El teatro es una expresión humana artística y social que proviene de tiempos remotos. Así lo comprobamos desde las manifestaciones más antiguas, donde los actores usaban máscara y los diálogos eran colectivos a manera de coros –se tratara de tragedia o comedia–, hasta nuestros días, en que se echa mano de la tecnología más avanzada en los escenarios. En su recorrido a lo largo de los siglos, el teatro ha evolucionado para ramificarse en diversos géneros.
Está, por ejemplo, esa modalidad tan popular en nuestros tiempos, que es el teatro musical. Como sabemos, este género surge de la combinación de una historia, que generalmente se encuadra en la comedia, y su musicalización con canciones y bailes. De hecho, nace a inicios del siglo XIX en las grandes ciudades, como París, Londres y Madrid, derivado de la ópera y la opereta, así como de otras manifestaciones similares, como, digamos, la zarzuela: Ya en el siglo XX queda conformado como tal con características muy propias: los llamados musicales, que tanto éxito tienen en las grandes urbes. Baste citar, por ejemplo, las famosas puestas en escena en Broadway, que debido a su enorme aceptación llegan a permanecer años cartelera.
Al respecto, quiero comentar sobre una obra que se acaba de estrenar en México: La fierecilla tomada, que me brindó momentos gratos por la música de los años veinte y, como debe ser, por su buena dosis de humor, además de que cuenta con actuaciones espléndidas, un argumento sencillo y un “final feliz”.
La historia gira en torno a un hombre de edad madura (el Hombre del sillón) que se recluye en su departamento para huir de la homofobia. Ahí, en la intimidad de su hogar, evoca una obra musical que lo impresionó en su juventud, escucha la música y narra la historia con nostalgia, de modo que desfilan ante sus ojos sus personajes favoritos. Se trata, efectivamente, de una estructura de teatro dentro del teatro, que en este caso emplea los recursos de las comedias musicales pero a la vez ironiza sobre ellas. Por eso se dice que es un musical dentro de una comedia. O, como señaló uno de sus productores: “Es un musical para los que no les gustan los musicales”.
El eje de la puesta en escena –el llamado Hombre del sillón– es el magnífico Héctor Bonilla, quien está acompañado por un elenco soberbio, en el que destacan los experimentados Jacqueline Andere y Roberto Blandón. También lucen los valores jóvenes, como Mauricio Martínez y Chantal Andere. Participan, además, con notable profesionalismo, Norma Lazareno, Ari Telch, Moisés Suárez, Mónica Sánchez Navarro y 10 actores más. Tanto la escenografía y el vestuario son por igual vistosos y versátiles, como son todos los bailes y cantos, muy vitales y llamativos. Por cierto, cuenta con una muy agradable orquesta en vivo. En síntesis, una puesta en escena impecable y deliciosa.
Desde luego, en gran medida esto se debe al talento y audacia de sus productores, jóvenes que son ya un referente en el teatro actual: Guillermo Wiechers y Juan Torres. Por igual, hay que reconocer a la grandiosa Fela Fábregas, a quien tanto le debe nuestro teatro contemporáneo, que abrió las puertas del legendario Teatro San Rafael para esta obra, la cual seguramente será un logro más para este recinto.
Es la primera vez que esta obra se presenta en nuestro país. Su título original es The Drowsy Chaperone, fue escrita por Bob Martin y Don McKellar, y musicalizada por Lisa Lambert y Greg Morrison. Se estrenó en Broadway en 2006 y ese mismo año obtuvo cinco premios Tony. Los productores mexicanos tuvieron que ser pacientes, pues esperaron ocho largos años para comprar los derechos y contar con la infraestructura necesaria para una obra musical de gran formato. Pero, en definitiva, valió la pena.
Los invito, estimados lectores, a constatar el éxito de este loable esfuerzo. ¡No se arrepentirán!
Facebook: Martha Chapa Benavides
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