Cuando hablamos de futbol aludimos a un deporte pero nos referimos también –y sobre todo– a un espectáculo masivo.
Por tanto, el futbol no sólo se ubica en los rubros del entretenimiento y los negocios sino también en el ámbito de la antropología y la sociología. Forma parte de las costumbres y prácticas muy acentuadas en las sociedades modernas, que gustan de confrontarse lúdicamente en una cancha futbolera. Alguien ha dicho ya que el futbol es el juguete de los adultos de las sociedades contemporáneas.
Con rigurosa periodicidad las competencias se repiten lo mismo con un sentido deportivo, amateur, como es el caso de los Juegos Olímpicos, que con propósitos más profesionales y comerciales, como en la llamada Copa Mundial. Están, además, las incontables ligas de cada país, así como los torneos regionales o intercontinentales, entre muchos otros encuentros futboleros.
Abordo hoy este tema sobre todo por el pésimo desempeño que ha tenido nuestra selección nacional de futbol en fechas recientes, y porque me parece que existe toda una cultura futbolera que implica conductas individuales, grupales y colectivas de la más diversa índole.
Van tan sólo algunos ejemplos: tomar cerveza frente al televisor, usualmente los fines de semana, mientras se presencia un partido en compañía de los cuates; ir a la columna de la Independencia o tocar como desaforados el claxon del auto en tono triunfal cuando gana la selección nacional; hacer festivamente “la ola” en los estadios; quedar absortos ante los comentarios deportivos en periódicos, radio y televisión; organizar quinielas en la oficina; comprar camisetas y objetos promocionales de los equipos; crear y corear porras e himnos. En fin, una serie de comportamientos que envuelven, seducen y tornan adictos a millones de seres humanos en el mundo.
Claro que se han escrito múltiples ensayos para analizar este fenómeno social bajo enfoques económicos, psicológicos o políticos. E incluso literarios, como el libro de Juan Villoro, Dios es redondo, donde el escritor mexicano describe con muy buena pluma los recovecos de este deporte; como el propio autor dice: “las supersticiones, los ritos y los mitos que han convertido a los estadios en catedrales, a los jugadores en apóstoles y a los árbitros en ángeles del infierno investidos del poder de quebrar la esperanza o desatar una vanidosa crueldad”.
Efectivamente, es tal en entusiasmo que suscita este deporte-espectáculo que un resultado puede llegar a incidir en el ánimo social, ya sea que provoque una exaltación gozosa ante un triunfo o dé lugar a la franca depresión cuando llega la derrota. Ha habido, incluso, tragedias asociadas con los resultados: muertes por infarto de algún espectador frente al televisor, suicidios ante la pérdida del equipo favorito y hasta homicidios, como el de aquel futbolista colombiano que metió un autogol en la Copa Mundial de 1994 y al regresar a su país fue asesinado.
Volviendo al futbol mexicano actual, la percepción de los aficionados (incluidas ya infinidad de mujeres que de manera creciente se interesan por este deporte) es que resulta decepcionante la cadena de fracasos de la selección mexicana frente a otras de Centroamérica que, se supone, tienen inferior rendimiento. Los juegos recientes de la selección generan lo mismo un sentimiento de pasiva frustración que de activa indignación.
Como verán, se trata de un tema sobre el que podríamos seguir hablando –y seguramente hablaremos– mucho más. Por lo pronto pienso que el futbol debería disfrutarse con mayor ecuanimidad, pues es evidente que no se juega en cada partido el honor nacional ni van de por medio nuestras capacidades como sociedad. Si así fuera, deberían entonces ganar consuetudinariamente las grandes potencias como Estados Unidos y China, lo cual no ocurre. Claro que se vale emocionarnos y divertirnos, amén de sentir satisfacción cuando nuestro equipo gana. Pero sin fanatismo, melodramas o, peor aún, como si se tratara de una tragedia nacional.
Por lo pronto, antes de que las pasiones se desborden con la Copa Confederaciones que se llevará a cabo en Brasil, aprovechemos que el tema nos da para recuperar y disfrutar las siguientes frases de grandes escritores que bien en serio se han tomado el asunto. ¿Qué les parece esta reflexión del francés Albert Camus?: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol”. El comentario del neoyorquino Paul Auster no se queda atrás: “El futbol es un milagro que le permitió a Europa odiarse sin destruirse”. ¿Y qué opinan de esta frase del español Manuel Vázquez Montalbán: “El futbol es la religión diseñada en el siglo XX más extendida del planeta”. Acerca, justamente, del futbol como motivo de culto está la contundente opinión del uruguayo Eduardo Galeano: “El futbol es la única religión que no tiene ateos”. Y, del mismo Galeano, ésta otra más jocosa (¿y cierta?): “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de futbol”.
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