¿Sospechas que tus emociones negativas o tus heridas del pasado están afectando tu salud? ¿Tienes síntomas o padecimientos que se vuelven más graves en los periodos de tristeza, frustración o ansiedad? Entonces una de las causas de tus dolencias podría ser el mal manejo de las emociones.

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Todas nuestras emociones tienen un componente fisiológico, es decir, que aunque las interpretamos a nivel subjetivo dependiendo de aquello que las detone, a nivel bioquímico la tristeza que nos provoca un desamor es muy similar a la que nos causa la muerte de un ser querido.

Cada emoción básica está compuesta de un “cóctel hormonal” que se libera en nuestro torrente sanguíneo y nos vuelve más propensos a determinados comportamientos, porque cada una de ellas tiene una función adaptativa, es decir, tienen una razón de ser para nuestra supervivencia. 

Por ejemplo, cuando estamos tristes somos más propensos al llanto y a ciertas gesticulaciones faciales, y eso provoca que quienes nos rodean se acerquen a auxiliarnos y consolarnos. Cuando estamos muy felices, se liberan químicos placenteros que nos llenan de energía y motivación para continuar haciendo lo que sea que nos llevó a esa felicidad. 

El estrés, por su parte, es una respuesta fisiológica que aparece frente al peligro, el dolor o la anticipación de situaciones de riesgo, y su función es prepararnos para el ataque o la huida con el fin de mantenernos seguros; toda la energía se centra en defender al organismo de un posible ataque y se sacrifican momentáneamente algunas funciones metabólicas, como la digestión, el sueño, la regeneración de los tejidos, el equilibrio circulatorio y en general todo lo relacionado con el sistema inmune. El estrés se vincula principalmente con el miedo, la ansiedad, la vergüenza y la ira, y los químicos que se liberan son, principalmente, el cortisol y la adrenalina. 

El problema es que cuando nuestro cuerpo está expuesto por demasiado tiempo a estas hormonas del estrés, sin regresar a un balance emocional adecuado, el resto de los sistemas se ven obstaculizados y eventualmente comienzan a fallar. A esto se le denomina “estrés tóxico”.

Las heridas de la infancia y el estrés tóxico 

Las heridas de la infancia se relacionan directamente con los problemas de salud causados por estrés en la edad adulta, y también con una serie de dificultades emocionales e intelectuales. 

Esto se debe a que en los niños que crecen en un ambiente tan hostil que tienen que estar siempre alertas, el estrés impide que se formen adecuadamente las conexiones neuronales necesarias para la autorregulación emocional, y mientras más temprano aparecen las heridas de la infancia, mayor repercusión tienen en las estructuras cerebrales. Las heridas de la infancia se originan por el abandono, la negligencia, el maltrato y la precariedad. 

Está comprobado que las personas que sufrieron estrés tóxico en la niñez son más propensas a toda clase de enfermedades cuando se convierten en adultos, y eso tiene que ver con que les cuesta más trabajo estar tranquilos y sentirse seguros. Algunas de las enfermedades más frecuentes son:

  • Adicciones y abuso de sustancias
  • Diabetes
  • Cáncer
  • Depresión clínica y ansiedad
  • Mayor frecuencia y riesgo de infecciones
  • Jaquecas
  • Disfunciones sexuales 
  • dolor sin causa aparente o fibromialgia
  • Fatiga crónica
  • Hipocondría

Aunque hacen falta más estudios al respecto, muchos neurólogos infantiles están de acuerdo con que algunas emociones negativas tempranas se correlacionan con padecimientos en ciertos órganos específicos. Por ejemplo, el miedo parece afectar especialmente a los riñones, la preocupación al sistema digestivo, la ira o enojo al hígado y la tristeza al sistema respiratorio y cardiovascular. 

¿Qué es la somatización y cómo detenerla?

Las lesiones afectivas de la infancia provocan un círculo vicioso que dificulta las relaciones interpersonales, afecta el rendimiento y finalmente causa problemas de salud o un fenómeno llamado “somatización”. 

La somatización se define como la conversión de los estados emocionales no resueltos en síntomas físicos agudos. Estos síntomas, más que ser causados por una reacción en cadena detonada por las emociones negativas crónicas, pueden ser una conversión psíquica, es decir, una manera desesperada de nuestro cuerpo de pedir ayuda y expresar lo que no puede decir de otra manera. Uno de los ejemplos más claros de somatización lo vemos en los ataques de ansiedad, en los que el paciente experimenta una serie de síntomas muy reales ―como sensación de asfixia, debilidad, dolor en el pecho― que sin embargo no responden a un padecimiento físico, sino a un quiebre emocional. 

Ya sea que estés somatizando o que las emociones negativas sostenidas estén afectando tu salud, es fundamental que acudas con un médico que te haga una evaluación diagnóstica, y con un terapeuta que te ayude a identificar y a cerrar las heridas de la infancia y a manejar mejor lo que sientes. Recuerda que nunca debes recurrir a “soluciones milagro” o que no estén avaladas por la ciencia o la psicología, porque podrían agravar el problema. 

Así cómo el enojo o la ansiedad obstaculizan que nuestro cuerpo funcione y se regenera normalmente, con las emociones positivas como la esperanza o la felicidad ocurre exactamente lo opuesto. Por eso hacer cambios orientados a un estilo de vida más saludable y equilibrado también es de gran ayuda. Practicar yoga, meditación o cualquier deporte ayuda a liberar el estrés. Invertir algo de tu tiempo libre en aprender una disciplina artística promueve la satisfacción personal y pasar tiempo de calidad con tus seres queridos fortalece la autoestima y te brinda una red de seguridad. 

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