El sonido de las campanas sacó a Eusebio del cómodo sueño en que se encontraba, sus ojos se abrieron y mientras examinaba la naciente luz que se colaba por la ventana de su modestísima habitación llevó las manos a la cabeza para intentar con la opresión mitigar un poco el dolor pulsante que se apoderaba de sus sienes. La boca estaba sumamente reseca y tenía un sabor extraño, pero familiar para Chebo, como todos lo conocían por la región.Debían de ser las cinco de la mañana cuando por fin decidió salir de la cama después de dar un par de vueltas. En su mesa de noche un salterio, un rosario y su reloj de pulso eran la única decoración, y justo frente a sus ojos la imagen de Jesús Crucificado. Antes de cualesquiera cosa, el hombretón caminó un par de pasos hacia ella y después de santiguarse oró un par de minutos en latín. Era un viernes de mayo de 1971, el día de la llevada de la Virgen, la peregrinación religiosa más grande del pueblo a la que invariablemente asistiría como todos los años anteriores. Vistió la ropa negra del uniforme de trabajo, en una pequeña mochila, alistó sus botas vaqueras, sus espuelas, los pantalones de montar y una humilde tejana que era su compañera de andanzas. Cuando la peregrinación terminara, tenía un compromiso amarrado con los Zuno, una carrera de caballos a la que asistiría con el fin de sanar el orgullo dañado un par de semanas atrás, cuando el caballo de uno de ellos le ganara al que él montaba por más de dos cuerpos.Abrió la cajita de madera que guardaba celosamente bajo su cama en la cual ahorraba hasta el último centavo de sus ganancias de las carreras y las peleas de gallos. Estaba obligado a ganar la carrera, sus economías solo servirían para la apuesta de esa tarde. Tomó los billetes y los guardó en la mochila. Se encaminó hacia la cocina y ahí, Demetrio y doña Cuca ya le habían alistado el parco desayuno que llevaba a su estómago día tras día. La cruda de la noche anterior le impedía probar alimento alguno, con una sonrisa en los labios le indicó a Demetrio que alejara los chilaquiles de la mesa y decidió probar sólo unos sorbos de café de olla.- Chebo, no me quiero entrometer, pero no debía de tomar tanto, le va a hacer daño – dijo Demetrio intentando bajar su voz lo más posible.- ¿Me vas a sermonear ahora tú a mí? Ya estoy grandecito y sé lo que hago… Hoy voy a llegar tarde, avísale a los que vengan a buscarme que si me necesitan estaré en la presa, me toca correr a la “Coqueta”.- ¿Y si viene el Obispo? Ya ve que últimamente le da mucho por pasearse por aquí…- Pues también me lo mandas para allá. Diario trae una cara de hartazgo que no puede con ella. Le vendrá bien divertirse un poco. ¡Ah! no olvides llevarles la despensa a los viejitos García, y dile a Cuca que te acompañe para que les ayude a asear un poco su casa. También te encargo que vayas a la farmacia de Manuel a recoger las medicinas que me prometió y se las llevas a la viuda Gómez, pero primero pasas al consultorio del doctor Fuentes y apuntas el nombre de las que ocupa la señora. No nos vayamos a confundir y en lugar de ayudarla, la mandemos más pronto a darle cuentas a Nuestro Señor.Doña Cuca entró apresurada a la cocina, retorciéndose el frente del mandil para secar sus manos.- Padre Eusebio, ¿Ya desayunó? Ya lo están esperando afuera los del Guardianes del Santísimo y las señoras de la Visitación.- Cuca ¿Cuántas veces te he dicho que me digas Padre Eusebio sólo cuando traigo puesta la sotana? Sin sotana soy Eusebio Bernal, mujer… a ver si te lo aprendes.- Oh ¡Pos como ya se iba a trabajar, pensé que ´orita si era hora de decirle Padre! Con ese relajo que se trae, ya no sabe una ni como llamarlo.“En la Capilla del barrio y con la sotana puesta…” esa era la frase con la que Eusebio callaba las bocas de sus escasos detractores. Su conducta escandalosa, natural para cualquier hombre de la época pero non-santa para un sacerdote, lo había hecho blanco de fuertes críticas, que conforme aquella comunidad de campesinos y pobres daba cuenta de su obra religiosa fueron callándose. Poco se sabía de Eusebio Bernal, solo que era natural de los altos de Jalisco. Un cantinero contó a algunos parroquianos que un día entre tequilas, Chebo le había confiado de su ingreso a la vida sacerdotal.