GRACIAS, MAESTROS

La gran mayoría de las maestras y los maestros mexicanos cumplen con su elevado compromiso, no solo de enseñar, sino de educar, en toda la extensión de la palabra.

Estos apóstoles de la enseñanza, además de impartir clases de español, matemáticas o cualquier otra materia elemental, moldean la conducta individual y social, sustentados en valores esenciales como la responsabilidad, la ética y la solidaridad.

Saben escuchar, observar, atender cuestiones profundas y detalles significativos de sus alumnos.

Acompañan y guían. Conducen, así, a los niños y jóvenes para que se conozcan mejor. Los invitan a adentrarse –y se adentran con ellos– en sus expectativas, sus problemas, sus intereses…

De esta forma, mucho más que aparecer como una autoridad incuestionable, el maestro funge como un protector y un compañero por esos caminos que él bien conoce y logra que vayan siendo conocidos por todos los educandos.

Asimismo, despiertan la curiosidad, y entiendo este término en su mejor acepción: un motor de marcha incesante, de búsqueda sin tregua. Búsqueda, en todos los casos, con inteligencia, intuición y disposición del ánimo, aderezados con esa inquietud necesaria para lograr avances en la cultura o la ciencia.

Así, los primeros hombres y mujeres crearon instrumentos para poder vivir cada vez con menores agobios naturales. Al desarrollarse luego las sociedades y generarse la educación como un bien esencial de toda civilización, se fueron ampliando y profundizando sus búsquedas. En su intento de obtener una vida mejor, también trataron de crear y saber más para responder a nuevas exigencias. De igual forma, además del orden material, avanzaron en el campo del espíritu.

De este modo nació el arte, pero también el mundo del conocimiento, el universo de la ciencia.

Nuestra civilización, la civilización occidental, ha encontrado sustento en el despliegue de estas capacidades. Y con el tiempo, se sustenta –no es hiperbólico decirlo– en la paciente e iluminadora tarea de los maestros.

Por eso, el papel del maestro es imprescindible en el despuntar y en el apogeo de grandes civilizaciones, como la griega. Y no olvido a personajes de la dimensión formidable de Homero o Esquilo, por citar solo unos ejemplos, pero es indudable que los griegos hallaron en la filosofía el eje central de su visión del mundo, de su comprensión del universo, de la relación entre los ciudadanos, del peso de los valores, de la naturaleza del arte. Y algo más, que es lo que propiamente me interesa subrayar aquí: los maestros griegos –no en balde la Academia fue entonces una institución de primera importancia– enseñaron a sus discípulos a encontrar la verdad en primer lugar. Les inculcaron no solamente la avidez por el aprendizaje, sino también la actitud reflexiva y analítica que debían guardar para encontrarlo. Les dieron método. Los enseñaron a pensar y a obrar bien y por su cuenta.

El mayor ejemplo de esto es el universalmente conocido Sócrates. Un hombre que, como se sabe, no escribió una sola línea, no expuso nunca, ni en prosa ni en verso, su filosofía. Tampoco fue estrictamente un predicador o un exégeta. No se erigió delante de los otros como “dueño de la verdad”. En lugar de eso, Sócrates cayó en la cuenta de que la educación –base de todo pensamiento que tenga verdadero significado– está lejos de ser un proceso unilateral de mera exposición de ideas o datos. Para él, la educación reside esencialmente en el diálogo. Un proceso en el cual se puede avanzar solo si los participantes dialogan, preguntan, responden y vuelven a preguntar. La luz de la verdad, parece afirmar Sócrates, a decir de su discípulo Platón, está allí. Es cosa de atraparla. Y atraparla es asunto de dos o más, no de uno solo. La educación se torna, de esta manera, en un valor de la vida social sustantivo y crucial. De la educación dependerá el progreso de la comunidad, en virtud de que gracias a ella puede progresar cada individuo. Tal progreso, apenas es necesario decirlo, será desplegado en todos los ámbitos: personal, moral, físico, social, práctico, económico…

Pero no cualquiera puede desempeñar de manera satisfactoria el papel de maestro. Su vocación debe ser la más firme; su tenacidad debe ser absoluta. Sus valores han de ser sólidos, tanto como su lucidez y sabiduría, además de que debe respetar sin falta al otro, es decir, a su alumno, considerarlo un compañero en el camino.

Y, para fortuna de la tierra generosa nuevoleonesa, donde nací, tal es el caso de los maestros y las maestras que han iluminado a las generaciones de aquí, que hoy con motivo del 15 de mayo tengo presentes una vez más, con toda gratitud y admiración.

 

http://www.marthachapa.net/
enlachachapa@prodigy.net.mx
Twitter: @martha_chapa
Facebook: Martha Chapa Benavides
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Comentarios

  • A manera de agradecer a quienes en cualquier ámbito, llevan a cabo labores de maestros:

    http://http://www.renuevodeplenitud.com/wp-content/uploads/profesor...

  • Muchas gracias. En verdad que hacia falta que alguien nos dijera algo positivo a los docentes. Ya que ultimamente la sociedad nos ha satanizado. Sin ver que lo unico que prentendemos es educar, educar con amor, con cariño, con respeto a nuestros alumnos y con mucho compromiso. Que demandamos ayuda de la sociedad y en especial de los padres de familia. Agradecida estoy con este escrito. Muchas gracias

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