A MI MONTERREY, AYER Y HOY

 

Monterrey, tierra mía y de mis ancestros, siempre tan pujante y próspera, a momentos se ve ensombrecida en nuestros días, por cruentos sucesos que mucho nos sorprenden a la vez que alertan.

Cómo no recordar esa buena mezcla norteña de cierta quietud provinciana y el  dinamismo individual y colectivo con  iniciativa y afán industrioso.

De niña caminaba por calles y plazas de la mano de mis padres, cuando todos nos sentíamos seguros y en verdad gozábamos a plenitud la convivencia, el descanso, los paseos….

Un ese remanso se empezó a alterarse en la década de los sesentas con huelgas y crímenes políticos a cargo de  la guerrilla urbana. Vino luego otro período de paz y avances significativos en la economía, con grandes inversiones y empleos nuevos, que posicionaron a Nuevo León como una entidad o modelo paradigmático en el contexto nacional e incluso con parámetros internacionales. Ahora, con la proliferación de la delincuencia y los llamados narco carteles y sus fosas clandestinas son registros e indicadores de una violencia pertinaz que nos colapsa.

Por igual, se han registrado en fechas muy recientes, al menos un par de casos, que empañan el entorno social.

Hechos insoslayables de nuestros  tiempos que conllevan una dosis de oscura sordidez, estrujan; el  niño que lleva una pistola de su padre y dispara al parecer sin motivo alguno contra su maestra y compañeros de clase; o el de la mujer que es detectada por sus presuntos vínculos con grupos fundamentalistas que enarbolan el terrorismo. Situaciones que Caso, a fin de cuentas, en alguna medida pueden explicarse aunque nunca justificarse,  lo mismo por esa constante de violencia que abruma a México desde hace ya varios años, los por los contenidos de los medios de comunicación y los videojuegos que permean en la mente de niños y jóvenes con el machacón verbo de matar, matar…

Es hora entonces de hacer una pausa para reflexionar lo que somos frente a lo que idóneamente queremos ser en el futuro inmediato, y optar con una clara decisión y convicciones, digo yo, de transitar ya de la cultura de la violencia, la corrupción el despojo, y destrucción y la impunidad, a una cultura fraternal, pacífica, de equidad económica y social, así como de un pronto reencuentro con los valores humanos y la solidaridad social.

Y sin que suene a melancolía, menos  aún en términos reaccionarios, acercarnos más a como éramos antes, en lugar de que lo que hoy somos,  para amanecer con un mejor  mañana.

 

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