¿A quién debió ocurrírsele la idea de enviar a una chiquilla a casa de su abuela atravesando el bosque lleno de lobos en lugar de meterla en un taxi con billete de ida y vuelta?
¿Acaso era tonta Caperucita o nos la han querido pintar así desvalida y alelada, infantil y crédula para que pensásemos que todas las niñas del mundo son presa fácil del lobo?
Y, ¿si fuese el lobo quién tuviese que temer a Caperucita?
Igual la abuela del cuento era la amante del lobo y por eso dejó que éste tratase de comerse a su nieta. Porque, vamos a ver qué abuela descuida de esa manera su casa y no se ocupa de su nieta. Bien podía haber sido una abuela resuelta, valiente, de ‘rompe y rasga’, que le hubiese plantado cara al lobo feroz. El cuento tradicional ya lo sabemos así que… ¡DÉJATE DE CUENTOS! Érase una vez una linda niña que quería mucho a su abuelita, por eso gustaba de ir a visitar a ésta muy a menudo. Al tratarse de una abuelita moderna, en vez de Caperucita ir sola por el bosque bailando cual tontina con su cestita llena de ‘miel, aceite, jabón de leche de burra que va muy bien para la piel, una botella de cava y un poco de foie’ provocando que hambrientos de inocencia la saliesen al paso y la atacasen, iba a buscar a Caperucita con su coche último modelo.
¿Qué no te lo crees?
“¡No!”
Vaya… Las abuelas inteligentes instruyen a sus nietas, les ayudan a desarrollar su propia personalidad, y de paso a habérselas con los lobos de la vida.
“¿Los lobos de la vida?”
Sí, todos esos y esas que tratarán de arrebatarle a la Caperucita de turno sus recursos o sus ideas, apropiarse de su luz, rebajarla con insultos y/o someterla con manipulaciones varias.
El bosque como sinónimo de lo qué es la vida humana, y ésta está llena de ‘lobos’.
En el cuento, a Caperucita se le permite que atraviese sola el bosque. La cesta bien podría ser ‘recursos’ que ella tiene y que son atractivos para los demás. Si bien, más parece que la madre le da ‘cosas’ para su propia madre, la abuela de la niña, es decir, es como si le trasladase sus propias responsabilidades a la niña además de no instruirla a cerca de cómo tiene que hacer si en el proceso de atravesar el bosque se encuentra con lobos.
“¡Qué viene el lobo feroz!”
Mmmmm…, casi podríamos gritar… ¡Qué viene Caperucita!
“¿Por qué?”
Porque en este cuento que nos ocupa, Caperucita es lista porque tiene una abuelita más lista aún que le da caña a su nieta y no permite que nadie le tome el pelo ni se aproveche de su ‘inocencia’ –sinónimo de autenticidad, honestidad, honradez y del ser genuina: ‘lo qué ves, es lo qué hay’-. Por consiguiente, cuando la mamá de Caperucita le da la conocida cestita, ésta no se pone su caperuza roja y sale resuelta hacia la casa de su abuelita. “¿No?”
No.
La abuelita le ha enseñado que en la cesta ponga lo que a ella le venga en gana y que si no pone nada, pues eso, no pasa nada porque ella, la abuelita, sabe hacerse el pedido por internet y, si algo quiere, a por ello que va ella solita ya que mayor no es sinónimo de vieja ni de tonta ni de incapaz de cuidar de ella misma.
Así las cosas, Caperucita le dice a su madre que lo que quiera llevarle a su madre, que se lo lleve ella misma. Que ella, Caperucita no le hace los deberes a nadie.
- ‘Los asuntos que tengas con tu madre, te los resuelves tu solita que bastante tengo yo con resolver los míos con la propia, o sea, contigo’ – solía decirle Caperucita a su madre.
Por consiguiente, en este cuento la madre de Caperucita es una mujer de madura psique y resuelto carácter que enseña a su hija a valerse por sí misma. Por consiguiente, la cesta va llena de ‘enseñanzas’. Que viene a ser lo mismo que haberle enseñado a su hija a defenderse por sí misma, saber que tiene recursos y cómo utilizarlos.
“Y, ¿qué hay del bosque, de eso de atravesar el bosque?”
