Escritoras 3.5.- LAS SANDALIAS DE CALIXTO

+ 3.4.- ¿DEBERÍAMOS DE CELEBRAR? 3.6.- AGRIDULCE+ Minga estuvo ahí: en una cárcel para enfermos mentales+ A veces lo que uno ve, es la mas honesta autocrítica socialEstamos en el tercer ejercicio, llamado YO ESTUVE AHI, del taller de Expresión Literaria AFLORA LA ESCRITORA QUE LLEVAS DENTRO. Hay una correlación deliberada entre los tres ejercicios que llevamos y, por ello mismo, son reales y sólidos los avances de las Escritoras. Además, hemos notado que los comentarios que dejan lectoras y lectores, animan el debate y la reflexión de los temas tan variados aquí expuestos. Minga, nos presenta un gran trabajo de narrativa y reflexión, que lleva implícita una crítica social llana y cruel. No es ficción, Minga estuvo ahí, en una deplorable cárcel para enfermos mentales. Leamos:LAS SANDALIAS DE CALIXTOMingaComo lo veníamos haciendo cada sábado durante casi seis meses, esa mañana fría y otoñal de mediados de noviembre acudimos puntualmente a la cita que teníamos establecida con Don Calixto, uno de nuestros dos pacientes asignados, para cumplimentar nuestras prácticas en clínica del semestre que cursábamos en ese tiempo en la Licenciatura de Psicología en la UNAM.Don Calixto, quien era un hombre serio, de mediana edad, de tez morena clara, complexión y estatura promedios, cabello escaso, corto y cano, no muy aseado y vistiendo su arrugado uniforme color caqui y unos muy desgastados huaraches, se encontraba recluido en la Clínica Mental para Reclusorios del Distrito Federal ubicada en la colonia Tepepan al sur de la ciudad, y quién sabe por cuánto tiempo más, ya que la mayoría de los pacientes-presos ahí confinados no tenían sentencia, ni el tiempo ni interés de ninguna Corte para quizás algún día dictárselas.Estos internos eran como unos huérfanos abandonados en un bote de basura, sólo objetos de estudio e investigación de los psiquiatras y psicólogos que ahí trabajaban (estudiantes incluidos). Eran tratados como viles “pacientillos de indias” que nadie buscaba ni reclamaba porque, para sus familias, aparentemente, ya era suficiente motivo o razón para olvidarlos el hecho de que habían cometido algún delito: el mínimo, robar un litro de leche y algún pan, amén de ser sordomudo (que al parecer ése era el delito real) y, el máximo, asesinato en cualquier grado, para además tener que lidiar y tolerar que fueran enviados a ese tipo de institución al ser diagnosticados como enfermos mentales, con o sin razón, de acuerdo a las evaluaciones “aplicadas”. Y eso ya era demasiado, como un segundo delito, peor aún que el primero por el que fueron detenidos y menos fácil de soportar y enfrentar ante la sociedad.Esta clínica era como uno de esos tantos lugares donde guardamos lo que nos ha fallado, lo que nos hace daño, lo que nos avergüenza, nuestro lado obscuro que, de estar libre, no nos deja vivir en paz a menos que lo confrontemos, como todo aquello que se queda en nuestro inconsciente hasta que podemos, queremos y decidimos ponerlo frente a nosotros, reconocerlo, aceptarlo y analizarlo para poder entenderlo y manejarlo y, entonces, sólo entonces, poder seguir adelante con nuestras vidas de forma más sana y normal.Ese sábado, como siempre, al llegar ahí y previa identificación, cruzamos los altos muros vigilados día y noche desde dos torres erguidas como gigantes centinelas en las que los primeros guardias, armados hasta los dientes, y que eran los únicos en esa fortaleza que confrontaban al mundo exterior, bloqueaban o franqueaban la entrada que también significaba la única posible salida para cualquiera que traspasara sus puertas: personas autorizadas, internos o personal que ahí laboraba (custodios y médicos).Nadie más, ninguna otra alma viva podía tener la intención o la osadía de ingresar, so pena de ser detenido por la fuerza o, en caso de no saberlo y vestir con los mismos colores de los internos, ser recluido (mientras averiguamos) al ser confundido con uno de ellos, no importando cartas credenciales, argumento o alegato alguno. Nosotros, por lo tanto, teníamos que vestir de colores que nos distinguieran y además portar una bata blanca para ser identificados como personal médico.Cruzamos entonces el amplio patio, cuya única y verdadera función era la de poner la mayor distancia posible entre las paredes y rejas de la institución y el mundo exterior, de la vida en conciencia, de la vida en libertad.Ingresamos al edificio, no sin antes sufrir una vez más la humillación y la vejación de ser revisados en forma ruda hasta en los rincones más recónditos de nuestra alma y de nuestras personas, a fin de asegurar que no portábamos ninguna