Grecia, ese país milenario pleno de arte y sabiduría, y que por desgracia hoy sufre gravísimos problemas, celebró el domingo 5 de julio más que un referéndum, una cita con el destino.
Como se sabe, la convocatoria a la sociedad griega tuvo el propósito de aprobar o rechazar las condiciones de sus creedores financieros –la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional–, que exigen medidas radicales de austeridad a cambio de proporcionar un paquete de ayuda y la reestructuración de la abultada deuda que ha contraído con ellos la República Helénica.
Antes de conocer el resultado del referéndum pensé que cualquiera de las dos opciones que escogiera el pueblo griego eran, a fin de cuentas, adversas. Al menos para su presente y, en buena medida, para su futuro inmediato.
Un no representaba aislamiento, escasez de bienes de consumo y colapso económico, situación que ya se anticipaba días antes de la consulta: enormes filas en los cajeros automáticos, compras de pánico, anaqueles semivacíos en los centros comerciales por la caída de la producción de bienes de consumo y restricciones para el retiro de ahorros en las cuentas bancarias, además de un mayor y muy riesgoso desempleo, inflación e inestabilidad social.
El sí, a su vez, acarrearía enormes sacrificios, así como un bajo y lento desarrollo económico, mayores impuestos y limitaciones graves para el bienestar individual y social. Y, quizá, una esperanza de recomposición financiera y solución en el largo plazo.
Asimismo, desde la llegada al poder del primer ministro griego Alexis Tsipras, su postura parecía enmascarar una maniobra no exenta de perversidad política, pues ya vociferaba por el rechazo al pago de la deuda contraída en condiciones tan estrictas. Creo que su propósito era ganar tiempo y conseguir –legítimamente, eso sí– mejores condiciones para tratar de pagarla, así como mantener un discurso afín a las proclamas que dio a conocer cuando fue candidato al primer cargo del país.
El sí también le favorecería, aunque en menor medida, pues tendría el respaldo de su pueblo para negociar e incluso podría aparentar que es respetuoso del mandato de las urnas, aunque deslindándose hábilmente de esa postura. Tan es así que ahora se ha propuesto llevar adelante una nueva negociación con sus acreedores con la idea de permanecer en la eurozona.
Al mismo tiempo, se ven rondando ya en tierras griegas los intereses de otras poderosas potencias, como Rusia y China, que si bien tratarían de auxiliar a la nación helénica, no dudo que lo harían comprometiendo en mayor medida su soberanía nacional. Sería un regreso al pasado, un retorno a los años sesenta, con una alianza similar a la que la entonces se fincó entre la Unión Soviética y Cuba. Y con un desenlace que con los años podía derivar en una nueva debacle que obligara a Grecia a regresar a su entorno natural, es decir, a Europa misma. En otras palabras, de aliarse con Rusia o China, abandonarían Europa para someterse a Asia y regresar, como dice el tango, “con la frente marchita” a su Europa de casi siempre.
Las posturas que defendieron el sí y el no antes del referéndum parecen tener, cada una, su parte de razón. Por un lado, la señalada laxitud del endeudamiento de los gobiernos griegos y sus fallidas administraciones; por otro, las draconianas prácticas de los acreedores, que cada vez exigen más y más sacrificios al sufrido pueblo griego.
Finalmente, como todos sabemos, el no recibió un apoyo del 61% de los votantes, lo cual ha desencadenado una serie de consecuencias. Ya los organismos internacionales manifestaron su posición, al igual que la Unión Europea, en el sentido de que exigirán disciplina y austeridad, sin merma del adeudo. No obstante, podrían ser más flexibles y permisivos en las condiciones.
En todo caso, el resultado del reciente referéndum repercute más allá de las fronteras griegas. Ya ha comenzado algo muy conocido para nosotros: el llamado efecto dominó, que sabemos cuándo dio inicio pero ignoramos cómo y cuándo concluirá, así como aún no logramos calcular el alcance de las consecuencias que tendrá para el mundo global, al que usted y yo pertenecemos.
Por lo pronto, muchas voces reconocidas en el mundo han hecho llamados a la sensatez de los dirigentes de la Troika financiera –la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional– para que le den un respiro a Grecia en aras del bienestar de toda Europa. Es el caso de la carta que el prestigiado economista francés Thomas Piketty, junto con otros académicos de renombre en Oxford, Harvard y Columbia, enviaron a la canciller alemana Angela Merkel, donde alertan que “se está empujando al gobierno griego a ponerse un pistola en la cabeza y apretar el gatillo”.
En tanto, el primer ministro Tsipras ya presentó a los acreedores una nueva propuesta de negociación que, se dice –las noticias al respecto cambian por día, por hora y hasta por minuto–, contiene medidas tan radicales e impopulares como las que incluía la propuesta inicial de la Troika. Se prevé, sin embargo, que a cambio de eso habrá una mayor flexibilidad para el pago de la deuda o bien una disminución de ésta.
Aún tenemos mucho que ver y aprender del caso de aquel hermoso y entrañable país, que ojalá pronto pueda vislumbrar la luz al final del túnel. Ya veremos, entonces, si evoluciona el caso, como lo deseamos, o involuciona en detrimento de Grecia y del mundo.
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