Hay personas que ceden espacios y hay otras que los toman y aquellas personas que toman el espacio que esas primeras le ceden, terminan haciendo imposible el intentar respirar a su alrededor. Y estamos hablando sin duda del perfil de un manipulador o manipuladora, que se aprovecha de los flancos más débiles que tiene su víctima y del análisis interno que esa víctima debe hacer, para poder descubrir cuáles son los motivos por los cuales se ha dejado manipular durante tanto tiempo.
¿Y cuál es el perfil de esa figura de manipulador? ¿Cómo podemos describir este tipo de individuos? ¿Cuál es la finalidad que persigue el manipulador con esa manera de actuar? Éstas y otras tantas preguntas surgen cuando intentamos profundizar en este tema que involucra un gran porcentaje de las relaciones humanas y sobre todas las cosas, un gran porcentaje de las relaciones amorosas.
El manipulador es un individuo que intenta imponer su criterio y su forma de ver las cosas en la vida cotidiana. Y hasta aquí no parecería demasiado peligroso este comportamiento de alguien que intenta de alguna manera convencernos que lo que piensa, lo que siente y lo que actúa es lo correcto. Acá el problema está en CÓMO esa persona intenta imponer ese criterio, CUÁLES son los mecanismos y los caminos que utiliza para poder imponerlo. En primer lugar busca siempre satisfacer sus necesidades e imponer su voluntad y no tiene en cuenta para nada lo que la otra persona siente o precisa.
Quizás tú te sientas identificado o identificada con lo que estoy diciendo. Y si no es directamente vinculado a tu realidad, es muy probable que estás pensando en alguien de tu entorno cercano que sabes que tienen este tipo de comportamiento. Y es probable que todos en algún momento de nuestra evolución de niños hacia adolescentes, hayamos utilizado este mecanismo de la manipulación para poder obtener algún resultado positivo de algo que queríamos.
Pero acá nos estamos refiriendo a la manipulación como un estilo de vida, como una forma de comunicación y de relacionamiento perverso, por lo tanto patológico, en el cual hay una figura que supuestamente es la dominante y que buscará todos los medios y todos los caminos para imponer ese criterio. Por lo tanto, por definición podemos decir que el manipulador es un ser abusivo, claramente abusivo.
Ahora, ¿qué circunstancias deben darse para que esta modalidad tan anormal de comunicación y de relación pueda llevarse a cabo? En primer lugar una de las particularidades de este tipo de personajes, es la enorme inseguridad personal que los caracteriza, que puede llevarlos al apremio emocional, cuando no a la violencia psicológica o física, para lograr sus objetivos. Es decir, esa aparente dureza o esa aparente firmeza que muestra el manipulador hacia el exterior, no es otra cosa que una capa de barniz de su enorme inseguridad como persona, que intenta cubrir con ese manto de seguridad o de firmeza.
Pero por otro lado se encuentra la víctima o el receptor de esta forma de vincularse tan invasora, que es una persona con serios problemas de autoestima que en su desesperación o en su ilusión por mantener la armonía de su relación de pareja, por ejemplo, o cuando nos referimos al ámbito laboral, amenazado de perder su fuente de trabajo, va adoptando cada vez más un rol pasivo, se va dejando manejar, va accediendo a todos los designios de quien controla a su voluntad todas las situaciones que se pueden dar en el tipo de relación que los une.
Convengamos que para que exista un manipulador tiene que existir una víctima que lo permita. Si esa víctima mejora su autoestima, va a poner en juego los límites y esos van a hacer que el manipulador no pueda invadirlos libremente sino que va a tener que retraerse, recomponer su situación y probablemente ceder también en algunos espacios.
Pero tratemos de entender de qué manera se constituye una relación de manipulación. Para que exista tiene que haber una relación asimétrica, una relación de desigualdad entre dos o más personas, desigualdad que se manifiesta en que una de ellas claramente da y cede en forma permanente, mientras que la otra recibe constantemente.
Y nos preguntamos: ¿estamos conformes con nuestro estilo de vida? ¿Podremos seguir cediendo cada vez más espacios hasta perder definitivamente nuestra identidad? ¿Hay alguna justificación real para nuestra conducta?
Y sin apresuramientos y sin pasión, vamos a empezar a responder lentamente a estas preguntas, cuyas respuestas únicamente están guardadas en el centro de tu persona y solamente pueden surgir de un diálogo franco, leal, honesto. Ese diálogo interno que va a reflejar cuáles son nuestras genuinas ambiciones en la vida y el propio instinto de conservación nos va a ayudar a que en determinado momento de la vida, que será diferente para cada persona, digamos BASTA! Hasta aquí hemos llegado, consintiendo y consintiendo todo lo que se nos pidió, poniendo coto a nuestra infructuosa negativa de ceder a los designios de quien día tras día ha intentado y ha logrado manipularnos en forma despiadada.
Y tenemos que preguntarnos:
¿Dónde han quedado nuestros derechos? ¿Quién ha de reconocerlos? ¡La responsabilidad es de cada ser humano en defender sus espacios, sus límites y su derecho a una vida digna!
Dr. Walter Dresel
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