Publicado por Elsa G Bonilla el 14 de Mayo de 2010 a las 1:20pm
Siempre que encuentro algo interesante y de gran ayuda para entendernos nosotras las mujeres me gusta compartir porque creo que así nos alimentamos unas a las otras. Esto que leeran sé que les serA muy util para entender la importancia que existe en la relacion de padre-hija. Espero realmente que lean y aprovechen.
Un abrazo a todas las heroínas de todo elmundo!!
¡Heroína de tí misma!
En la soledad de su habitación decide que ha llegado la hora de perdonar a su padre. Necesita recuperar la memoria y sabe que esto pasa por verle con inocencia.
Para reconciliarse con esta figura puede ser útil mirar a su mejor amigo. Admira su voluntad, capaz de alejar cualquier tentación que le saque de sus decisiones. Una vez que asume algo se mantiene firme sin flaquear. Su padre también es así. Con don de gentes posee la habilidad de la palabra conversada y el buen humor de los que saben compartir.
Pasó de ser un hombre guasón a alguien comprometido y ordenado. Distingue claramente los actos deshonestos y conoce la justicia social. Además, su corazón busca trascender. Su padre, a su manera también lo busca.
Fijar esas cualidades en su corazón, sustituir los recuerdos de dolor para ver a su padre con otros ojos. Eso es lo que quiere ahora. Aceptar que merece ser feliz dejando de proyectar lo que no le gusta de él en su propia vida y en sus relaciones. Así, conectada a estos valores, puede entregarse a su propósito y vivir conforme a estas cualidades extraordinarias.
Ese es el reto…
El proceso de averiguar en qué quiero convertir mi relación conmigo misma y con la pareja, pasa necesariamente por clarificar los recuerdos familiares vinculados a las primeras relaciones. Sanar las vinculaciones de amor y de rencor que me han conformado
Seas hombre o mujer, es con la madre la primera relación, que empieza en el útero. La segunda es con el padre. Ahora bien, con uno de ellos creas la alianza de amor, y con el otro la del rencor.
La primera es la relación con tu gran amor, aquel con el que te identificas, apreciando lo que más te gusta de ti y disculpando lo que te pierde -que sin embargo, es común a los dos-. Es también el padre “alcahueta” porque nos resulta afín, relativamente fácil en la convivencia, y al que admiramos, aunque pueda llegar a decepcionarnos.
Sin embargo, aunque esto suceda, es al que finalmente modelamos y le repetimos casi como una calcomanía.
El otro padre es al que vivimos como exigente, porque nos confronta con aquellas cosas que sentimos alejadas de nosotros. Con él elaboramos el rencor porque nos deja en evidencia en aquellas cosas que necesitamos aprender. Y aunque tiene el mismo defecto que el padre amado, la forma en que lo manifiesta nos parece diferente e intolerable.
La polaridad crece en nosotros cuando esos padres se distancian poco a poco con los años, sin que consigan aprender el uno del otro. Entonces tomamos aún más partido, buscando en nuestras relaciones una confirmación de esa polaridad, haciendo crecer el rencor original, difuminando la conexión con ese pasado, borrando prácticamente las huellas y el hilo conductor original.
La hija y el padre…
Cuando eres mujer, y es con tu padre con quien elaboras el rencor, la relación contigo misma se convierte en una negación de tus cualidades de autodeterminación limitando la capacidad de confiar y de amar tu propia mente. El padre simboliza la conexión con esa mente, con la independencia, la autonomía y la acción propia.
Las sociedades Latinoamericanas están llenas de figuras femeninas anuladas así mismas con padres y maridos dominantes, autoritarios. Ellas viven en su mayoría negando al padre en ellas mismas, es decir, el poder Ser sin tener el referente externo del hombre. Un ejemplo es la necesidad de tener un marido o un esposo para conseguir un reconocimiento o estatus social. Entonces Ella es.
El cambio que se ha dado en este sentido de alguna manera ha polarizado aún más la situación. Ellas ahora quieren imitar esa liberalidad de comportamiento de ellos, sin embargo, se convierten en amantes, o amigas de compañía con un esquema mental parecido al anterior. O trabajan y ganan su propio dinero, sin embargo los códigos de desigualdad se mantienen y se solapan socialmente.
La cuestión es que hay una idea generalizada de desconfianza sobre el honor y la intención de las mujeres por parte de ellos. No dejan de ser la tentación, la parte que finalmente defrauda por su fragilidad emocional. Salvo que sea la madre. Aunque cada vez más encontramos mujeres jóvenes que no se hacen cargo de sus hijos.
En tanto que ellos son la distorsión de la energía masculina, y en permanente conflicto con la figura femenina. Unos códigos en donde hay que demostrar cierto dominio, ya sea porque el comportamiento es claramente autoritario, excesivamente básico, hosco y brusco; o porque hay una falta de empatía y de claridad sobre las intenciones emocionales propias y las compartidas.
Ellos pueden moverse, ser, equivocarse, mientras ellas tienen que responder a ciertos códigos que siguen siendo machistas. Códigos de dulzura y de manipulación donde la falta de autenticidad es un recurso de supervivencia para ellas. Una fórmula extendida para atraparles a ellos. Mientras que los hombres se refugian en amigos, el trabajo, o en la bebida. Se rinden a esos códigos o los evitan continuamente.
Las relaciones carecen de concepto y se mueve una idea de familia basada en principios estrictamente emocionales, donde los hábitos generacionales terminan repitiéndose, y en muchas ocasiones sólo acentúan la polaridad femenina-masculina.
La mujer, especialmente en América Latina necesita conectar con su mente y reconciliarse con la energía masculina dentro de ella. En la medida que nosotras generemos el cambio los hombres podrán relajar su actitud.
El problema es que el hombre y la mujer interna de ambos permanecen tan alejados dentro de cada hombre y de cada mujer, que la confianza exterior necesaria es prácticamente un mito. Ellas buscan fuera una figura a la que asirse, para garantizar su supervivencia física, emocional, racional; o parte de las tres, o las tres. Mientras que ellos viven prevenidos, hoscos y alejados de la posibilidad de sensibilizarse a la energía femenina evitando compartir como iguales. Terminan ahorcando su propia ternura y delicadeza.
Los códigos ocultos en las relaciones de pareja son de exigencia, obligación, costumbres y hábitos preestablecidos, en donde la posibilidad de relacionarse desde la libertad de pensamiento y el aprendizaje mutuo se diluyen. Algo de esto último puede darse en los estratos más altos de la sociedad mientras que en los bajos es improbable.
La familia es un concepto que busca salvar la distancia de roles, donde el concepto de un proyecto de pareja concebido desde la igualdad es prácticamente inexistente. Se pretende construir un edificio cuyos pilares son frágiles porque los principios de relación son ambiguos. Además, los códigos de moralidad están unidos a un concepto de sexualidad limitado a la genitalidad y que sirve de termómetro para medir la fidelidad, la libertad, el amor y la pureza; y para nada el gozo de compartir y comunicarse.
La polaridad y la distancia necesitan ser acortadas dentro de hombres y de mujeres para que ambos puedan relacionarse desde una proximidad real y que haga posible construirse mutuamente. Es ahora cuando puede generarse una nueva conciencia personal y social sobre lo femenino y lo masculino. Y en ello la mujer tiene un papel fundamental para generar ese cambio. Me comprometo a ello. Buena semana.
Respuestas