El miedo es una emoción muy recurrente. Podríamos decir que, si el mayor porcentaje del peso de nuestro cuerpo es agua, el miedo es el “agua turbia” de cantidad de sentimientos y pensamientos negativos. El miedo está presente en los celos, en la vergüenza, en la culpa y en la codicia, por citar sólo algunas emociones.
Siendo así, ¿cómo se “seca” el miedo? Solo hay un antídoto posible: el amor verdadero. Por ejemplo, ¿por qué nos comparamos con los demás? ¿No será por miedo a no ser lo suficientemente buenos? Observamos a las personas denuestro entorno y entramos en el juego fatídico de la comparación: comparamos la apariencia, la inteligencia, los logros, quién tiene más, etc. La forma de salir de esta espiral pasa por reconocernos a nosotros mismos como seres valiosos: tú tienes tus cualidades, yo las mías. Los dos somos dignos de respeto y amor. Los dos somos lo suficientemente buenos y podemos complementarnos.
John Bowlby experimentó con monos la dicotomía miedo-amor y pudo comprobar que EL AMOR VENCE AL MIEDO DE FORMA SISTEMÁTICA. En una fase posterior varios de sus alumnos pudieron comprobar que este fenómeno es extrapolable a los seres humanos. Para ello partieron de la idea de que hay dos objetivos básicos que guían el comportamiento de un niño: la SEGURIDAD y la EXPLORACIÓN. Un niño que está seguro, sobrevive; un niño que explora y juega, desarrolla las habilidades e inteligencia necesarias para la vida adulta. Por esta razón todas las crías de mamíferos juegan; y cuanto mayor es su neo-córtex, más necesitan jugar. A menudo estas dos necesidades son opuestas; sin embargo, están reguladas por una especie de “interruptor biológico” que controla el nivel de seguridad del ambiente. Cuando ese nivel es el adecuado, el niño juega y explora. Pero tan pronto como baja demasiado, es como si se accionara ese interruptor biológico y la necesidad de seguridad se volviese primordial en el hábitat del niño. El niño deja de jugar y se vuelve hacia su madre. Si esta no está a su alcance, el niño llora con desesperación creciente; y cuando su madre vuelve, el niño busca el contacto, o algún otro consuelo, antes de que el sistema se pueda restablecer y el juego se reinicie.
Si quieres ver este fenómeno en acción, intenta involucrar a un niño de dos años en un juego. Si vas a casa de un amigo y conoces a su hijito por primera vez, esto debería llevarte en torno a un minuto. El niño se siente seguro en su entorno (ambiente familiar), y su madre funciona como lo que Bowlby llama una "base segura", una figura de apego cuya presencia garantiza seguridad, detiene el miedo y, por tanto, permite las exploraciones que llevan a un desarrollo sano. Pero si tu amigo y su esposa llevan a su hijito a tu casa por primera vez, probablemente te llevará más tiempo. Seguro que tendrás que caminar alrededor de tu amigo para encontrar la pequeña cabecita del niño escondida entre sus piernas. Y luego, si tienes éxito para comenzar un juego, observarás lo que sucede cuando su madre se va a la cocina para buscar un vaso de agua. El “interruptor biológico” se dispara, el juego termina y tu nuevo compañero de juegos escapa corriendo hacía la cocina al encuentro con su madre. En este caso EL AMOR DE LA MADRE REPRESENTA EL VERDADERO ANTÍDOTO HACIA LA INSEGURIDAD (miedo) del niño de dos años.
Los sentimientos no son lo que parece
Es posible que en este momento tu discernimiento te lleve a pensar: "Bueno, si manejar pensamientos de amor tiene un poder sanador, ¿por qué los hospitales están llenos de enfermos con familiares a su lado? ¿Por qué el amor de la familia no cura al paciente?". La respuesta está en el tipo de pensamientos que la familia envía al paciente. Si examinamos esos pensamientos a fondo, veremos que son principalmente pensamientos asociados a angustia y miedo, acompañados probablemente de culpa y ansiedad.
Muchas terapias de última generación utilizan la CUARENTENA como una parte importante del proceso de sanación de enfermedades graves. Básicamente consiste en aislar al enfermo de su entorno habitual, incluidos parientes cercanos y amigos, para evitar esa transferencia emocional. La cuarentena es una práctica de salud tan antigua como la humanidad. Si has leído la Biblia o cualquier otro Libro Sagrado sabes que existen infinidad de referencias a la cuarentena: los cuarenta días que Jesús estuvo en el desierto; los cuarenta días que duró el diluvio Universal; la cuaresma previa a Pascua; etc. Si buscamos referencias más biológicas nos encontramos con hechos muy concretos: Los cuarenta días que tarda en curarse la fractura de un hueso; los cuarenta días que tarda en recuperarse por completo la matriz de una mujer después de dar a luz; entre otras muchas. No está confirmado por la ciencia, pero los cuarenta días parecen representar un ciclo natural que necesitan las células de nuestro cuerpo para regenerarse.
Lo que hace el aislamiento de la cuarentena es permitir que la neurología se reorganice y se reprograme. En este caso la persona aislada entra en un estado de convalecencia; necesita un tiempo para que los tejidos corporales se recuperen y para que los pensamientos y sentimientos se ordenen. Piensa que las emociones son huellas orgánicas sobre el tejido nervioso de tu cuerpo y, desde un punto de vista de recuperación, funcionan como si se tratara de una cicatriz.
Feliz Camino !!
Comentarios