Publicado por Martha Chapa el 10 de Enero de 2011 a las 9:33am
Cruzar por los territorios de la Imprenta Madero representó para mí una fértil experiencia que fue más allá de la edición ahí de un libro de mi autoría o de la producción en sus talleres de catálogos de algunas exposiciones que fui presentando en diversas galerías.Cómo no recordar, por ejemplo, que cuando asistía a esas oficinas para revisar los avances en el diseño de un libro o la impresión misma, me topaba con grandes protagonistas de la cultura, personajes ya consolidados en la vida artística y cultural, o bien con jóvenes, entonces aprendices, que con el tiempo habrían de brillar en las letras, la plástica o la academia.Por ahí pasaban lo mismo Octavio Paz o Carlos Fuentes que Carlos Monsiváis, así que aprovechaba mis visitas a esa legendaria imprenta para platicar con ellos e ilustrarme con su sabiduría, aunque fuera sólo con breves charlas.Mi primera incursión a la Imprenta Madero se debió a que una colega, la pintora Carmen Parra, me la recomendó para la edición del primer catálogo que hice “como Dios manda”. Jamás le agradecí lo suficiente su sugerencia.Desde luego, el punto de partida fue el propio dueño de Madero, don José Azorín, toda una celebridad de la industria editorial, quien tenía fama de ser un tanto duro y severo en sus relaciones laborales y comerciales. Debo reconocer que eso no ocurrió conmigo, pues siempre recibí de él un trato gentil.En aquellos días, el director artístico de Imprenta Madero era el brillante artista plástico y diseñador Vicente Rojo, quien por razones de planeación y operación de la empresa, a los autores nos canalizaba con alguno de sus colaboradores para que diera seguimiento a nuestros proyectos. En mi caso fue con el joven y talentoso diseñador Germán Montalvo, discípulo de Rojo, quien con el tiempo se convertiría en un prestigiado diseñador, galardonado dentro y fuera del país, y quien para mi fortuna me ha apoyado posteriormente en un buen número de obras editoriales. También conté, en algunos trabajos, con la colaboración de Bernardo Recamier, diseñador capaz y creativo.Si continúo con las evocaciones, me vienen a la mente otros recuerdos de ese lugar donde se daban cita importantes escritores, pintores y creadores en general. Un día por mera curiosidad me asomé a un cubículo que pertenecía a uno de los trabajadores más apreciados del taller y ¡oh sorpresa!, por poco me desmayo. Me encontré con una serie de imágenes habituales en esos espacios: mujeres sexys con poca ropa, en poses atrevidas; en realidad, nada fuera de lo común…, salvo que entre ese universo de chicas de calendario había una foto mía, que había aparecido en el catálogo de una de mis exposiciones. ¡Se figuran ustedes qué impresión me llevé! No sabía si reír o llorar. Ahora que han pasado los años, cada vez que lo recuerdo esbozo una ligera sonrisa, no sé si de vergüenza o de discreto orgullo.Hoy, mucho tiempo después, volteo la mirada hacia aquellos días de gloria de la Imprenta Madero, con un dejo de nostalgia pero, sobre todo, con gratitud y un amplio reconocimiento hacia esos equipos tan eficientes. Confirmo que se trata de una gran institución que le ha dado mucho a México por sus vastas y trascendentes producciones editoriales, que establecieron su propio estilo y crearon escuela y que tanto inciden en ese gran compendio de las letras, la literatura, las artes plásticas y el teatro, conformando un maravilloso acervo cultural y de grandiosa memoria colectiva, dentro y fuera del país.
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