DE LOS SABERES Y SABORES DE MI MADRE

 

Mi madre cumple un mes de que tomó otra dimensión  existencial y siento que el tiempo pasa rápido pero la tristeza no tanto. Va anidando en nuestro ser y adquiriendo diferente expresiones. Sin embargo, he tratado de remontar este dolor acordándome  de todas las enseñanzas que me dejó, que al hacer un balance, son mucho más las cosas positivas que las que no lo fueron.

 Una mujer que me enseñó o  intento enseñarme. Y cuando digo que solamente intento lo pienso por mí, pues por ejemplo, no aprendí del todo la lección de ser un ama de casa perfecta, como ella lo fue. Y un tanto como disculpa, digo que dispongo de poco tiempo ya que me asumo como una pintora que cocina, una cocinera que escribe y una mujer que sobrevive  a esta era tan difícil para los seres humanos de todos los rincones del mundo, en especial para nuestro género

Pero no quiero distraer ni un segundo de atención de lo que necesito  platicarles de doña Esthela Benavides Villarreal,  quien nació en Cerralvo y que por cierto no me cansaré de subrayar que fue una mujer hermosa, muy bella. Era un clamor generalizado en su tiempo y aún hoy día todavía sostienen, quienes la conocieron, que su deslumbrante belleza era digna de haber sido artista de cine e incluso de Hollywood, aunque tal vez ella no estuvo tan consciente de lo   que traía entre manos. Esa belleza le valió que, mi padre la viera en algún momento retratada cuando fue reina de belleza por primera vez, en una revista, y ni tardo ni perezoso se dejó ir a conocerla a ese bello pueblo que algún día llegó a ser la capital de Nuevo León.

Mis padres fueron novios durante cinco años y finalmente se casaron.

Ella tenía 19 y mi padre 30 y así empezaron a construir un hogar fincado en ese andamiaje, muy a la usanza de la época, ella dedicada el cien por ciento a los cuidados de la casa; y mi padre a la medicina, con una especialidad muy novedosa  en aquel entonces como fue la urología. Trabajaba sin cesar y lo abrumó el reconocimiento. Fuimos cuatro hijos, yo la mayor,  luego mis hermanos Napoleón y Gerardo y finalmente Lourdes.

Doña Esthela, comandaba  en la casa con una eficiencia maravillosa, y quizá el único pero es que era demasiado férrea, si bien Aunque siempre tuvo apoyos en los quehaceres domésticos. Siempre estaba en la casa y recuerdo perfectamente  la devoción por la limpieza que quizá iba al extremo.

Era una buena cocinera, aunque no alcanzó el grado de Cordón Blue, pero si la caracterizaba una sazón muy exquisita Le encantaba preparar los platillos que le gustaban a mi padre: lengua almendrada, (el típico guiso de calabacitas con elote), y, la fritada que también aparecía en su repertorio, sin que faltara el guacamole, que era uno de sus sabores favoritos, y también una buena carne asada, muy del norte, y por supuesto siempre presentes las verduras porque a mi padre le preocupaba el binomio salud y alimentación.

Un lejano pero omnipresente guardián de nuestra dieta, al que le importaba que comiéramos sano.  En ese sentido, las aguas frescas eran imprescindibles ya que nunca estuvieron presentes en nuestra mesa  refrescos embotellados.

De vez en cuando preparaba camarones que también eran su delirio y unas frescas y suculentas ensaladas. Todas estas ricuras estaban coronadas por postres que no siempre eran austeros, pues de vez en cuando había flan, pasteles, marquesotes. Y eso sí, siempre estaban los fruteros rebosantes, que por cierto, él personalmente iba a comprarla a la Frutería “La Victoria”, que ha sido parte importante de mi vida como creadora.

Y bueno ya les seguiré platicando en mi próxima colaboración.

 

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