Publicado por Mely Ramos el 4 de Marzo de 2010 a las 6:36am
Se cuenta que un día, sin haber hecho cita, un matrimonio se presentó tímidamente en la oficina del Presidente de la Universidad de Harvard. La mujer iba con un desteñido vestido de algodón barato y su esposo con un raído traje.Habían hecho un largo viaje en tren que los llevó a Boston y de la estación habían caminado directamente hasta la universidad. La secretaria presupuso que provenían de los bosques, que eran campesinos, y que no tenían nada que hacer en Harvard, ni merecían estar en Cambridge Massachussets.Por horas ella los ignoró, esperando que la pareja se desanimara y se fuera, pero ellos no lo hicieron. La secretaria, cuya frustración aumentaba, finalmente decidió interrumpir al presidente: "Tal vez si usted conversa con ellos por unos minutos, se irán", le comentó.Él hizo una mueca de desagrado y asintió. Alguien de su importancia obviamente no tenía tiempo para atender a ese tipo de gente, además, detestaba los vestidos de algodón barato y los trajes raídos en la oficina. El presidente, con el ceño hosco y con dignidad, se dirigió con paso arrogante hacia la pareja.La mujer le explicó su visita: "Tuvimos un hijo que asistió a Harvard por solo un año. Él amaba la universidad, era feliz aquí, pero hace un año murió en un accidente. Mi esposo y yo deseamos levantar un memorial para él en alguna parte del campus".El presidente no se interesó: "Señora", dijo ásperamente, "no podemos poner una estatua para cada persona que asista a Harvard y fallezca. Si lo hiciéramos este lugar parecería un cementerio"."Oh no", contestó la mujer rápidamente. "No deseamos erigir una estatua; pensamos que nos gustaría donar un edificio a Harvard".El presidente entornó sus ojos, echó una mirada al vestido de algodón barato y al traje raído, y entonces exclamó: "¡Un edificio! ¿Tienen alguna remota idea de cuánto cuesta un edificio? Hemos gastado más de siete millones y medio de dólares en los que están aquí en Harvard!".Por un momento la mujer quedó en silencio. El presidente estaba feliz, tal vez podría deshacerse de ellos ahora. La señora se volvió a su esposo y dijo suavemente: "¿Eso es todo lo que cuesta construir una universidad? ¿Por qué no construimos la nuestra?". Su esposo asintió. El rostro del presidente se oscureció por la confusión y el desconcierto.El señor Leland Stanford y su esposa se levantaron y se fueron, viajaron de regreso a Palo Alto, California, donde fundaron una universidad que lleva su nombre, la Universidad Stanford, que se construyó en memoria de un hijo con el dinero que a Harvard no le interesó.La Universidad Leland Stanford Junior fue inaugurada en 1891 en Palo Alto. Es "Junior" porque era en honor al fallecido hijo del rico terrateniente. Ese fue su memorial. En muchos aspectos, hoy en día se le considera como la número uno del mundo, por arriba incluso de Harvard.Esta anécdota ha llevado a muchos pensar que es fácil caer en prejuicios y dejarnos guiar sólo por impresiones superficiales, olvidándonos de la dignidad que tiene cualquier persona, independientemente del bien que pueda hacernos. La calidad de una persona se manifiesta con claridad en el modo en que tratan a quienes piensan que no son de “su clase”.
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