Estás enojado, muy enojado, cargado de ira por lo que esa persona que amas o en la que has confiado ciegamente, acaba de hacer. En ese momento quisieras enfrentarlo a golpes, insultarlo y decirle, a gritos, que le deseas que le vaya muy mal en la vida.
El instante colérico, a veces se transforma en decepción y tristeza, que poco a poco irá disminuyendo, en la medida en que la persona se aleje del “foco de infección”; sin embargo, en otras ocasiones, va tomando la forma de rencor y deseo de venganza. Esos sentimientos se agolpan en el cerebro, haciendo que se reviva una y otra vez el evento que causó la herida, por tanto, el organismo libera noradrenalina, que es una hormona que aumenta la presión y el ritmo cardíaco, al mismo tiempo que produce dopamina y glutamato, haciendo que disminuya la serotonina y vasopresina. ¿Qué significa esta combinación de sustancias químicas? Pues conducen un aumento en la actividad respiratoria y cardiovascular que impide actuar racionalmente. Eso es correcto en el momento, porque, ante la ofensa, el cuerpo se prepara para la defensa, aunque si no existe la autorregulación de las emociones, el impulso puede conducirnos a cometer actos de los que podríamos arrepentirnos.
Más tarde, la persona que no ha podido superar el coraje y necesidad de venganza, entra en estados crónicos de estrés que generan ansiedad y desencadenan malestares físicos que llegan a agravarse, hasta encontrarse con una úlcera, daño vesicular y lesiones en el hígado o el corazón.
El rencor del ofendido, lejos de provocar la reflexión y arrepentimiento en quien ha hecho el daño, lo único que ocasiona es una frustración permanente al no poder constatar que aquel agresor está pagando por lo que ha hecho. Ese sentimiento negativo aleja al individuo del estado de bienestar y, con el paso del tiempo, siente como va cargando una enorme loza en la espalda, que no lo deja tranquilo, mientras el otro, ha seguido su vida normalmente.
Pensemos en el resentimiento o rencor, como un ácido que, poco a poco, nos devora por dentro y no nos deja fluir, dejar atrás el pasado y darnos cuenta de las oportunidades y grandes experiencias que la vida tiene para nosotros. Es por ello que se insiste tanto en el perdón, que, finalmente, no libera al agresor, sino a nosotros mismos; si se entera o no, de que lo hemos perdonado, es lo de menos, porque lo más valioso es que podemos continuar con un equipaje más ligero, convencidos de que aquel sujeto, quien quiera que sea, actuó pensando en sí mismo y no en las consecuencias de sus acciones, y que nos tocó estar en su camino, porque debíamos de aprender algo de ese episodio; nos permitió darnos cuenta de nuestra fortaleza y de lo mucho que aún tenemos para dar, seguros de que recibiremos, tanto bien, como deseemos para los demás.
La vida es como un bumerang, si somos generosos con los demás, como seguramente ya has escuchado, regresará a ti multiplicado; si envías bendiciones a quien por omisión, irresponsabilidad, inmadurez o desequilibrio emocional, te ha herido; le estarás regalando energía positiva para que analice su comportamiento y mejore como ser humano; a cambio, recibirás el regalo más grande que la vida puede darte: tu paz interior. Para relacionarte con personas sanas, tú debes trabajar en tu salud integral, porque siempre atraemos lo que requerimos para crecer y muchas veces se aprende de las experiencias negativas. Si no logras aprender de ellas, la historia volverá a repetirse, hasta que tu conciencia se expanda y te encuentres preparado para experimentar y valorar, cosas maravillosas en este plano de existencia.
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