EL GRITO

 

Como siempre, septiembre nos trae un puntual recordatorio de nuestra historia y costumbres, aunque ahora quizá el espíritu celebratorio se ve un tanto opacado por la crisis en la política y la economía.

Hay que reconocer que si nos asomamos a las calles podemos constatar que nuestros símbolos patrios aún tienen presencia, aunque con notable merma en comparación con el pasado. Así, nuestra bandera tricolor luce en algunos vehículos, en tiendas o pendiendo de algún balcón o ventana, pero de ningún modo se ven, como antaño, las calles teñidas de verde, blanco y rojo. Pareciera que cada año hay menos personas interesadas en patentizar su orgullo nacional en estos días. Por lo mismo, disminuyen los variados motivos decorativos de la temporada, que nuestros artesanos confeccionan con prodigiosa imaginería popular; de hecho, aunque persisten en muchas esquinas de la ciudad los característicos puestos ambulantes con banderas y banderines de todos tamaños junto a cornetas, moños, rehiletes y espantasuegras tricolores, lo cierto es que ya no son una presencia ineludible como en otros tiempos.

También se ha modificado la celebración de la tradicional noche mexicana en los hogares. Bien recuerdo que hace no mucho me enteraba de que en casas de varios conocidos se festejaban las fiestas patrias, y ahora la verdad es que son muy escasas las cenas con la familia en torno al tradicional pozole o los deliciosos chiles en nogada.

En cierta medida esta situación es explicable en nuestros días, pues las ganas de reunirse en familia la noche del 15 para saborear los platillos propios de estas fechas –y que tanta fama nos han dado en el mundo– de cierta manera se ven frustradas por razones presupuestales. Además, contribuye el hecho de que flota un desánimo en nuestra atmósfera social ante tanto escándalo de corrupción e impunidad, a lo que se viene a sumar la caótica situación financiera que padecemos, la cual, hay que reconocerlo, recorre el mundo entero.

Aun así, considero que debemos renovar nuestra fe en México. Y lo tenemos que hacer a partir de una presencia ciudadana más activa, responsable y exigente hacia nuestros gobernantes, políticos y autoridades en general, en aras de que el país marche mejor. Tenemos, por tanto, que dar un paso más allá del folclor, y ya no digamos del patrioterismo, para reencontrarnos con los más elevados valores de la nación y los grandes mexicanos y mexicanas de ayer y de hoy.

Es válido, entonces, desde mi perspectiva, adquirir una banderita, un rehilete o cualquier adorno septembrino para portarlo en nuestra vestimenta, o bien para colocarlo en el auto o en el exterior de nuestras casas. Eso no nos impide tener una postura atenta y crítica con respecto a la realidad del país. Podemos homenajear a nuestros próceres y lucir nuestros símbolos patrios sin dejar de ahondar en el análisis de la situación nacional, sus problemas y retos; sobre todo, sin renunciar a nuestro compromiso de estar unidos y claros en la acción ciudadana.

Ojalá que este 15 de septiembre haya respondido a estas coordenadas, en bien de la patria, y que quienes festejaron lo hayan hecho en torno a la unidad familiar, con una conciencia cívica bien entendida y mejor encauzada.

Asimismo, claro, está, que el Grito se haya aderezado con los mejores sabores de México, propios de la temporada, que ya sabemos son únicos, vastos y exquisitos.

Que muchos hayan optado por conmemorar la gesta iniciada en 1810 y, donde sea que se ubicaran, hayan dado el famoso grito. Y que lo den las veces que sea necesario: un grito de júbilo, sí, pero también de protesta, de denuncia y de acción propositiva cada vez que le haga falta al país.

 

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