AYUDA HOY Y MAÑANA

Bien sabemos que nuestras comunidades indígenas han padecido todo tipo de agravios a lo largo de la historia, desde que ocurrió llamada toma de Tenochtitlan, en 1521, hasta nuestros días. Solo en unos cuantos momentos luminosos se les ha valorado y reconocido como un factor indispensable de nuestra identidad cultural y de la construcción de nuestra nación.
Y sin embargo no podríamos entender a México –el de ahora y el del pasado– sin las invaluables aportaciones de las más diversas culturas indígenas que conforman nuestra idiosincrasia.
A lo largo de cinco siglos los indígenas de nuestro país han sido marginados, desconocidos y discriminados en todos los ámbitos del acontecer nacional, como lo muestran las estadísticas, pues suelen ser los más pobres dentro del segmento de la pobreza en el país.
En las últimas semanas se ha presentado un nuevo episodio entre otros tantos que lamentablemente se derivan de una historia de injusticias y abandono social.
Se trata de una comunidad que parece estar ausente de los planes de desarrollo nacional y que solo se utiliza como carne de cañón en los procesos electorales, las acciones de populismo barato, la exhibición truculenta en giras de la clase política o las promesas recurrentes que jamás llegan a cumplirse. Y hablamos de miles de mexicanos, de mujeres, hombres, ancianos y niños que carecen de los bienes y servicios más elementales.
Me refiero al drama humano y social por el que atraviesan nuestros hermanos rarámuris, pueblo originario del norte mexicano, tan afectado en nuestros días por la dura temporada de sequía y heladas que les impidió obtener cosechas suficientes, lo que agravó su ya de por sí precaria subsistencia.
Y si bien es preciso ayudarles en esta coyuntura con el envío urgente de víveres y materiales para contrarrestar la grave crisis alimentaria y de supervivencia por la que transitan, se requiere sobre todo de un plan integral que vaya a la raíz de los problemas. Solamente así podrá irse resolviendo la situación que ha prevalecido históricamente entre los habitantes de la sierra Tarahumara, que subsisten en una situación cargada de omisiones e inequidad, en la cual las autoridades federales estatales y municipales se han desentendido de sus obligaciones.
Y así, las deficiencias saltan a la vista: ¿Cómo es posible que responda con más generosidad y celeridad la propia sociedad, por más que su conducta sea motivo de orgullo y agradecimiento, que las autoridades que, cuando actúan, lo hacen con criminal lentitud e imperdonable mezquindad? ¿Cómo es posible que se tenga ya un gran acopio de alimentos y artículos diversos para atenuar el desamparo del pueblo tarahumara sin que se logre hacer llegar a su destino con la oportunidad deseada y factible? ¿Por qué hay que llevar los productos recabados a lo alto de la montaña, mano a mano, si se dispone de helicópteros o se podría poner en marcha un sistema de paracaídas que depositen los paquetes en el punto deseado? Y así otras interrogantes.
Junto a la ayuda humanitaria, pues, deben instrumentarse soluciones de fondo a favor del pueblo rarámuri, que sufre y que no encuentra el horizonte que merece en esta patria que es, por cierto, también suya.
Por eso, todavía es más vital e inaplazable la definición y operación de un programa que, sin desconocer los usos y costumbres de estas etnias y con respeto absoluto a sus tradiciones ancestrales, apunte a la mejoría de sus niveles de vida. Esto podría ser a través de la instalación de agroindustrias, centros artesanales, módulos especiales de educación media y superior, nuevas tecnologías, capacitación, empleo emergente, etcétera.
Está más que claro que urge hacerles llegar ayuda a estos hermanos en desgracia para que superen esta coyuntura, pero eso no debe impedir que además se generen las condiciones necesarias para su mejoría a mediano plazo. Solamente así la población tarahumara dejará de ser conocida por sus niños desnutridos, por la pobreza generalizada, por los índices de alcoholismo, la ignorancia reinante o la fatalidad de su destino.
Es posible el cambio, al igual que el cumplimiento de compromisos para mejorar su presente y construir un futuro más promisorio.
Se trata de una deuda histórica, insoslayable, que tenemos con ellos. Ya es hora de pagarla, sin demora.

http://www.marthachapa.net/
enlachapa@prodigy.net.mx
Twitter: @martha_chapa
Facebook: Martha Chapa Benavides

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