Cuando escuchamos esta palabra la asociamos inmediatamente a la magia, al juego que hace con sus manos un hábil actor; aparece el recuerdo de la frase muy conocida: “Las manos son más rápidas que la vista”, llega la imagen de cliché de un hombre elegantemente vestido, corbatín de moño y una ayudante de agradable figura a un lado.
Un juego de dedos, digit en latín, cartas de una baraja que son adivinadas o que aparecen como de la nada pegadas a tal o cual lugar. Inmediatamente a estos eventos surgía siempre entre los espectadores la exclamación de sorpresa y la coloquial pregunta entre todos y de todos para consigo mismos: ¿Cómo lo hizo?
Durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, estos personajes llamados así, prestidigitadores, cobraron mucha fama pública, reconocimiento social y fueron vinculados a innumerables avances tecnológicos, así fueran ciertos o totalmente falsos. Todos los grandes dignatarios, la nobleza, buscaban relaciones de todo tipo, mientras más cercanas mejor, con este colectivo reducido y que causaba asombro en las sociedades de la época.
Tal vez sea por esto que la palabra prestidigitador pasó en muchos casos a PRESTIGIADOR, asociado al prestigio que se apegaba a muchos de ellos y a los prodigios que por alguna suerte realizaban.
Recordar personajes como Houdini o su versión contemporánea, David Copperfield, lleva a la imaginación a estados superiores.
Los trucos, los actos, eran peculiarmente patentados por sus creadores, algunas veces compartidos y otras, hasta comercializados en las reuniones que ese colectivo desarrollaba.
Llevando estas ideas al terreno de la Ley de Atracción, que es lo que nos ocupa, el objetivo esencial es rescatar a esa maga o mago que todos llevamos dentro. Tener presente la confianza personal en los actos que realizamos, entender a cabalidad que causarán sorpresas en nuestro entorno y que seremos, sin duda, admirados y buscados por lo que nuestra magia es capaz de crear.
Como si fuera un acto de prestidigitador modificar positivamente el trato que tenemos para con nuestra palabra, mágicas a fin de cuentas, con nuestros pensamientos, propósitos y sueños.
Convertirnos en prestigiadores de nuestro propio destino y esfuerzo; asumir conductas capaces de ser y hacer prodigios fundamentalmente en nuestra vida de hoy en adelante.
Imaginarnos en este escenario virtual nos lleva también a algo que muchas veces he compartido, recuperar nuestra varita mágica, indispensable en la indumentaria de cualquier mago, hacer memoria a quién se la prestamos o regalamos involuntariamente en nuestro pasado a efecto de reencontrarla y por supuesto, utilizarla para nuestro mejor acto patentado y exclusivo hasta la eternidad que es el de empoderarnos, resultado de la conciencia y de poner en acción la Ley de Atracción en nuestras vidas.
Te invito a hacer tu mejor acto de magia.
Comentarios
Hola Terry,
Estoy totalmente de acuerdo con tu artículo. La magia está en cada ser humana que la desee usar de una manera favorable, para sí misma y los demás. Saludos.
Sylvia Pineda.