Cimacnoticias | México, DF.- 06/11/2012
Según autoras y autores como Branden, Sanford y Donovan, la autoestima es el conjunto de percepciones, imágenes e ideas que una persona tiene sobre sí misma en términos valorativos, es decir, es la calificación que cada una se da como persona en relación a aspectos de sí misma.
“Yo no decido, mejor que lo hagan por mí”; “estuve esperando todo el día a que él o ella me llamara y no lo hizo”; “siento que no valgo nada, que no le importo”; “mi esposo me dijo que no hiciera yo el trámite del banco porque lo único que sé hacer es equivocarme”…
Las anteriores son algunas de las expresiones que podemos escuchar con frecuencia en muchas mujeres y que permiten ejemplificar la “percepción valorativa” que tienen de sí mismas. Son formas de referirnos a nosotras mismas que manifiestan no sólo nuestra autoimagen sino el valor que nos otorgamos.
Si como mujeres queremos trabajar con nuestra autoestima, es importante que prestemos atención a una serie de elementos como: la forma en que hablamos de nosotras, cómo nos presentamos ante las y los demás, qué cosas enfatizamos de nuestra persona, qué y cuánto espacio (físico y emocional) ocupamos, cuánto nos atendemos a nosotras mismas, y cuánto a las y los demás, y con qué grado de afecto nos tratamos.
Además es importante permitirnos la posibilidad de cuestionarnos los mandatos sociales y familiares en los que se basa la autoimagen que vamos construyendo para darnos un lugar subvalorado. Querernos, estimarnos, cuidarnos, son acciones que todas las personas podemos y tenemos que desarrollar.
Si logramos autoestimarnos, poco a poco seremos más cariñosas, cuidadosas, tolerantes y comprensivas con nosotras mismas y puede convertirse en un proceso para toda la vida.
Es sabido que mujeres y varones para crecer sanas y sanos y desarrollarnos óptimamente requerimos de una experiencia de amor y respeto hacia nuestras personas, sin embargo, como terapeuta me he preguntado ¿de qué depende cuánto nos estimamos o queremos las mujeres?
Diferentes autoras y autores coinciden en que el cariño y respeto hacia una misma como mujer dependen, entre otros elementos, de sentirnos dignas de ser queridas por el sólo hecho de existir y de sabernos valiosas.
Cada uno de estos factores depende de la calidad en las interacciones que tenemos a lo largo de nuestra vida con personas significativas como: mamá, papá, hermanas y hermanos, maestras y maestros, hijas e hijos, compañeras y compañeros de trabajo y amistades.
Desde mi punto de vista, también dependerá de manera muy importante del valor que cada cultura le asigna al género al que se pertenece.
Nuestra madre y nuestro padre desde que nacemos, relacionan acciones de la niña o del niño a categorías polarizadas de aceptación/rechazo, es decir a lo que se acepta o rechaza de lo que aprendemos que debe ser una mujer o un hombre, sin que quede claro a qué se debe que una acción sea percibida de una u otra forma.
Por ejemplo, cuando una niña si se porta bien, es tranquila y calmada se describe como obediente y nadie se detiene a pensar qué tiene que ver su forma de ser con tal calificativo, asumiendo que así debe de ser, de tal manera que tanto quienes dirigen el mensaje como quienes lo reciben dan por hecho que una cosa es igual a la otra.
Y al paso del tiempo de tanto repetir esta forma de ser vista, es probable que la mujer equipare ser serena y tranquila con ser obediente y por tanto, inevitablemente relacionará ser querida con no dar problemas, ni expresar su inconformidad ante algo.
De tal manera que cada vez que no se comporte tranquilamente, puede sentir miedo a perder el afecto de las y los demás, a perder su propia “valoración” y finalmente, miedo a ser segregada por no “encajar” en el estereotipo asignado socialmente.
No cabe duda que la manera en que aprendemos a mirarnos y a evaluarnos es definitivamente una repetición de cómo fuimos miradas y evaluadas en la infancia, por personas significativas y por la mirada social de lo que es o no permitido por ser mujer.
A continuación enlisto algunas de las formas de autoevaluación que más he detectado en mi práctica psicoterapéutica y que se repiten constantemente en las mujeres, con la intención de que al leerlas las mujeres puedan ubicarlas como algo que se aprende por identificación social y que se convierte en una forma automática de reaccionar en cualquier circunstancia de la vida, dañando nuestra autoestima.
1. Dejar de ver lo que sí hacemos o logramos y sólo poner el acento en aquello que no hacemos.
2. Comparación constante con otras personas y/o con lo que saben o hacen, descalificando lo que somos y hacemos.
3. Minimizar nuestros logros.
4. No dar importancia a nuestras metas alcanzadas.
5. Sentir que por algún error, defecto o fracaso significa que no valemos nada y cuestionando todo lo que somos.
Son autoevaluaciones sino es que auto-devaluaciones que las mujeres nos asignamos como calificación.
Identificar con los ojos de quién nos miramos, con las voces de quién nos hablamos y con los parámetros de quién nos evaluamos, es un buen primer paso para explorar cómo hemos socializado la construcción de nuestra autoestima como mujeres.
Lograr cambios en nuestra manera de autovalorarnos y autovalidarnos, nos permitirá entonces vernos y tratarnos desde una relación, como dice Fina Sánz, de buen trato.
*Directora del Centro de Salud Mental y Género, psicóloga clínica, psicoterapeuta humanista existencial y especialista en Estudios de Género.
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