¿Es tu infancia, tu destino?
Infancia es destino. Es una frase freudiana que empleamos para destacar la importancia de los primeros años de vida del ser humano. Independientemente de la carga genética, hay factores que indiscutiblemente repercuten en la salud emocional del sujeto, tales como el ambiente que percibe en casa, el tipo de educación que se promueve en la escuela, las creencias religiosas, los paradigmas sociales y otros más, que se van fusionando en él y que, en caso de resultar negativos, impactarán en la manera en que se relaciona consigo mismo y con los demás en su etapa adulta.
Boris Cyrulnik aborda este tema en su libro Las almas heridas: las huellas de la infancia, la necesidad del relato y los mecanismos de la memoria, una narrativa personal que le lleva a analizar la necesidad de desarrollar la resiliencia, cuando la infancia ha estado plagada de experiencias lamentables, lo que le da sentido al dolor.
Todos los seres humanos experimentamos heridas en nuestra infancia, producto de experiencias no deseables y, en muchos casos, aderezadas con la imaginación, propia de esta etapa del desarrollo. Lise Borbeau las llama heridas del alma y afirma que algunas de ellas vienen de vidas previas y que tenemos lecciones pendientes de aprender. Independientemente de nuestras creencias al respecto de esto último, es necesario identificar cuáles de esas heridas están aún presentes en la vida adulta, para iniciar el trabajo de sanación.
Se reconocen cinco heridas emocionales, aunque, considero que están estrechamente ligadas unas a otras, de manera que resulta difícil marcar una línea divisoria que nos permita distinguir con total certeza, de cuál de ellas se trata.
Empecemos con el abandono, producto de la ausencia de padre y/o madre desde el nacimiento, o de las ausencias intermitentes de alguno de los padres, o incluso, de la indiferencia aunque haya existido presencia física. Si la padeces, es posible que no toleres el distanciamiento de tu pareja o de tus hijos aunque sea momentáneo, por razones de estudio o trabajo; porque aun consciente de ello, sientes un golpe en la boca del estómago, unido a un miedo enorme a la soledad.
La segunda herida o huella es la del rechazo, ésa que te hace sentir que nada de lo que hagas será suficiente para sentirte orgulloso u orgullosa de ti; mucho menos pensarás que alguien más percibe en ti a un ser extraordinario, porque para la persona o personas que fueron figuras determinantes en tu infancia, ningún logro era suficiente; siempre había un “pero” que dejaba un sabor amargo que ensombrecía el éxito.
La tercera huella es la de humillación, que te lleva a repetir patrones, a no poder romper la cadena de sufrimiento, lo que te hará buscar una pareja egoísta, tirana y cruel, tal como lo viviste en tu infancia. Se llega a presentar el maltrato físico, pero es únicamente el símbolo de una violencia emocional, todavía más profunda.
La cuarta herida es la traición, que te hace padecer de celotipia, de desconfianza exacerbada; que te hace construir constantemente pensamientos fatalistas; posiblemente debido a las promesas incumplidas que viviste siendo niño.
La última herida es la de injusticia que te conduce al perfeccionismo, a la pulcritud extrema, al rigor absoluto frente a ciertos dilemas, a no perdonarte el no haber hecho lo que consideras correcto. Tal vez viviste en un hogar autoritario, lleno de comparaciones en las que no saliste favorecido, con exigencias muy superiores a lo que podías lograr a esa edad.
El primer paso, entonces, es reconocerlas. Será un gran avance antes de estructurar una estrategia para su manejo asertivo. La resiliencia es una gran aliada, pero la meta, es que deje de doler y de afectar tus decisiones presentes.
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