Diana es compañera de trabajo de Alicia desde hace unas cuantas semanas y se están conociendo cada vez mejor. En una charla cotidiana Diana le pregunta a su compañera ¿cómo es tu esposo?, a lo que ella responde: es alto, delgado, de cabello rizado; además es un hombre muy responsable y generoso.
¿Él es así definitivamente, o es así porque Alicia así lo ve y así lo afirma?
Desde la estatura, hasta la generosidad, son producto de la percepción de una persona que cree firmemente en la “realidad” que describe. Probablemente si se le preguntara a cualquier otro individuo, lo apreciaría de un modo diferente.
Lo que resulta objetivo es mínimo frente a todo lo demás. Esto, para John Searle, es ontológicamente objetivo, como la existencia de petróleo en el planeta, que es un hecho, independientemente de lo que se crea al respecto; no así, el valor que se le da, que de acuerdo con su teoría, es un hecho institucional.
¡Cuántas cosas son como son, porque las personas así lo decidimos! Ése es el enorme poder de nuestro lenguaje. Su función no es sólo describir lo que nos rodea o lo que nos sucede, va mucho más allá de ello, con el lenguaje creamos nuestra realidad.
Pregúntate frente a un espejo cómo eres y descríbete en voz alta. Seguramente hablarás de lo que quieres ver, de aquello que estás convencido o convencida que te caracteriza, no de lo que otros son capaces de ver en ti; sin embargo, es tal el poder de la palabra, que lo que digas de ti será una realidad en la que trabajarás arduamente, hasta que los demás también lo crean. Por eso es tan importante que tu lenguaje se encamine a crear realidades que te beneficien, que te hagan cada día mejor.
Repite día a día todo aquello de lo que eres capaz, aunque al principio no lo creas. Estarás reprogramando tu cerebro a través de tu lenguaje, de tal forma, que esas afirmaciones se incorporarán a tu realidad personal y será justamente lo que proyectes a quienes te rodean.
Cuando capacitaba vendedoras en una empresa multinivel, siempre les preguntaba si querían ser directoras de grupo; por supuesto, todas respondían afirmativamente. El primer paso era afirmarlo y actuar como directoras para poder creerlo. Sólo así tomarían acción al respecto y alcanzarían la meta.
Piensa cuando le dices a un niño, una y otra vez, lo inteligente que es. Él estará absolutamente seguro de su inteligencia, incluirá esa cualidad en su descripción personal, y mejor aún, actuará en consecuencia; por lo que las personas que convivan con él, observarán esa capacidad y reafirmarán su creencia al decirle ¡qué inteligente eres! independientemente de lo que resultara en un examen de coeficiente intelectual. Sabemos de muchos casos en los que la deficiencia intelectual no ha representado un obstáculo mayor, cuando hay estimulación suficiente.
No lo dudes, muchas de las cosas que hay en tu vida existen porque tú lo dices y porque tú lo crees. ¿quieres cambiar tu realidad?, entonces cambia tu lenguaje.
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