Eva y Adán
©Gaudencio Rodríguez Juárez
El Día Internacional de la Mujer se estableció para denunciar y hacer visible la desigualdad y la injusticia que viven la mayoría de las mujeres en el mundo. Es un día para evaluar y reflexionar sobre los avances conseguidos, para exigir cambios y reconocer los actos de valor y decisión que realizan día a día.
Sucede que sus derechos aún no son una realidad plena. La desigualdad y discriminación saltan a la vista. Las evidencias las estaremos viendo publicadas en la prensa durante estos días, eso espero, si no, basta con ver alrededor.
Es verdad que ha habido progresos importantes, sin embargo, aún están injustificadas las manifestaciones de júbilo que cada año se hacen más fuertes en torno al 8 de Marzo. Decir a las mujeres: “Felicidades en tu día”, es un desatino y hasta un insulto.
Es lamentable constatar que paulatinamente se ha ido haciendo de esta fecha un día de festejos, verbenas, flores y felicitaciones. La mercadotecnia ha empezado a hacer su agosto con un tema delicado, contribuyendo al olvido del sentido original, al mismo tiempo que las instituciones públicas no han hecho contrapeso a esta dinámica, sino que en ocasiones son las organizadoras de los eventos en cuestión.
Las mujeres han empujado el cambio durante las últimas décadas y pocos hombres se han sumado a este movimiento. Son pocos los que en algún lugar del mundo se están organizando para promover la equidad. Son hombres que no tienen miedo a soltar y ejercer el poder de manera democrática; que no se sienten menos cuando sus compañeras opinan, proponen, o toman la iniciativa; que no sienten perder el control al incluir a la pareja en la distribución y uso del dinero ni se sienten inseguros si en el ámbito de trabajo su coordinadora es una mujer.
Son hombres que no se sienten vulnerables cuando reconocen no poder o no saber algo y tienen que pedir ayuda; que no se aburren ni sienten que están perdiendo el tiempo cuando cuidan o juegan con sus hijos/as; que no sienten que pierden su virilidad si deciden decir no a una propuesta sexual que no desean; que no se sienten traidores cuando rompen el silencio y la complicidad con los congéneres que actúan violentamente con su pareja. No son machos ni mochos, tampoco son muchos.
No es posible ni justo que sigamos haciendo lo que Adán hizo a Eva: culparla y someterla. Por cierto, el pensador Eduardo Galeano, se pregunta: “Si Eva hubiera escrito el Génesis, ¿cómo sería la primera noche de amor del género humano?”, y él mismo responde: “quizá (Eva) hubiera aclarado que no nació de una costilla, que no conoció a ninguna serpiente, que no ofreció nunca ninguna manzana a nadie, y que nadie le dijo: ‘parirás con dolor y tu marido te dominará’ y que todo eso, no son más que calumnias que Adán contó a la prensa”.
Las mujeres son más de la mitad de la población mundial, y, como dice el Nobel de literatura, José Saramago, “con ellas el caos no se habría instalado en este mundo porque siempre han conocido la dimensión de lo humano”, dimensión que el paradigma masculino en su versión tóxica ha olvidado.
Dejemos el papel de Adán, porque de lo contrario, nos quedaremos sin Eva. Ellas, las Evas del mundo, ya han empezado a reescribir el Génesis, la historia, y parece que no pararán.
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