herramienta, objeto o utensilio (ni siquiera una pluma o lápiz para tomar notas) que pudiéramos estar llevando de contrabando a los reclusos con los que tuviéramos contacto, y con el que pudieran inferir o inferirse daño o, inclusive, con el que pudieran tener la más mínima posibilidad de escapatoria, ¡como si eso hubiera sido posible! Lo único que hubieran logrado conseguir con ello era su “sentencia” (ahora sí), pero de muerte, sin reclamo por parte de nadie y terminar su agonía física y mental en alguna fosa común.Después de la exhaustiva revisión recorrimos los largos, grises, fríos (más que el exterior) y lúgubres pasillos que nos llevarían hacia el salón en el que solíamos entrevistar a Don Calixto, quien a veces era el que fungía como entrevistador y entre preguntas o respuestas nos recitaba poemas que según él eran de su autoría (y en realidad así lo parecían .Esos inolvidables pasillos, paredes, salones y pabellones carecían de alma o más bien estaban impregnados de muchas almas confundidas, las nuestras incluidas, y de una amplia gama de sentimientos y pensamientos encontrados: dolor, ira, frialdad, ignorancia, crueldad, abandono, inconciencia…. Locura y Crimen. Crimen cometido por los ahí internos con locura diagnosticada y crimen y locura mostrados por las autoridades ahí presentes y aquéllas a cargo de la sentencia de cada caso, quienes seguramente se encontraban en algún confortable y tranquilo lugar, al frente de alguna oficina elegante y cómodamente equipada, con grandes ventanales con vista hacia algún agradable exterior… Sin duda, en algún lugar lejano en todos sentidos al aquí descrito.Todo esto hacía de ese inhóspito lugar parecerse más a una de esas terribles pesadillas que existen mientras son soñadas y resultan tan vívidas y tan aterradoras que nos hacen sudar copiosamente, pero que afortunadamente dejan de existir al despertar, y aún así provocan que tengamos miedo de volver a dormir y que vuelvan a aparecer en nuestras mentes sin razón aparente y nos hagan inquietarnos y angustiarnos por su posible significado en nuestras vidas.Continuando con ese día en particular y, a pesar de todo lo expuesto, era para nosotros día de fiesta (gran ayuda la de nuestra juventud universitaria llena de maravillosos ideales de que cuando ingresáramos al mundo real, fuera de las aulas universitarias, portando como escudo y con gran orgullo nuestro título de profesionistas, haríamos de él un mejor lugar para vivir y convivir). Pero ese día era de fiesta en efecto, ya que Don Calixto cumplía años y al habernos enterado de ello por nuestro instructor y psicólogo a cargo de su caso, habíamos decidido dedicar la sesión a festejarlo y le llevamos un delicioso pastel con mucho chocolate y crema y unos tenis para obsequiarlo. Nos emocionaba pensar que sobre todo esto último le agradaría mucho debido a lo desgastado de sus huaraches y a que, dada la temporada, podría cubrir mejor sus desnudos y seguramente helados pies.Claro que después de la exhaustiva revisión de la entrada a la que fuimos sometidos, el pastel parecía más bien una masa de huevos revueltos con betún y los tenis terminaron sin agujetas, pero aun así todo ello era mejor que llegar con las manos vacías en un día tan especial (¿para nosotros?) para alguien que prácticamente sólo tenía lo que portaba, y eso en cuestión material, y nada en cuanto a lo afectivo al haber sido abandonado a su suerte por su familia.Pero como novatos que éramos aún en las profundas cuestiones de la conducta humana y los intrincados laberintos de la mente, fuimos bien recibidos por Don Calixto, feliz de que supiéramos que era su cumpleaños, pero rechazados enfáticamente en cuanto a nuestros obsequios, ya que habíamos perdido de vista que el diagnóstico motivo de su encierro en dicha institución era “paranoia” y su delito penal, relacionado directamente con su enfermedad, y sobre el cual aún no se le dictaminaba sentencia alguna, era haber asesinado a su esposa por estar convencido de que ella quería envenenarlo con la comida por lo que, en este caso, sólo aceptaría comer del pastel que le llevamos si primero lo probábamos (casi todo) nosotros y él consideraba que no nos iba a hacer daño y que no lo queríamos envenenar también. Sin duda él era más congruente con su diagnóstico que nosotros al no haber sopesado correctamente la situación.Y los tenis, ahora sin agujetas, tampoco los quería recibir porque según nos expresó con gran seriedad: “Dios no usaba tenis, sino sandalias”, so tontos y ateos.Esas y otras pequeñas anécdotas ocurridas en esos breves momentos inmersos en la dura cotidianeidad eran lo único que parecía animar la cruel realidad