Cambiar para bien
Como ocurre cada 18 de marzo, cuando se conmemora un aniversario más de la expropiación petrolera se reaviva el debate: unos sostienen que se debe mantener su condición de empresa pública, mientras otros consideran que tiene que ir abriendo espacios para la participación privada.
Así, el presidente Felipe Calderón, si bien ha manifestado su opinión de conservarla como una industria nacional, no excluye la posibilidad de una mayor participación del sector privado por medio de inversiones y tecnología avanzada, ya sea del país o de corporaciones del extranjero.
Por su parte, los estatistas reafirman su posición, con esos personajes de siempre de los llamados partidos de izquierda, dirigentes o líderes recurrentes, ya se trate de Cuauhtémoc (justo el hijo del presidente de México que decidió expropiar a las empresas extranjeras que detentaban la concesión del ramo en México) o del inefable Manuel López Obrador, hoy de nueva cuenta candidato a la Presidencia de la República por el Partido de la Revolución Democrática y sus aliados.
Ante esta situación que al parecer no avanza hacia uno u otro lado, considero que es urgente e indispensable abrir la discusión en el ámbito legislativo para impulsar una reforma energética con una visión integral. Y no solo para efectos del petróleo como recurso natural, sino también en lo referente a los bienes y servicios que se inscriben en ese campo tan esencial para el país, como son los energéticos .
Una discusión pública que también, con un sentido realista de nuestra economía y los avances tecnológicos de que disponemos, derive en nuevas políticas púbicas, sobre todo en el marco del mundo global que se impone en nuestros días.
No se trata, desde luego, de ceder en términos de soberanía nacional, como tampoco en cuanto a los recursos naturales que generan una riqueza nacional. Pero hay que mirar la realidad y adecuarse a ella, modernizarse y depurar atavismos y prácticas viciadas que, lejos de ayudar al crecimiento de la nación, merman sus utilidades y limitan su potencial económico. Tengamos presente, por ejemplo, el buen ejemplo de Brasil.
Es evidente que habrá que identificar y erradicar diversas lacras, empezando por tanta corrupción e impunidad que hemos visto en Pemex a lo largo de su historia, ya sea que se trate de funcionarios de esa paraestatal o de representantes del sindicato.
Más aún, en lo administrativo y financiero prevalecen asuntos como el que citara el propio presidente en su discurso de este 18 de marzo en Coatzacoalcos, Veracruz, sobre el abultado costo por concepto de pensiones que pone en riesgo la vialidad financiera de tan gran industria nacional, pues los pasivos laborales de la paraestatal pueden aumentar más que sus activos.
Por eso, el 74 aniversario de la nacionalización de la industria petrolera es un llamado más que urgente y grave para que tomemos las medidas que propicien no solo su supervivencia financiera, sino la consolidación de uno de los grandes puntales de nuestro desarrollo económico y social.
Más allá, entonces, de discursos y lugares comunes, lo que importa es que la patria se beneficie realmente por encima de estereotipos, inercias, populismos y concepciones de un trasnochado y adulterado nacionalismo.
Es ahora o nunca. No puede pasar de esta década, cuando Pemex todavía puede salvarse del desastre y evolucionar para bien del país, es decir, de la sociedad mexicana en su conjunto.
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