El abusador sexual de niñas y niños suele ser un familiar o una persona conocida que recurre al chantaje y a la amenaza como herramientas para silenciar el hecho. De ahí que una de las principales sugerencias ante este tipo de violencia sea escuchar y tomar en serio a la víctima, pues los niños muy pocas veces inventan historias de abuso sexual.
La presente afirmación viene al caso sobre todo en estos días en los que los líderes de opinión desinforman a la sociedad, mientras que los gobernantes actúan con pasividad ante los casos recurrentes.
Viene al caso ahora que el arzobispo Jozef Michalik, jefe del influyente Episcopado, en el marco de las revelaciones relacionadas con sacerdotes polacos pedófilos comentó que las víctimas contribuyen a que las abusen: “un niño de una familia abrumada busca acercarse a otros, pierde el rumbo y hace que la otra persona también lo pierda” (El Universal, 24 de octubre de 2013).
Michalik culpó a los padres, al divorcio, al debilitamiento de la familia tradicional, al “amor egoísta” promovido por la televisión, a la pornografía, a la “nueva ideología de género”, a las feministas, bueno hasta a los propios niños de hacer perder el rumbo de la libido sexual de los adultos. No así al abusador.
La tendencia a culpar a la víctima y excusar al protagonista de cualquier tipo de violencia, continúa sumamente arraigada. Es una cuestión ideológica gestada en culturas patriarcales y machistas, transmitida a través de las instituciones de la sociedad: escuelas, iglesias, medios de comunicación...
El trabajo ha sido realizado con sumo éxito. Lo que dice un arzobispo polaco, lo repite el abogado defensor de Miguel Ángel Jasso (joven de Guanajuato que estuvo a punto de asesinar a Lucero por oponerse a tener relaciones sexuales con él) cuando en su defensa trae a colación, sin venir al caso, lo que para él es una práctica sexual inmoral de la agredida, deslizando la culpabilidad de la violencia hacia la propia víctima.
Esta tendencia la reproduce, también, el empresario Ricardo Salinas al afirmar que a la mujer de la sociedad moderna le está yendo mal porque quiere hacer de todo: “producir un bebé, criarlo, educarlo”.
Lo replican las campañas y acciones de prevención de la violencia cuando ponen énfasis en que sean las potenciales víctimas las que deben defenderse. Cuando la sociedad considera que a las mujeres debe gustarles ser maltratadas, de lo contrario se saldrían de esa situación. Cuando los peritos sostienen que las niñas y niños fantasean el abuso sexual, amparados en ciertas “teorías” psicológicas.
¿Cuánto tiempo se requerirá para que asumamos que el culpable de la violencia es exclusivamente quien la ejerce y que debe dar cuentas de ello? Dicen los sociólogos que cuando se trata de cambiar paradigmas se requieren por lo menos tres generaciones. Obviamente siempre y cuando comencemos ahora. Y tengo la sospecha que en nuestra sociedad aún no hemos comenzado de manera suficiente.
Cuando hablamos de violencia hablamos de abuso de poder, de relaciones verticales, de mecanismos de amenaza, aislamiento, silenciamiento y abuso que desestructuran la personalidad de la víctima. De ahí que esta no pueda salir de la situación por sí sola. Es por eso que no basta con proporcionarles sugerencias sobre cómo ponerse a salvo, sino que es necesario poner el dedo en el agresor para inhibir sus conductas, al mismo tiempo que a las víctimas se les proporcionan elementos de seguridad y apoyo ante el poder desigual instalado en la relación, donde la primera condición es creer el testimonio de éstas. De lo contrario cualquier acción emprendida seguirá quedándose corta (como hasta ahora).
Comentarios
Muy interesante tu artículo, efectivamente es tiempo de que no solamente le demos voz a las víctimas, sino que validemos su testimonio ante las instancias correspondientes. El daño moral que causa el agresor es difícil de poder sanar, se necesitan en ocasiones muchos años de terapia. Saludos y gracias por un escrito tan inteligente y actual.