Hablar de economía de género es hablar tanto del rol productivo de los hombres y mujeres y de la división sexual del trabajo como hablar de la importancia de las necesidades, privilegios, derechos y obligaciones de mujeres y hombres en la sociedad.
¿Y por qué hablar de economía de género en este momento? Es claro que a raíz de la pandemia por la Covid-19, la afectación en los niveles de vida de las mujeres es pronunciada; en términos de su integridad física y su seguridad económica.
Por esta razón se vuelve, hoy más que nunca prioritario, seguir impulsando la agenda de transversalización de género, misma que implica incorporar el principio de igualdad en el diseño y puesta en marcha de proyectos orientados a promover la autonomía de las mujeres.
De manera particular, se debe resaltar que los proyectos de intervención para mejorar la calidad de vida de las mujeres deben enfocarse en el desarrollo de capacidades que las empoderen y las hagan reconocer su valor personal y que estimulen la creación de emprendimientos.
Uno de los retos para lograr la autonomía económica está en el cierre de brechas. Se sabe que, entre las brechas de género, persiste la relacionada al empleo y salario a favor de los hombres; y otra que también persiste, es la brecha respecto al acceso a servicios y productos financieros.
Recientemente el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) presentó el reporte “Políticas Públicas para la Inclusión Financiera de las Mujeres para la Movilidad Social en México”. En él destacan que, “8% de las mujeres ahorra en una institución financiera (12 % en el caso de los hombres), mientras que, en América Latina, este porcentaje es del 13 % (22 % en el caso de los hombres).” Este es tan sólo un ejemplo de indicador en términos de acceso a servicios y productos financieros (ahorro, inversiones, seguros, ahorro para el retiro, etcétera).
De acuerdo a este mismo reporte, las mujeres particularmente de la base de la pirámide, tienen barreras de acceso tales como la informalidad de sus negocios o empleos, las responsabilidades de cuidados, la no posesión de bienes inmuebles o patrimonio que pueda servir como garantía, lo que su vez impacta en su nivel de ingresos y el otorgamiento de un crédito y la generación de un historial, en realizar una inversión, proteger su futuro a través de un plan de retiro.
Es por ello que el fomento de la educación financiera para lograr una inclusión efectiva y la autonomía económica, es clave en el desarrollo de capacidades de las mujeres. El manejo adecuado de sus presupuestos, la definición de metas financieras personales y de negocio, la toma de decisiones informadas en situaciones emergentes, son fundamentales para fomentar no sólo el acceso de las mujeres a empleos formales sino a la creación y puesta en marcha de negocios operados por ellas mismas.
El nivel de educación financiera que las mujeres tengan será un indicador clave para el éxito de sus planes de vida y de negocio. En esa medida también se verá impactado el acceso a servicios y productos financieros, a otros servicios de desarrollo empresarial, se fomentará la formalización de las empresas y por tanto el rol productivo de la mujer será más visible y valorado en la economía.
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