En esta ocasión me quiero apartar de los temas habituales de esta columna para compartir con ustedes algo más personal, un trozo de mi intimidad familiar. Lo hago porque den estos días se celebra el cumpleaños número 86 de mi madre. El hecho, además, responde a cuestiones que suelen preguntarme sobre mis orígenes en Monterrey.
Vaya, pues para ustedes, esta breve historia y celebración en homenaje a doña Esthela Benavides.
De ella, primero diré que es una gran mujer y una madre que supo formar a su familia, lo cual siempre es complicado, sobre todo desde que enviudó siendo muy joven y quedó sola al frente del timón y del destino de los Chapa Benavides.
Cómo no recordar su gran belleza, esa que enloqueció a mi padre, quien fue a conquistarla hasta Cerralvo, su pueblo natal (por cierto, la población más antigua del estado de Nuevo León).
Una mujer de inteligencia analítica, firmeza de carácter, fuerza carismática, presencia y capacidad para todos los asuntos, dentro y fuera del hogar. Y qué decir de los milagros que hacía con el dinero para mantenernos.
Hoy de nueva cuenta le agradezco cada uno de los cuidados que me prodigó desde que llegué a este mundo, y reconozco desde lo más profundo de mi alma, la educación, el apoyo y el sostén que nos brindó a mí y mis hermanos durante esos años para que pudiéramos emprender nuestra evolución y seguir de la mejor manera el camino que marcamos junto a ella a pesar de que a veces se tornara arduo y difícil.
Nos acompañó siempre su disciplina y rigor, y cuando era necesario, el ejercicio maestro de su mano dura, durísima.
Son también importantes las remembranzas y las vivencias que guardo de ella pero no puedo plasmarlas en letras ahora en su totalidad. Sin embargo, a manera de un emocionado testimonio evoco algo fundamental: que si bien mi educación fue en un mundo "muy para hombres", crecí paradójicamente cerca de mujeres (mamá y tías) que tuvieron un papel fundamental en mi formación y alumbraron con sabiduría y cariño mi vocación, mi destino.
Una mujer fuerte a la que debo la verticalidad de mi carácter. Tanto, que siempre aparece en mi mente como una mujer firme, completa y decisiva en mi existencia, incluso hasta en la propia cocina y cerca del fogón preparando guisos deliciosos que se revelan con frecuencia en mi memoria gustativa.
Aprecio sus grandes lecciones de vida. Las comprendo, valoro y aquilato todavía más en los días actuales, en mi madurez.
Tengo muy presente la excelente ama de casa que ha sido, la mejor de las mejores, aunque tal vez ahí, confieso, no me he aplicado del todo y aunque no siga su ejemplo –como ella quisiera–,a cambio pinto, escribo, hago libros, conduzco un programa de tele y hasta cocino… y de vez en cuando sacudo los muebles, rara vez tiendo las camas, y eso sí, me encanta arreglar el jardín.
Y comparto con todas y todos ustedes que mis éxitos, mi felicidad, mis logros y todo lo que soy, en mucho los debo a ella.
Por eso, deseo que hoy y siempre esté rodeada de felicidad, armonía, paz espiritual, abundancia y mucho, mucho amor.
Y antes que nada, que Dios la siga bendiciendo. Y así, a nosotros, sus hijos, con su amor y fortaleza.
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