El bosque es ese lugar conocido como sociedad donde uno ha de poner a prueba sus recursos. Nuestra Caperucita es lista como ella sola, inteligente y capaz, con un sano nivel de autoestima. Su madre le ha enseñado a distinguir a los ‘lobos’ del mundo mundial, esto es, sabe cuándo un hombre la quiere seducir y cuando es de fiar. Y, se lo ha podido enseñar, porque su madre, a su vez, la ha instruido a ella. Los instintos de Caperucita están alerta y reconoce a una damisela a la legua. Ser inocente no significa ser imbécil. Ser buena persona no significa ser tonta y que cualquiera te la pegue o te la de con queso. Caperucita sabe que no todas las mujeres son amigas de otras mujeres, porque las damiselas ‘odian’ a las reinas, y eso lo saben todas las abuelitas del mundo mundial, porque han vivido, y la experiencia es un grado. Ya lo dice el dicho. ‘más sabe el diablo por viejo, que por diablo’. Es más, Caperucita sabe que ‘tener cierta edad’ no significa necesariamente madurez. Al diablo con las premisas envenenadoras del mundo mundial según las cuales las mujeres son tontas, seres de cabellos largos e ideas cortas (creo que la idea tan genial es de Schoppenhauer… un misógino muy lobezno él…)
Prosigamos con el cuento.
Caperucita va cantando alegremente por la vida, o sea, por el bosque, y en eso que conoce a un lobo encantador, seductor, elegante, ingenioso, prometedor de promesas, facilitador de sueños al alcance de un ‘plís plás’, y muy damiselatus por aquello del romanticismo. Y, Caperucita se queda… “¿Anonadada…?”
¡No! Caperucita se queda… fascinada ante semejante ejemplar de lobo lobito lobón que pretende engañarla con ‘anzuelos de tres al cuarto’, o sea con esos que sirven para seducir a bobaliconas mediocres que sólo quieren prosperar a base de camelarse al lobo de turno. Caperucita no por bella, divertida, inocente, alegre y espontánea es gilipuertas, ¡ni hablar! Ella es genuina y auténtica, lo cual le permite desplegar sus talentos, mostrarse tal cuál es y confiar en sus capacidades para alcanzar la meta que se proponga. Ya te dije que tiene una abuelita muy asertiva, resuelta y lista, así como una madre que antes de salir de casa, la ha pertrechado con una ‘cesta’ llena de enseñanzas y recursos –que viene a ser lo mismo que decir que la ha enseñado a valerse por sí misma-, por eso Caperucita puede ir por el bosque tranquila y confiada, y no se meterá en cama ajena con lobo alguno por seductor que sea.
“Así que esas tenemos, el lobo era un seductor… de niñas con caperuza roja…”
Ya te he dicho que muchas mujeres se enfundan la caperuza roja, algo así como la belleza, la simpatía, el carisma, el atractivo sexual, y acaban confundiéndose en su propio coqueteo. De ahí que, cuando un lobo astuto y sin escrúpulos se cruza en su camino, le abran la cesta y le entreguen su contenido. Que viene a ser lo mismo que ‘dar nuestros dones, ejercer nuestro trabajo, poner nuestras capacidades a disposición de otros’ sin pedir nada a cambio.
“No se me había ocurrido que la cesta fuese sinónimo de ‘talentos, recursos, capacidades…”
A mí tampoco, hasta ponerme a relatarte el cuento… Sigamos con la cesta y su contenido. Cualquier mujer que no acepte la responsabilidad de la ‘caperuza roja’, le entregará la cesta al primer lobo -hombre o mujer, y en cualesquiera de las áreas que existen en la vida humana- que se la pida sin pararse a medir las consecuencias de tal acto ni tan siquiera a considerar que ‘si ella no se valora ni respeta, nadie lo hará’. Por eso, Caperucita, cuando con el lobo se encontró, le hizo un sonoro corte de mangas y le mandó a paseo dejándole bien claro que ella no entregaba su cesta al primero que le prometiese ‘fama, amor, gloria, seguridad, fortuna o lo que fuese’, porque ella valía mucho y a buen seguro que ya hallaría quien lo valorase y no intentase mangarle sus recursos con artes de seducción de tres al cuarto.
“Y, ¿la abuela?”
La abuela… Si ésta es una mujer con una nieta que posee un sano nivel de autoestima, a buen seguro que no podrá caer en garras de un lobo, porque su nieta no le habrá confesado ni por asomo, donde vive su abuelita. Lo que te dije, una Caperucita segura de sí misma, o sea, una reina, no va por ahí dando información a cualquiera que se la pida, ni regalando el contenido de la cesta al primero que le extienda la mano… Por consiguiente, el lobo no debería estar cuando Caperucita llegase a la casa de su abuelita.
