EL GRAN ENGAÑO

La sociedad de nuestros días es una sociedad que desafía a la muerte. La combatimos y repelemos, posponemos nuestros duelos y tenemos prisa por volver a vivir con “normalidad”. Esta actitud por fingir que las cosas, situaciones, estados de ánimo y personas no cambian ocasiona serios daños emocionales.

Por alguna razón, hemos sido instruidos para pensar que cuando las cosas marchan bien, cuando no tocan a nuestra puerta la enfermedad, las crisis económicas, las despedidas, las rupturas, entonces y solo entonces podemos ser felices. Hemos llegado al punto de creer que la manera de asegurar nuestra felicidad es consiguiendo que las cosas no cambien y que dicha “felicidad” es el mandato tácito en nuestras vidas, pero este objetivo es ilusorio, NADIE es feliz todo el tiempo. Las experiencias dolorosas propician nuestra maduración, nos volvemos más sensibles, desarrollamos empatía e interés por otros en situaciones similares y aprendemos más acerca de nuestros propios valores y emociones.

El sufrimiento y hasta el nombre de algunas enfermedades es considerado digno de repudio. Se prohíbe hablar de esos temas al interior o al exterior de la familia. Porque en una sociedad mercantil que solo ensalza la belleza, la juventud y el éxito, estar cerca de alguien que sufre, incomoda a la gente. Al afligido le es difícil encontrar el apoyo necesario que le ayude a resolver su pena. Es hasta imprudente pedir a alguien que escuche tus llantos y lamentos. Es posible aún ser rechazado por quienes desconocen cómo ayudarte porque temen “engancharse” o “contagiarse” de tu dolor.

Todo esto es parte del “Gran Engaño”…

Frecuentemente pienso que el mayor logro de la cultura moderna es su brillante manera de vender las bondades del mundo material y sus distracciones estériles. La sociedad actual es un continuo de todas aquellas cosas que nos alejan de la verdad, que hacen difícil vivir para la verdad y que inducen a la gente a dudar incluso de su existencia. Y pensar que todo surge de una civilización que dice “adorar” la vida, pero que en realidad la priva de todo sentido real; que habla sin cesar de “hacer feliz” a la gente, pero que de hecho le cierra el paso a la fuente de la auténtica alegría.

Este estilo de pensamiento favorece una ansiedad y depresión fomentada cuidadosamente a través de una maquinaria de consumo. Así, obsesionados por falsas esperanzas, sueños y ambiciones que prometen felicidad y sólo conducen a la desdicha, somos como personas que se arrastran por el desierto sin fin, muertas de sed, y como las enseñanzas antiguas dicen: “Todo lo que el mundo te ofrece para beber es un vaso de agua salada que vuelve tu sed aún más intensa”.

Nos obstinamos toda la vida en construir una personalidad basada en el tener no en el ser, de modo tal que pienso que soy lo que poseo: “Soy abogado, soy próspero, tengo salud, una casa linda, tengo un novio (o un esposo), tengo una familia, tengo un auto, una cuenta en el banco, tengo…, tengo…, tengo…”
Gastamos nuestras vidas acumulando pertenencia, afanados en obtener todas estas cosas que cuando muramos no podremos llevarnos. Tanto es nuestro afán que cuando llega el momento de la muerte ésta nos sorprende sin estar preparados.

El cristianismo también es muy claro a este respecto cuando nos dice en Mateo 16, 26: “Pues, ¿qué se ganará el hombre si gana todo el mundo, pero pierde su alma?

La impermanencia y la comprensión de ella como una constante en el universo, es paradójicamente la única cosa a la que podemos aferrarnos. La impermanencia es como la madre Naturaleza, como el cielo o la Tierra. No importa lo mucho que cambie o se venga abajo alrededor de nosotros, ellos siguen ahí. Supongamos que estamos en medio de la peor crisis existencial de nuestra vida y que dicha crisis apareció repentinamente, sin previo aviso. La tierra sigue ahí, las estrellas siguen ahí, el tiempo sigue avanzando… Así es la muerte, así son las penas, son lo único que sabemos que de seguro ocurrirá en nuestras vidas.

¡NADA ES PARA SIEMPRE! NADA…

Por eso mi propuesta es, pon como el objetivo de tu vida la meditación activa sobre la impermanencia.

Reflexiona en esto:

1. Recuerda en todo momento que estás muriendo. Todas las demás personas y cosas que te rodean, también mueren, de modo que esto te debe llevar a tratar a todos los seres en todo momento con amor y comprensión.

2. Lleva tu comprensión de la muerte y de la impermanencia a un nivel de reflexión que te motive a vivir como si éste fuera el último día, dando lo mejor de ti, amando y concediendo de esta forma un sentido ulterior y trascendente a tu vida.

Mejor es la fama que el buen ungüento; y mejor el día de la muerte que el día del nacimiento. Salomón.

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