La creatividad es una cualidad que suele atribuirse a las personas que, de alguna forma, están vinculadas al arte. Es así que se llama creativo a un pintor, un escultor, un diseñador o un artesano. La creatividad, sin embargo, es un asunto del día a día.
Los mejores impulsores de la creatividad son los problemas y desafíos que presenta la vida diaria. Ante la necesidad, el ser humano se vuelve creativo. ¿Por qué no somos creativos estando en tranquilidad y sin apuros? Hemos guardado la creatividad para atender los famosos “bomberazos”, pero no para generar una estrategia de desarrollo que nos facilite el alcance de nuestros objetivos.
Un ama de casa, por ejemplo, se vuelve creativa en la cocina cuando debe ajustar sus menús a un presupuesto y, además, diversificar en los platillos que pone en su mesa; un empleado se las ingenia para presentar al jefe una propuesta atractiva de negociación, que le permita retirarse temprano el próximo viernes; una familia se organiza creativamente para tener dinero disponible para cubrir la deuda que, de no finiquitarse, generará intereses; en fin, que todos nos volvemos creativos cuando nos llega “el agua al cuello”; pero además de creativos, resultamos innovadores.
En el ámbito empresarial se habla de innovación, que, aunque no es sinónimo de creatividad, sí se hace acompañar de ésta. La diferencia estriba en que la creatividad aparece como producto de la generación de ideas para resolver, componer, mejorar o inventar, pero la innovación llega cuando esas ideas se ponen en movimiento, es decir, que se aplican con un propósito productivo. Por ello, no es suficiente con ser creativo, ya que la “genialidad” no siempre equivale a la efectividad.
Si eres una persona muy creativa, probablemente andas flotando en un mundo imaginario donde debería existir un dispositivo de teletransportación, o una máquina que lave, seque, planche y doble la ropa, pero de tener la idea a traducirla en un proyecto concreto con objetivo, estrategia, acciones, tiempos y presupuesto, hay un abismo. Esto último está en el campo de la innovación: propuestas reales que optimizan lo que existe o introducen elementos originales sobre lo ya conocido para hacerlo de manera diferente.
Las empresas difícilmente introducen la creatividad como un valor de su cultura organizacional, o de su filosofía; pero sí lo hacen con la innovación. Ante un mundo lleno de contingencias, la innovación asegura la supervivencia y qué mejor si, además, garantiza el desarrollo.
En los últimos años han surgido teorías y metodologías para impulsar la innovación en las tareas organizacionales, tal es el caso del Design Thinking, para generar conceptos; Lean Startup para lanzar proyectos de negocios con apoyo en la tecnología; Forth Innovation Method, apoyado en cuatro pasos: formar equipos comprometidos, observar y aprender, producir ideas y analizarlas, probar esas ideas seleccionadas e integrar proyectos con lo ya probado; la Innovación Disruptiva para romper con los establecido; o el Intraemprendimiento, a través del establecimiento de ambientes organizacionales agradables, que faciliten el surgimiento de ideas creativas por parte del personal, tendientes a elevar la rentabilidad del negocio.
¿Qué se te ocurre para ser innovador? Utiliza la creatividad en función de tus objetivos; llévala a la práctica creando proyectos concretos que te beneficien y que te pongan en acción. Pon a volar tu imaginación para simplificarte la vida, para mejorar tus ingresos, para incrementar tu círculo de amigos, para estrechar tus lazos familiares, para seguir preparándote…sólo recuerda que, la idea por sí misma no resuelve, hay que llevarla al terreno de lo tangible.
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