“¿No? Y, ¿quién estaría?”
¿Qué tal el novio de la abuela?
¿El novio…?
Vamos a ver qué hacemos con el lobo. Porque el hecho de que Caperucita sea lista, asertiva, valiente y con un nivel muy alto de autoestima, no excluye que el lobo se haya rendido y no trate de llevársela al huerto. El lobo es siempre el lobo. Y, dado que se siente terriblemente herido en su orgullo de matón, seductor de tres al cuarto, prepotente, machista y misógino…. ¡Uf, vaya caña que le acabo de dar!
“No le has dejado salida…”
Evidentemente. Como te decía, el lobo quería salirse con la suya. Así que se dedicó a la maledicencia, o sea, a hacer una campaña en contra de Caperucita, que viene a ser lo mismo que tratar de seducir a la abuela y desde ahí despejarse el camino para poder llegar a la nieta. Me explico. Los lobos del mundo mundial creen que las mujeres por estar solas, sin pareja, tener más de cuarenta años y unas cuantas arrugas en el rostro son presas fáciles de seductores de pacotilla. Sólo un imbécil de solemnidad puede pensar de semejante manera…
“Pero, no me negarás que muchas mujeres creen que a partir de los cuarenta se vuelven invisibles…”
Cierto. Como cierto es que muchas mujeres de más de cuarenta años se tiran ellas solitas en brazos de los lobos machistas sin que ellos tengan que hacer esfuerzo alguno. Asimismo, muchas mujeres ‘caperucitas’ –bellas, inteligentes, seductoras…- caen rendidas a los pies de los lobos cuando éstos las envuelven en lisonjas y halagos que perturban su frágil vanidad con gran facilidad porque ellas ya están dispuestas a ello.
“¿Cómo es esto posible?”
Muy sencillo. Prefieren el camino rápido al éxito en vez del camino lento pero seguro basado en el esfuerzo y la valía propia.
“Ya…”
Pero volvamos a la abuelita y al seductor lobo. La abuelita, muy lista ella, le hizo creer al lobo que había caído en sus redes enamoradizas, puesto que se había apercibido de que ella no era sino un anzuelo que el lobo iba a utilizar para posteriormente seducir y acabar con su nieta. O sea, que la abuelita iba a poner en práctica aquello de ‘el cazador, cazado’. Iba a darle a probar su propia medicina, pero para ello tendría que echar mano de la paciencia –que ya se sabe es la unión de paz y ciencia-, para elaborar una buena estrategia y ponerla en práctica sin que se le alterase la cofia. Por todo ello, cuando el lobo llamó a su puerta –y no era el cartero-, ella le hizo creer que nunca en su vida lobo alguno había llamado a su puerta. Le dejó desplegar todos sus encantos loberiles, pues sólo así el lobo se confiaría y sería fácil tenderle la trampa.
“Así que esas tenemos… Utilizando tretas femeninas…”
No te confundas, simplemente son estrategias. Recuerda. ‘en el amor y en la guerra, todo es válido’.
“¡Vaya!”
Déjame que te siga contando…
Caperucita y su abuela se conocían muy bien la una a la otra. Tenían mutua confianza en que cada una de ellas era capaz de resolver sus asuntos y apañárselas muy bien ante el ‘peligro’. Es más, tanto la abuela como la madre de Caperucita le habían enseñado que ‘a veces, las cosas no son lo qué parecen’. Consecuentemente, siempre había que comprobar si lo que veían nuestros ojos era real o lo parecía.
“Y, ¿cómo se distingue eso?”
Muy fácil: rascando.
“¿¡Rascando!?”
Así es. Rascar es una manera de decir que, en vez de creerte lo que ves, debes preguntar, tocar, recopilar información para poder elaborar una opinión por ti misma. Ante la duda, pregunta, rasca, comprueba, contrasta, constata… Nunca te creas lo que te digan. Que no te seduzca el ‘mensaje’. Pregúntate: ‘¿Qué que quieren decir cuando te dicen?’, que viene a ser lo mismo que buscar ‘el metamensaje’ o mensaje del mensaje.
