nuestra solidaridad y capacidad de empatizar y acompañar a otros se hace clave. Y la búsqueda de soluciones creativas a los nuevos problemas que vienen con la pandemia y el confinamiento se ha vuelto una habilidad crítica.
La vuelta a los básicos
En realidad este contexto nos acerca a una situación muy similar al contexto en el que se desarrolló nuestra especie. Los primeros Homo Sapiens migraban muy lejos para asentarse en tierras desconocidas en las que no sabían qué iban a encontrar ni qué obstáculos habría que superar para beber, comer y dormir.
La tecnología de base con la que cuenta nuestro cuerpo humano es exactamente la misma que la empleada por los primeros humanos hace dos cientos mil años. Sólo que ya no sabemos usar una parte importante de sus funciones, sensores y programas específicos. Nos hemos sesgado tanto hacia lo intelectual y operativo que hace ya muchas generaciones humanas dejamos de sentir para solamente pensar.
Los primeros humanos en la selva no dedicaban horas delante de un ordenador a analizar estadísticas y datos. Ni se pasaban días leyendo redes sociales y escuchando especulaciones mejor o peor argumentadas de políticos, periodistas y tertulianos. Salían de su cueva por la mañana sin nada más que su inteligencia, su intuición y su capacidad para leer el entorno.
Esta es la clave fundamental que nos saca del lado masculino y nos devuelve al lado femenino: el sentir. Percibir cómo nuestro cuerpo reacciona a los diferentes estímulos que va encontrando nos da las claves de cómo sobrevivir. Los animales se mueven a sí todos los días. Se juegan la vida en ello. No piensan. Sienten. Perciben. Prueban y se retiran. Repiten.
¿Qué sientes ahora?
Los directivos modernos, sin embargo, no saben contestar cuando les pregunto ¿qué sientes ahora? El 90% de los directivos a quienes les pregunto esto suelen contestar “bien”. Es decir, cierran la discusión para volver a recorrer algún laberinto intelectual de probabilidades futuras.
Cuando insisto algunos se incomodan, o dicen que no sienten nada, que se sienten bien y punto. Muy pocos pueden describir las sensaciones, tensiones y percepciones que están ocurriendo dentro de ellos, en una parte del cerebro más femenina, sutil y simbólica.
El otro día un directivo de alto rendimiento que ha sido CEO de varias empresas en los más de veinte años que le conozco me contaba que su mujer detecta que está nervioso mejor que él. Su mujer lee su comportamiento mejor que él mismo. Probablemente su perra también. Cualquier animal en la selva sabría más de él que él mismo.
Engañados por nuestro lado masculino
Si a este analfabetismo emocional generalizado entre nuestra élite directiva le sumamos el hecho de que todos llevamos encima asignaturas emocionales pendientes del pasado, empezamos a entender lo perdidos que están nuestros mejores pensadores de negocios frente al nivel de incertidumbre global que enfrentamos.
Porque cuando el cuerpo humano tiene heridas no resueltas del pasado, la mente tira hacia adelante en una huida de esos sentimientos sepultados. Nuestro lado masculino teme a nuestro lado femenino, empujándonos hacia actividades masculinas como pensar, hacer, competir, fabricar, y ocuparnos como sea. Nos zambullimos en el lenguaje de la mente racional, compuesto de palabras y números, evitando a toda costa el lenguaje de nuestro lado más salvaje.
Podemos pasarnos toda la vida en esta carrera hacia adelante. Buscamos en el futuro lo que nos faltó en el pasado, pero alejados como estamos de nuestros sentimientos y emociones inconscientes, fabricamos refinados razonamientos que justifiquen dichos objetivos a conseguir. Y así seguimos ignorando que en el fondo nada de lo que podamos conseguir llenará el vacío que quedó congelado en algún momento de nuestro pasado más olvidado.
Hasta que llega un detonante. Algo que nos quita el caramelo de lo masculino y racional. Algo que nos impide seguir corriendo hacia adelante y fabricando mentiras bonitas. Entonces entramos en crisis. Y de esta crisis muchos acaban aprendiendo a comunicarse con su lado femenino de emociones, sensaciones y humanidad.
La incertidumbre es el espejo más cruel
La situación actual de pandemia global y medidas restrictivas de control de la enfermedad es la madre de todos los detonantes. Genera una ceguera tan impenetrable que nos impide seguir con nuestras actividades masculinas, racionales, competitivas. Por no dejarnos, no nos deja ni salir de casa durante las semanas de confinamiento.
Si no tuviésemos heridas pasadas, estaríamos tranquilos en la inactividad. Pero cuando dejamos de hacer cosas empezamos a sentir. Nuestro lado femenino detecta la oportunidad para llamar nuestra atención y nos hace soñar cosas intensas. Sentimientos de todo tipo asoman a nuestro cotidiano sin que sepamos porqué. Y lo peor de todo, eso de que no sepamos qué nos va a pasar despierta todos nuestros fantasmas antiguos.
Esta incertidumbre económica abre la caja de Pandora de nuestros sentimientos y percepciones más primarios. Es el detonante irresistible. Y así toda una generación de directivos y CEOs híper-desarrollados intelectualmente descubren lo completamente pez que están en asuntos más femeninos.
No saben leer el clima de sus equipos. No saben cómo gestionar los miedos y ansiedades de su gente. No saben traer tranquilidad y templanza a las reuniones porque ni siquiera saben lo nerviosos que están, y claro, no van a traer a su mujer a decirles cómo actuar en sus reuniones.
Se sienten “bien” todo el rato, incluso cuando la úlcera, o el insomnio, o la ciática –cada uno tiene sus señales de alarma corporal particulares – les avisa de que no están nada bien.
Si hay un momento para dejar de resolver problemas con la mente y empezar a descubrir nuestro lado más femenino, salvaje y sensorial es ahora mismo. Este es el momento de lo femenino porque estas capacidades son las que nos mantienen vivos en la Naturaleza más peligrosa. Son nuestra herencia más animal, más instintiva, y francamente, mucho más interesante.
Comentarios
Gracias a ti Sylvia!!! Un placer!
Gracias Pino. De mucho valor tu conocimiento en Retos Femeninos. Un abrazo lleno de cariño.