Justo cuando comenzamos a bajar el ritmo a las actividades cotidianas para pasar unos días de recogimiento, de reflexión, los medios de comunicación nos transmiten una bomba de violencia, fabricada, ahora, por un joven de veinteañero que acaba con la vida de veintiséis personas en Connecticut. Una bomba que estimula las lágrimas del presidente del país más poderoso del mundo y con él las de muchas personas impactadas por el suceso.
Adam Lanza es el nombre del perpetrador. ¿Por qué lo hizo?, es la pregunta en el ambiente.
Un impulso humano estimula el deseo de saber por qué una persona pudo haber acribillado de esa manera a todo un grupo de su misma especie. Trastorno de personalidad, afección por el divorcio de sus padres, síndrome de Asperger, timidez, aislamiento, introversión, conducta antisocial, son los conceptos y adjetivos que han aparecido para explicar lo ominoso.
Los especialistas seguirán buscando las causas a una conducta trágica. ¿Para qué? ¿Con qué fin? Se supone que para evitar que tales acontecimientos se sigan repitiendo.
Pero la criminalística, las neurociencias y las disciplinas afines, actualmente cuentan con suficiente información que puede contribuir a la prevención de este tipo de actos destructivos. Es tanta la investigación y documentación que existe al respecto que da para la producción de un capítulo semanal de múltiples series policiacas estadounidenses. La pregunta es por qué no se han tomado ya las acciones consecuentes no sólo en aquel país sino en el mundo.
El fácil acceso a las armas, el maltrato infantil, el desamor, la orfandad, la falta de educación (no sólo académica sino principalmente para la vida), la cultura violenta, los trastornos de personalidad, ciertos factores neurofisiológicos…, son algunos factores suficientemente documentados, factores con los cuales se debería comenzar a trabajar con intensidad y urgencia.
Más que preguntarnos por qué Lanza hizo lo que hizo, deberíamos respondernos: ¿por qué aún no se ha legislado correcta y pertinentemente el tema de las armas en un país como Estados Unidos donde con cierta frecuencia ocurren sucesos de este tipo? ¿Por qué allá y en muchos otros países —el nuestro incluido— permitimos que desde edades muy tempranas los niños y las niñas socialicen con armas y juegos altamente violentos? ¿Por qué el gotcha para niños tan pequeños?
¿Por qué están creciendo solos y teledirigidos sin la mediación de los adultos? ¿Por qué no se han dado las condiciones suficientes para que los padres puedan ejercer la crianza de manera adecuada y establecer vínculos sanos, seguros, amorosos y constantes con sus hijos? ¿Por qué no existen programas para la adquisición de habilidades parentales?
¿Por qué invertimos más dinero en armamento que en la construcción de seres humanos realmente humanos? ¿Por qué no estamos construyendo sociedades sensibles, empáticas, solidarias y creativas donde se fomente la convivencia en lugar del aislamiento y el individualismo?
Preguntas y más preguntas son las que deja este asesinato de masas. Y aun cuando los investigadores encuentren las razones por las que Adam Lanza cometió este crimen, muchos corazones seguirán tristes y aturdidos. En Estados Unidos de América un pueblo tendrá una fría y desolada navidad debido a esta bomba. Mientras que en cada país del planeta explotan las suyas, grandes y pequeñas.
No me da nauseas la navidad, sino las manifestaciones de destrucción humana que empañan su sentido: la vida, la paz, el amor.
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