Sigamos con Caperucita. Cuando ésta llegó a casa de su abuelita, observó ‘cambios’. Tan acostumbrada estaba, como ya te he contado, a observar y rastrear ‘peligros potenciales’, que no se le pasó por alto que el cuerpo que estaba en la cama de su abuela no era su abuela sino ‘algo mucho más grande’. “¡Alarma!”, oyó tronar en su interior. Miró en derredor y observó que había un objeto colocado del revés: era la manera que ella y su abuela tenían de contarse que las ‘cosas estaban mal o del revés o no como deberían ir’. ¡Caramba!, algo pasaba. Decidió confiar en su instinto y en lo inteligente que era su abuela, por lo que se dispuso a hacerle la pelota a quién quiera que estuviese allí acostado en la cama de su abuela. Agarró bien fuerte la cesta. Pensó en qué llevaba dentro de la misma que pudiese utilizar como arma atacativa, y… ¡en eso que se acordó de la botella de cava!
El lobo comenzó a hablar, confiado de que Caperucita no se había apercibido de quién era: un lobo feroz seductor y prepotente, en lugar de su abuelita tonta y lerda (eso lo estaba pensando el lobo, claro. ¿Quién si no?). Trató de fingir voz de abuelita acatarrada, marujona en su senectud desolada, triste por no tener quién la cortejase…
Caperucita decidió jugar al coqueteo tan propio de lobos soplagaitas engreídos.
Y, cogiendo la botella de cava se la mostró con una sonrisa seductora, proponiéndole una copita que a buen seguro le aliviaría su catarro y pondría burbujas a su tos. El lobo sonrió para sus adentros, Caperucita había mordido el anzuelo.
“¡De eso nada, monada!”
Cierto. Caperucita le entregó la botella y le dijo que iba a la cocina en busca de dos copas. Ella sabía que su abuela no guardaba ahí las copas, pero el lobo desconocía tal dato, por lo que ‘picó el anzuelo’ y no la corrigió.
“Más datos…”
Exacto.
En la cocina había cuchillos, platos, sartenes, escoba, spray antimosquitos, sacacorchos y servilletas, pero no las copas de cava. La abuela la esperaba escondida en la cocina y, cuando Caperucita entró, le susurró al oído quién era ‘ese’ que tras las sábanas escondía su rostro: un vulgar lobo seductor del cual estaba hasta las mismísimas y al que había decidido darle una lección, pues no la dejaba en paz y no hacía sino rondarla y acosarla sin descanso.
¡Había llegado el momento de darle una lección que no olvidaría nunca!
Caperucita sacó dos copas de la alacena que había en la sala adjunta a la cocina y se dirigió hacia la habitación de su abuela donde estaba el lobo disfrazado de abuelita inocente. Se colocó delante del lobo tapándole la visión de la puerta. Comenzó a hablarle con voz dulce y amorosa, y le ofreció un pastel maravilloso que su madre había hecho especialmente para la abuelita, pretendidamente, ella. Mientras le distraía con sus palabras, la abuela entró en la sala con un saco ancho. Caperucita le propinó un sopapo con la cesta, y la abuelita le tiró el saco encima de la cabeza. Entre las dos consiguieron maniatarle. Para cuando llegó la policía, éste estaba ya ‘viendo gamusinos’: le habían rociado con spray matamosquitos.
Y, colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
“Y, ¿la moraleja?”
- La moraleja o metamensaje es que nunca, nunca, te dejes embaucar por las palabras melosas y seductoras de lobo alguno. Es más, desconfía de alguien que de buenas a primeras te halaga en demasía, pues no puede halagarnos quien nos desconoce. Las personas que no se acerquen a ti de frente, con honestidad, honradez y sinceridad, a buen seguro que son potenciales lobos. Y, por ‘lobo’ en este caso entendemos ‘persona de no fiar, sin escrúpulos, prepotente, sarcástico, malvado, perverso, irrespetuoso…’ Por la vida hay que ir con los ojos bien abiertos, confiando en nuestras capacidades, cuidando de nosotros mismos, haciéndonos respetar. Asimismo, las mujeres, en particular, deberían tener presente que una mujer no es más o menos valiosa en base a su edad, belleza física, patrimonio, status, silueta, etc. Por consiguiente, cuando un hombre pretenda hacerla sentir mal o la adule aduladoramente, debería pararse a reflexionar si es hombre o ‘lobo’, y rascar antes de dejarle pasar a su vida. Porque no todas las ‘abuelitas’ tienen ‘nietas listas como nuestra Caperucita’. Ni todas las Caperucitas tienen ‘abuelitas como la nuestra’, inteligentes, sabias y de rompe y rasga, que les enseñen a cuidar de sí mismas y a confiar en sus instintos. Por eso, nuestra Caperucita debería ‘apellidarse’ PERSPICACIA.
(c) Extracto del libro 'MENOS CUENTOS Y MÁS COACHING', auotra Rosetta Forner
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