de ese lugar, de esas medias vidas de muertos vivientes que al estar dopados de forma permanente prácticamente arrastraban sus cuerpos y sus almas, aunque también eran, por supuesto, parte de las muestras indiscutibles de la demencia que esos espíritus enfermos encerraban y por la cual estaban ahí confinados.Definitivamente era imposible establecer algún tipo de diálogo que tuviera cierto viso de coherencia y casi nos hacía dudar de la propia cordura, percatándonos poco a poco de que la línea divisoria entre la normalidad y la anormalidad es a veces tan fina y delicada como la capa de una cebolla. Es como estar al borde de un precipicio, con piedras bajo nuestros pies cayéndose hacia el infinito, sintiéndonos mareados por el vértigo y tener que decidir en fracción de segundos si aferrarnos a cualquiera de las rocas más a la mano o dejarnos llevar por la sensación de la gravedad.Y todo ello visto bajo el resguardo de realidad de un cubículo en perfecto orden, con el mobiliario y los servicios básicos indispensables, pero… Siempre parece haber un pero, en los pabellones y en los patios de esparcimiento todo el día reinaba la locura diversa y desenfrenada de las diferentes demencias, diferentes medicaciones, diferentes tiempos de reacción y formas de acción, y las noches eran más cercanas a una buena película de terror, de esas que realmente nos hacen saltar de la butaca y taparnos los ojos o pellizcar al de al lado, y no a un bálsamo de paz, tranquilidad y descanso (somnífero de por medio), con las almas en pena gruñendo cual hombres-lobo en plena conversión, y los custodios, dejando salir su propia locura por trabajar en un lugar como ése se convertían en verdugos dispuestos a las torturas más degradantes y aberrantes.Y para nosotros, después de despedirnos de Don Calixto y de nuestro segundo paciente, de revisar y evaluar otros expedientes y comentar de ello y de otras importantes cuestiones con nuestro instructor, salir esa noche ya tarde de tan sórdido lugar, como del Infierno de Dante, con las intensas, brillantes y largas luces de las torres vigías sobre nosotros, como faros alumbrando sobrevivientes en medio de una tempestad en el mar, antes de siquiera pronunciar palabra, era la oportunidad de respirar profundamente y llenar nuestros pulmones de aire de libertad física, mental y espiritual que nos hacía sentir salvos de tan tremendo sino. Era obviamente la oportunidad de agarrarnos de nuestra objetividad (como de tronco de salvación), de llevarnos la información obtenida, analizarla, evaluarla y retomar fuerzas aun de nuestras propias debilidades y carencias para poder encarar nuevamente, una semana después, los “muros del inconsciente colectivo” y no desfallecer o sucumbir en ese intento.Era la oportunidad de dejar la pesadilla atrás y llenarnos de buenos y felices pensamientos, propios de nuestra edad, de nuestros ideales y de nuestra inquebrantable búsqueda de preparación y de conocimiento para que al llegar la hora del descanso pudiéramos por lo menos dormir y soñar en paz, con la conciencia tranquila por lo que nos fue dado y lo que pudimos brindar gracias precisamente a nuestra inocencia y frescura que tanta falta hacía, entre muchas otras cosas, en un lugar como ése.Y yo, la otrora joven e inocente estudiante perteneciente al grupo que tuvo estas intensas vivencias, y que en toda esta particular experiencia tuvo el corazón constreñido y las lágrimas contenidas, crecí en más de un sentido, salí enriquecida y fortalecida de todo ello, más clara de ideas y resoluciones y troqué los juveniles ideales por esperanzas reales, muros posibles y probables de derrumbar y, a la distancia de ese maravilloso tiempo, me sigo sintiendo agradecida con las personas como Don Calixto quienes sin saberlo, por la densa bruma que nublaba su pensamiento y su entendimiento de forma tan definitiva , me regalaron paradójicamente la claridad de cómo enfrentar la cruda y dura realidad, el conocimiento vivo de la complejidad de la mente del ser humano y de su fragilidad. Lo que además me ha llevado a ser mejor persona y profesionista y a comprender cada día con mayor facilidad el por qué somos como somos, actuamos como actuamos y, quizás algún día… el por qué y para qué estamos aquí.Afortunadamente al día de hoy parece que por lo menos este lugar ya no existe o se volvió fantasmal y ya no lo podemos ver y gracias a ello y a haber cursado ese semestre y la carrera con éxito, ya no tendré que estar ahí de ninguna manera y en ningún otro tiempo.Dedicado muy en especial a Don Calixto (que Dios sane y guarde su alma y, por supuesto, lo felicite por sus sandalias y se deleite con sus poemas).
