En la entrega pasada hablábamos de que el temor a no heredar puede convertirse en una posible fuente de codependencia en el sentido de que se podría llegar a extremos de sostener una vida desagradable y frustrante a cambio de mantener la esperanza de recibir y salvaguardar un bien material. Hablábamos de que para disminuir los efectos de esta situación o contrarrestarla se podrían poner en práctica varias acciones, una de ellas la de un cambio de ideología o pensamiento. A veces, explicar un pensamiento se hace tan difícil que para ello se recurre a otras formas de expresión tales como la poesía, la novela, la letra de una canción o el cuento… Pues bien, para intentar explicar aquí la valentía extrema –de pensamiento y acción– que se requeriría para colocar la libertad, la individualidad y la integridad por encima de cualquier bien material (especialmente por el que se aspira a través de una herencia) me permití escribir el siguiente cuento que con mucho gusto pongo a disposición de los amables lectores de Retos Femeninos, esperando les guste:
“Un día, en algún lugar de esta tierra, en una época que podría ser cualquiera, un padre contó que tenía un hijo al que por su forma de ser llamaba Buen Hijo. Él así lo calificaba porque decía: –“Este Buen Hijo jamás me juzga; ha apoyado mis ideas y complacido mis preferencias; me ha colocado por encima de las demás personas que lo rodean; ha estado cerca de mí; constantemente me ha demostrado cuánto me necesita; en cuanto ha podido, para corresponder a los favores que yo le he estado otorgando, me da él, a la vez, bienes y objetos que bien sabe que son de mi agrado; y, por último, alaba mi espíritu diciéndome que de no ser por mí, no tendría ni tranquilidad ni bienestar en esta vida. En cambio –agrega con gesto ensombrecido– tengo otro hijo al que por sus actos he convenido en llamar Mal Hijo. Éste, a diferencia de aquél, juzga constantemente mis ideas y cuestiona cada vez que puede mis acciones; ha colocado a otras personas por encima de mí; ha hecho su vida muy lejos de donde yo me encuentro y nunca me ha demostrado que me necesita; me debe muy pocos favores y jamás pregona que debe a mí sus logros. Es por ello que he decidido repartir mis bienes de la siguiente forma: a mi Buen Hijo le dejo todo lo que poseo; a mi Mal Hijo, nada”.
Al enterarse este último de la decisión de su padre, se dirigió a él y le dijo: –“Padre, mucho me ha dolido tu decisión. Quizás si no fuera porque de tus bienes me has dejado el más valioso, ahora mismo me sentiría muy triste y apesadumbrado”. –“¡No te entiendo! –contestó el padre–, ¿a qué bienes te refieres? Ya lo has oído: he dispuesto que a ti no te toque nada”. Con un gesto de profunda pena el Mal Hijo comenzó a hablar: –“Padre, siento unas ganas inmensas de llorar por tu decisión, pero no porque no me dejes nada material sino porque con tus palabras me estás demostrando que verdaderamente crees que yo estoy alejado de ti y no te quiero, cuando no es así. Yo honro la postura de mi hermano y reconozco su bondad para satisfacerte, pero recuerda que no todos los hijos somos iguales y cada uno vemos a nuestros padres de diferente forma. Yo te veo a ti, por ejemplo, como el hombre que me ha dejado las más grandes de las riquezas. Mira: es absolutamente tuyo mi coraje para salir siempre adelante mediante mi propio esfuerzo; son de tu propiedad mis anhelos por sobresalir y alcanzar mis metas; te pertenecen mi honestidad para responder por mis actos y mi valor para pagar solo mis errores; de ti provino mi espíritu crítico y renovador; es tuya mi preferencia por las cosas morales más que materiales; la virtud del esfuerzo y la gloria de la independencia estuvieron entre tus posesiones. Creí que todos esos actos, todas esas enseñanzas, esa cantidad de palabras que tú me diste cuando era niño estaban forjando el tesoro que tú estabas reservando para mí y para mi hermano. Lo tomé –ya no sé si con tu permiso– y me fui con él a hacer mi propia vida, de la misma forma como tú, en tu momento, hiciste la tuya. ¿Por qué condenas ahora mis pertenencias? ¿Por qué me castigas por conservarlas?... Te juzgo, ¡sí!, no te doy siempre la razón en tus ideas ni satisfago muchos de tus gustos porque tú mismo me enseñaste que no todos pensamos igual y que es más honesto defender las ideas propias que actuar sólo por conveniencia. Pongo mucho amor a mi nueva familia porque yo te vi hacerlo –en tu momento– con la que tú formaste. No te busco para que resuelvas mis problemas porque quiero probar yo solo el resultado de mis decisiones. Quiero ver en mi rostro, como yo veía en el tuyo, la felicidad de mis aciertos o escuchar en mi voz, como yo oí de la tuya incontables veces, la imploración a Dios para la pronta solución de un conflicto. Los regalos que yo busco para ti están llenos de los valores que me transmitiste. Los mejores objetos que yo puedo obsequiarte son parecidos al tesoro que yo saqué de tu casa: independencia, valor, honestidad, esfuerzo y espíritu. No te puedo decir que te debo absolutamente mi éxito porque igualmente si me hubiera resultado lo contrario tendría que achacarlo a tu influencia. Tú ya me diste lo que tenías que haberme dado; el resultado de cómo lo haya aplicado es únicamente responsabilidad mía. Pero, padre, si esto que te estoy diciendo te vuelve a poner en mi contra, te ratifica mi maldad y me hace ver ante tus ojos más grosero de lo que tú me recordabas, retiro todo lo dicho menos un pensamiento, el cual, por desgracia, va a volver a causar tu enojo: ¡gracias por toda la riqueza que me dejaste!”
Comentarios
Graciela, que hermosa reflección. Es muy importante en mi vida. Mis hijas son mi reflejo. Te amo.
Muchas gracias Sherezada, Pita por estos comentarios. Y muchas gracias también a Vero, Gabriela y otras personas que muy amable y generosamente han tomado parte de su valioso tiempo para emitir una opinión sobre lo que escribo. Es tanta la alegría que se siente que no le queda a uno más que seguir intentando frasear algunas ideas esperando tengan alguna utilidad.
que hermosa reflexion cuantas veces somos hijos mal agradecidos, malvados cuando las riquezas, criterios y creencias son de nuestros padres , Que Dios te bendiga mama Julita
Que importante mostrar esa riqueza a las personas.