- Yo nunca quise ser cura, Adolfo… siempre he sido igual de destrazado. Mi pobre madre siempre andaba con la preocupación de qué sería de mí. Me quedé huérfano de padre muy chiquillo, era el único hombre entre un buen puño de hermanas y ya mas sazón, me la vivía en las cantinas y los palenques. Tenía yo como 20 años cuando mi madrecita cayó en cama, duró agonizando mucho tiempo la pobre, los doctores no sabían qué tenía, pero todos decían que estaba en las últimas. En su lecho de muerte, me hizo la única petición de toda su vida. Quería morir tranquila, y no podría hacerlo mientras yo no le jurara que a su muerte ingresaría al seminario. No sé en qué estuvo, pero apenas si se lo juré, pudo descansar. A mí me tocó cerrarle los ojos. Los caminos del Señor son misteriosos y de la boca de mi madre se expresó su voluntad. El día después de que la entregué en el panteón, me fui directo a Atotonilco, y tuve que hacer circo, maroma y teatro para que me aceptaran. Con el tiempo me di cuenta que ser cura no es nomás dar sermones en la iglesia poniendo cara de Santo arrumbado. Me gustó andar en la obra de los pobres, ayudar a los que ya se van a morir sin miedo y aconsejar a los que andan mas perdidos que yo, pero sin juzgarlos, que para eso, nomás mi Dios.Los otros sacerdotes de la región guardaban prudente distancia del Padre Eusebio, nadie quería verse involucrado. En más de una ocasión había sido citado en el Obispado para aclarar los rumores. Se le señalaba como borracho y jugador. “Nada mas cierto, pero respeto mis votos. La Palabra no prohíbe el beber vino y el dinero que juego es el que gano” y las investigaciones de los líderes nunca pudieron contrariar las afirmaciones de aquel sacerdote. Por el contrario, el hombre-cura era muy estimado por los fieles, éstos se sentían cómodos en su presencia, podían hablar de sus cuitas sin sentirse señalados por alguien más perfecto que ellos. Las palabras de Chebo habían salvado más matrimonios y aliviado más penas que las de cualquier otro párroco que pudieran recordar.Entre cantos, cohetes y flores, la Virgen peregrina llegó a su morada. Minutos después, la gente ya se congregaba a un lado de la presa de La Huaracha a presenciar la carrera. Eusebio llegó a lomo de yegua vestido con su atavío de humano. Las apuestas empezaron a correr. Felipe Zuno se acercó a su contrincante para amarrar la propia.- ¿Qué pasa, Chebo? ¿Todavía no te cansas de perder?- El que va a perder es otro, Felipito… nomas aguántate, que no te quiero ver llorar.Una carcajada antecedió a una amigable palmada en la espalda de Eusebio Bernal. Felipe lo miró a los ojos y articuló algunas palabras quebradas por la emoción.- Chebo ¡Gracias amigo!… Mi mujer me perdonó la resbalada con Luisa, ya regresó a la casa, con mis hijos… Si tú no hayas ido a hablar con ella, quien sabe si lo habría hecho…- ¿Y qué pensaste? ¡Dorándole la píldora a Chebo, ahorita se deja ganar! No lo hice por ti Felipe, que bien te merecías la escarmentada que te dio tu mujer, para que valores lo que tienes… Fue por tus hijos, que seas lo que seas, te aman y te respetan. Acabando la carrera, ya que regresemos al pueblo, hablamos… pasas a la parroquia, pero te previenes con unas buenas despensas que a mis pobres bastante falta les hacen. Ahorita, mejor prepárate a perder, porque te voy a dar a comer polvo.Felipe le extendió a Eusebio una botella de tequila para que tomara un trago a pico de botella que el segundo no quiso despreciar. Un disparo sonó al viento. Los caballos emprendieron veloces por los improvisados carriles. Algunos fuereños curiosos por la fama de Eusebio ya aguardaban con cámaras fotográficas en la meta. A lomo de yegua, Chebo era solo un hombre parrandero, jugador y bailador, que cuando salia de la iglesia colgaba al sacerdote dentro del ropero junto con la sotana, pero respetuoso de su ministerio, de su pobreza y su castidad. Uno de los pocos que no sabían romper una promesa, como la hecha a su madre ni muchos menos la que hubiese hecho más de quince años atrás ante Dios Nuestro Señor.Basada en la historia real de un sacerdote de Ocotlán, Jalisco; Hombre Cura señalado por la institución, pero cuya conducta siempre fue respetuosa de sus votos y de su obra.
¡Genial! Eres una gran escritora Ana Kennia... captas y atrapas la atención de quien te lee con singular facilidad. Mis respetos y admiración para Eusebio, Chebo y/o el padre Eusebio. Jajajá.
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