De una familia de estirpe distinguida en las letras mexicanas, Arturo Azuela hizo méritos propios en el mundo de la literatura y nos legó obras de primera línea.
Muy elogiada fue, por ejemplo, El tamaño del infierno (1973), su primera novela, merecedora del Premio Xavier Villaurrutia, obra inspirada en su propia familia y que recrea el barrio donde vivieron durante décadas: la legendaria Santa María la Ribera.
Nieto del célebre escritor Mariano Azuela –quien inauguró la novela de la Revolución mexicana–, Arturo Azuela relataba que había nacido y crecido entre libros. En una entrevista realizada por Club de Lectores en 2005, el escritor recordó: “En la casa donde nací, como era muy grande, había tres viviendas; en una de ellas estaba mi abuelo, Mariano Azuela; en otra estábamos nosotros, que éramos ocho. Vivíamos en la casa del centro; en otra, que era la casa del fondo, estaban mi tío y sus hijos. Y mi padre era un magnífico lector. De modo que había tres bibliotecas: la biblioteca de mi abuelo, la de mi padre y la de mi tío. Pero muy especialmente la biblioteca de mi padre. Desde muy niño, hizo que los libros fueran mis compañeros de toda la vida”.
Aunque su formación universitaria provenía del área de las ciencias, concretamente de la división de matemáticas, disciplina en la que obtuvo el grado de maestría, incursionó también en el campo de historia, hasta alcanzar el doctorado. Obtuvo también el doctorado cum laude de la Universidad de Zaragoza en España. Esa formación multidisciplinaria le permitió adentrarse lo mismo en la literatura que en el ensayo, así como en la divulgación de la ciencia.
Su brillante trayectoria académica se extendió a la docencia en su propia alma máter, la Universidad Nacional Autónoma de México, donde estuvo al frente de la Dirección de la Facultad de Filosofía y Letras en los años ochenta. En la misma institución fue también director de la Casa del Lago y de la Revista Universidad de México.
Se desempeñó como profesor invitado en diversos centros de enseñanza superior de Estados Unidos, América Latina y Europa. Asimismo, presidió el muy prestigiado Seminario de Cultura Mexicana desde hace siete años y hasta el momento de su lamentable fallecimiento, ocurrido el pasado 7 de junio.
Fue también un eficiente funcionario en varias de nuestras instituciones culturales, como el Instituto Nacional de Bellas Artes, donde ocupó el cargo de director de Literatura. También dirigió la sucursal del Fondo de Cultura Económica en España.
Como puede verse, fue la suya una vida fecunda, entregada al estudio de la filosofía, la divulgación cultural y la creación literaria, que mereció múltiples premios y reconocimientos dentro y fuera de nuestras fronteras.
Otros de sus libros son: Un tal José Salomé (1975), Manifestación de silencios (1979) –que lo hizo acreedor al Premio Nacional de Novela José Rubén Romero–, La casa de las mil vírgenes (1983), El don de la palabra (1984) y Estuche de dos violines (1994). Todavía hace un par de años publicó Desde Xaulín. Historia de la ruta de Goya.
El poeta Jaime Labastida, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, recordó Arturo Azuela era un hombre multifacético: “Era un hombre de ciencia, fue historiador y escritor, su vocación como narrador lo llevó a ser miembro de la Academia Mexicana de la Lengua; de manera que es una figura difícil de sustituir en cualquier terreno por la multiplicidad de sus intereses”.
Hoy, aunque ya no está con nosotros, lo tengo muy presente y lo recuerdo con aprecio y admiración, pues tuve el gusto de conocerlo y atestiguar su generosidad, sencillez y afabilidad.
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Comentarios
Querida Doña Martha Chapa... cuánto siento enterarme que Arturo Azuela pasó a otro plano.
Desafortunadamente no lo conocí personalmente, yo que también vivo en Santa María la Ribera, y en la Librería Bodet que está en la Calle de Jaime Torres Bodet, vnden sus maravillosso libros, en los que deja un legado maravilloso histórico, anecdótico y estético de mi colonia, de sus memorias, compartiéndonos maravillosos personajes e historias, de otros tiempos. Hace como año y medio, Cristina Pacheco lo entrevistó y fue una verdadera delicia participar de su conversación. Gracias a Arturo por su legado, y a usted por rendirle este homenaje. Abrazos: *Gena.