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Comentarios

  • Muy buen manejo del idioma, de la gramatica, con toques maravillosos que nos hacen recordar que "no todo es blanco ni es negro, todo depende del cristal con que se mire"
  • El tema es bueno, y creo podía haber dado para mucho más, desde otro enfoque, en lo particular, no me agradan tantas descripciones, adjetivos calificativos, rodeos, y menos aún ese fuerte sabor de moralina, que me ha dejado, la Moralina.... uff!! ojala que lo pudieras reescribir, sin tantos parrafos "yo", mucha suerte para la próxima, analizar, autocriticar y corregir es importante,
  • Hola
    Tengo la suerte de conocer parsonas muy parecidas a Don Calixto, aunque quiza no con el mismo diagnóstico, para mí es una suerte porque cuando tenemos la oportunidad de conocerlos y convivir con ellos irremediablemente una voz interna nos obliga a hacer un acto de contrición, después de revisar con honestidad nuestro corazón solo nos queda valorar las oportunidades que la vida o "la suerte" nos ha otorgado y ser solidarios con quienes han sido menos afortunados en ese momento de la vida.
    Esta es una experiencia muy enriquecedora, me gustó.
    Marina
  • TODO ESTO PARA MI ES NUEVO, PERO ESTOY ENCANTADA, QUISIERA COMPARTIR ALGO QUE FUE MUY SIMBILICO PARA MI. ¡cOMO LE PUEDO HACER??
  • Minga, me gustó tu escrito, describiste muy bien a don Calixto. Estos personajes me llaman mucho la atención, he conocido a gente que platica tan bien que dudaría de su enfermedad, sin embargo algo deben de tener que actuan así. Seguido veo gente en la calle, que a leguas se ve están mal, me interesan como personas, como personajes, viven un mundo distinto, aún así algunos demuestran su amistad, otros la agresividad, Dios los ayude.
  • felicidades algo de verdad muy serio y algo impactante estar en un lugar asi pero bello a la vez nadie conoce esos lugares hasta que esta uno ahi y sabe lo que se vive dentro,muy bien relatado.
  • MINGA.
    Creo que la mayoria de los seres humanos, nos olvidamos que existen lugares así, que hay personas con algú problema psiquiatrico , niños, adultos, y muy pocos somos capaces, de ayudar o dar un poco de nuestro tiempo, para tratar de ayudarlos no lodigo como médico, si no simple sencillamente como seres humanos.

    felicidades por tu trabajo, me hizo reflexionar, muchas cosas pero lo mas importante para mi es que abriste mi mente y mi corazón para agradecer a Dios todo lo que tengo y claro no lo que no tengo, gracias señor por mi familia y mi vida.
  • Felicidades Minga,
    Con tu relato, recordé un lugar que visitaba cuando estaba también estudiando la universidad, seguramente escribiré también de él algún día, yo lo llamo Limantitla, no sé exactamente como se llama pero es una casa hogar para enfermitos mentales y es increible como se pierden de un momento a otro entre la conciencia y la inconciencia. Efectivamente son experiencias extremadamente duras, aquí hay (porque todavía existe) gente enjaulada, no por que hayan cometido un delito, si no porque lo pueden cometer y son considerados como muy peligrosos, es impactante verlos encerrados en jaulas de... pájaros pero tamaño humano ¿las imaginas?. En fin, yo puedo compartirte que si tuve muchas experiencias que pasaban de lo muy dificil, anécdotas hasta hermosas e inolvidables experiencias porque también es gente que están ávidos de amor y cualquier acción que lleve implicito algo de cariño, como el simple hecho de sentarse con ellos a platicar y a reir como lo hacía yo, fueron unas ENORMES demostraciones de gratitud, que apesar de que ellos vivían de las donaciones, se las ingeniaban para regalarme aunque fuera un kleenex (limpio por cierto) que guardaban con mucho cariño para mi, para cuando yo los visitara, entre otras cosas que ya escribiré en su momento.
    Gracias Minga por traerme a la piel nuevamente esa sensación y compartir con nosotros tu experiencia.
    Un abrazo !!!
  • Gracias Minga por detallar tan bien la desconexión real de muchas personas que ya no pueden seguir en sus vidas llenas de dolor o de injusticias, hasta ahora nadie ha descubierto como funcionan los recovecos del cerebro, y ojalá cómo dices ya no exista ese lugar al que tan bien supiste llevarnos con tu relato tan espectacular , es un escrito que no se pude interrumpir hasta no haberlo terminado.¡felicidades!
    Martha
  • Minga:
    La descripción que hiciste del lugar donde estuviste ha sido muy acertada pues guías al lector a imaginar lo tétrico que resultan esos espacios, donde el valor humano se extravía para ser sólo un número. Evoqué imágenes de un campo de concentración nazi.

    ¡Qué bello es tu afán por brindar un abordaje más integral a quienes sufren ese tipo de padecimientos! Justamente, ellos merecen recuperar sus condiciones dignas de vida para que puedan desarrollar plenamente sus potencialidades.
    Cecy
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