CONSTRUCTOR DE CULTURA

La arquitectura mexicana se ha impuesto por su excelencia a través de los siglos, a partir de una concepción que tiene sus raíces en nuestros antepasados indígenas, plena de sensibilidad y refinamiento.
Ahí están los deslumbrantes centros arqueológicos en muy diversos puntos geográficos del país, cada uno con su sello propio, derivado de la cultura que los erigió, ya fuera olmeca, maya, mexica o alguna otra.
La época colonial también nos legó muestras arquitectónicas maravillosas en palacios, monumentos y catedrales. Contamos, asimismo, con bellísimas edificaciones decimonónicas. El siglo XX no se quedó atrás: fue rico en aportaciones en ese rubro, con múltiples ejemplos que se observan en edificios e instalaciones públicas y desarrollos privados.
Pienso justo ahora en todo ese caudal de proezas del arte y la cultura nacionales, a veces no valorados en su justa dimensión o un tanto diluidos en la memoria histórica.
Mi reflexión parte del muy lamentable deceso de uno de los grandes arquitectos mexicanos de la etapa contemporánea. Me refiero, claro está, al arquitecto Ricardo Legorreta –fallecido el 30 de diciembre pasado a los 80 años de edad–, quien deja una huella magnifica e imperecedera en nuestro horizonte urbano, histórico y cultural.
Un hombre que hizo grandes aportaciones y en todas mostró su trazo inconfundible, en el que se reúnen belleza, funcionalidad y solidez.
Enemigo de los estereotipos, el arquitecto Legorreta permaneció, desde sus primeras obras, empeñado en la búsqueda de la luz y las formas genuinamente mexicanas. Y si bien sabemos que su obra es vasta y versátil no debemos dejar de mencionar algunas muestras de su trabajo, tanto dentro como fuera de México. Los laboratorios Smith& Kline, actual sede de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal; la fábrica Chrysler en Toluca; el Hotel Camino Real, que diseñó en colaboración con otro célebre arquitecto: Luis Barragán; el edificio donde estuvo ubicada durante largo tiempo la compañía Celanese Mexicana y que hoy alberga oficinas de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales; la restauración del Antiguo Palacio Iturbide; el plan maestro para Huatulco, Oaxaca; el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, conocido como Marco; el Papalote Museo del Niño; la remodelación del zoológico de Chapultepec o el Centro Cultural Universitario, entre otras magistrales edificaciones. A últimas fechas estaba a cargo del plan maestro para el mantenimiento y conservación del Centro Nacional de las Artes
La creatividad del arquitecto Legorreta también se mostró fuera de nuestras fronteras: la Casa Montalbán, en Los Ángeles, California, ciudad donde este célebre mexicano se ocupó también de la restauración de la plaza Pershing Square; la nueva catedral de Managua, Nicaragua; la biblioteca municipal en San Antonio, Texas, o el Hotel Sheraton Bilbao, en España.
Es igualmente reconocible su paso por la academia y sus colaboraciones en libros, revistas y publicaciones especializadas.
Y qué decir de los múltiples reconocimientos recibió, todos ellos, más que merecidos: el Premio Nacional de Ciencias y Artes 1991, la Medalla de Oro de la Unión Nacional de Arquitectos en 1999; la Orden Isabel La Católica 2002; la Medalla de Oro de la Unión Internacional de Arquitectos 1999 o el Premio Imperial 2011 que otorga la Asociación de Arte de Japón a los personajes más prestigiados en el campo de las artes en todo el mundo. Asimismo, apenas en julio pasado recibió un diploma de honor de parte del gobierno del Distrito Federal por su labor arquitectónica, y en septiembre la Universidad Nacional Autónoma de México le otorgó el doctorado honoris causa.
Por eso no podemos sino coincidir con la descripción que hizo de él la directora del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Consuelo Sáizar: “un artista excepcional que colaboró para hacer de nuestro país una potencia mundial cultural que nos enorgullece”. En reconocimiento a su extensa y excelsa trayectoria, sus restos serán depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres.
Quiero recoger las palabras que pronunció su hijo Víctor en el homenaje que se le realizó en el Palacio de Bellas Artes: “No podemos seguir pensando en la vida sino como él la veía: con color, alegría, luz, pasión, dedicación y amor”. Recordemos que hace no mucho Ricardo Legorreta opinó así acerca de la profesión que ejerció durante más de 50 años: “La arquitectura es parte de la vida social y da calidad de vida [...] los mexicanos tenemos muy clara nuestra visión de la estética. Por ejemplo, para un mexicano es muy importante el lugar donde trabaja, el color de su pared, y la luz de su ventana”.
“La arquitectura mexicana tiene un prestigio en el extranjero muy superior al que le dan dentro del país. [...] Por eso les digo a los jóvenes que no sólo es una oportunidad, sino un deber llevar la arquitectura a todo el mundo, porque su base siempre es humana. No podemos perder eso. La arquitectura mexicana es muy humana y representa una oportunidad para mostrar México al mundo”.
En síntesis, un arquitecto y urbanista excepcional, así como un maestro y formador de generaciones, pero, sobre todo, un distinguido mexicano que hizo enormes aportaciones a su patria.

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