Se dice que todos llevamos un niño en nuestro interior, que a veces se da el permiso de salir cuando un viso de inocencia o espontaneidad asoma en nuestro ser de manera repentina. ¿Te gusta recordar a ese niño que llevas dentro? ¿Es tu infancia algo digno de recordarse?
Ojalá que tu respuesta sea afirmativa, pero si tus primeros años de vida estuvieron plagados de experiencias dolorosas, seguramente que no deseas hacerla presente; la mala noticia es que su influencia será notoria en la forma en que te relacionas con tus hijos, a menos que hagas conciencia del tipo de relación que estás teniendo con ellos y decidas implementar los cambios requeridos.
Maccoby y Martin propusieron, en 1983, organizar el comportamiento de los padres y madres, en cuatro grandes grupos, a partir de dos dimensiones que están siempre presentes en la relación con los hijos; por una parte, el gran amor que se siente por ellos y con ello, la calidad de la comunicación que se produce; y por otro, el grado de control que se necesita y el establecimiento de límites. Al considerar lo anterior, se distinguen:
Los padres autoritarios. Te ubicarás en este grupo si algunas de tus frases favoritas son: “¡Cállate!,¿no ves que estoy hablando?, “lo haces porque lo mando yo y soy tu madre”, “te voy a dar motivos para que llores”, “te estás portando mal y ya no te quiero”, entre otras. Son palabras que se pronuncian con rabia y van acompañadas de miradas fulminantes, de castigos y hasta humillaciones. Por supuesto que, en este punto, la comunicación con los hijos es nula; no existe confianza, solo un miedo terrible hacia los padres, que, con el paso de los años, se convierte en cinismo, porque, acostumbrados a tanto maltrato, hacen lo que quieren, bajo el lema “más vale pedir, perdón que permiso”, ya que de todas formas serán maltratados.
Los padres negligentes. Eres este tipo de padre o madre si ya tienes la excusa perfecta para no hacerte cargo de tus hijos: “es que trabajo todo el día”, “es que el niño prefiere estar con su abuelita”, “es que lo estoy enseñando a manejar su libertad”… pero, la realidad es que no hay límites, la laxitud es absoluta; falta la guía, el acompañamiento; los hijos se sienten perdidos y no amados, ya que interpretan esta actitud de los padres como indiferencia y ausencia de compromiso.
Los padres permisivos. Si eres este tipo de padre o madre, has convertido a tus hijos en tiranos. Tu complacencia extrema los ha empoderado tanto, que creen que estás a su servicio. No colaboran en los quehaceres de la casa, lo quieren todo “ahora mismo”. No son tolerantes a la frustración porque te la has pasado cumpliendo sus caprichos y temes a sus reacciones cuando no les das lo que desean. Te critican constantemente y hasta te dan órdenes. No obedecen las reglas de la casa y te responsabilizan de todo lo que les ocurre. En casos extremos, este tipo de padres son insultados y golpeados por sus hijos.
Los padres democráticos. Son padres que hablan a sus hijos de derechos, pero también de responsabilidades; están abiertos a escuchar opiniones, propuestas e incluso, a ser retroalimentados para mejorar su relación con los hijos. Establecen límites firmes y claros; no necesitan caer en ningún tipo de violencia, pero hacen valer las normas de la casa. ¿Estás en esta categoría?
Recuerda que la agresividad es sinónimo de impotencia. Si eres una persona asertiva, entonces serás congruente con tus pensamientos, palabras y acciones. Un hijo agradece la consistencia en las reglas del hogar, pide a gritos estructura y solidez, aunque muchas veces se muestre frustrado ante la negativa de algún permiso o de algún regalo que solicita. Si hablas con él o ella, tomando en cuenta su edad y nivel de madurez, terminará por entender que lo que haces es producto de tu responsabilidad como padre y del amor que le tienes.
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