Todavía faltan ¡más de treinta meses! para que se celebren las elecciones del 2018, cuando se elegirá al sucesor de Enrique Peña Nieto. Sin embargo, ya desde ahora los partidos políticos mexicanos perfilan estrategias y acciones con metas a corto y largo plazo. Así, afinan sus campañas para los comicios locales de los próximos dos años –en 2016, por ejemplo, se renovarán 12 gubernaturas– pero siempre con miras a las “elecciones grandes”, las de 2018.
El PRI afirma que hace suyo el clamor ciudadano y promete combatir desde dentro corrupción, criminalidad, violencia e impunidad. Empieza, dice, por sus propios cuadros, a los que les exigirá una serie de requisitos relacionados con la transparencia patrimonial, el cumplimiento fiscal, los antecedentes penales y, en general, al compromiso ético de su pasado y su presente.
En cambio, el PAN da por sentada la calidad profesional y política de sus futuros candidatos, pues elude o minimiza el tema para centrarse en la necesidad imperiosa de la unidad partidista, que sigue fracturada desde que Felipe Calderón se rebeló contra el presidente Vicente Fox, quien no lo eligió para pasarle la estafeta. Como se recordará, la insubordinación de Calderón rindió frutos, pues a la postre fue candidato y llegó a la primera magistratura. Ahora el dirigente blanquiazul, Ricardo Anaya, bajo el lema propagandístico de “¡Sí se puede!”, clama por la unión de los panistas como factor indispensable para salir avantes.
Por su parte, el PRD estrena presidente con la llegada del reconocido académico Agustín Basave y la consigna de fortalecer facultades para tratar de controlar y superar presiones y caprichos políticos de las poderosas tribus, además de intentar la proyección de una mejor imagen de sus candidatos y gobernantes. Este es un punto vital, pues la credibilidad y honorabilidad del partido están por los suelos después del desprestigio ganado en diversas entidades, como en Guerrero, con el gobernador Ángel Aguirre, que tuvo que renunciar a su cargo, y el presidente municipal de Iguala, José Luis Abarca, ahora sujeto a proceso judicial, al igual que su esposa.
Y ahí está Morena, donde Andrés Manuel López Obrador confirma su autoritarismo y se autoerige en presidente nacional de su partido, eso sí, quitando de paso a Martí Batres, que no es sino una siniestra marioneta en el montaje unilateral de quien con sus recurrentes alardes nos amenaza con que “la tercera es la vencida”, a lo que suma provocaciones que hacen desconfiar al gran electorado. Es el caso de su caprichosa propuesta reciente de suspender los pagos de la luz en Tabasco y luego reinstalar el sistema con brigadas propias. Al mejor estilo de los dictadorzuelos venezolanos, López Obrador confirma su verdadero talante autoritario.
En fin, que cada partido resume y revela sus culpas o fijaciones frente a una ciudadanía que, en gran medida, los desaprueba por igual, y que ya comienza a dirigir la mirada hacia las candidaturas independientes.
Una sociedad civil que quiere cambios a fondo, pero no con esos políticos que se descalifican a sí mismos al militar en las filas de la corrupción y la impunidad, o por medio de la imposición de sus visiones particulares por encima de la ley, las instituciones y las aspiraciones colectivas de equidad, paz, concordia y estabilidad.
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