Publicado por Lore Elorza el 26 de Noviembre de 2009 a las 1:08am
La desdicha de los demás puede conducirlo a la muerte: los estados de ánimo son tan contagiosos y tóxicos como una enfermedad infecciosa. Aunque sienta que debe tenderle una mano a alguien que se está hundiendo, lo único que logrará con ello será acelerar su propia caída. A menudo, los perdedores, son los artífices de su propia desgracia y terminan por transmitirla a quien quiere ayudarlos. Evítelos y en cambio, frecuente a individuos ganadores y felices.
Los desafortunados de este mundo, que han sido golpeados por circunstancias incontrolables, merecen toda la ayuda, la simpatía y el apoyo que podamos brindarles. Pero hay otros que no han nacido desafortunados o desdichados, sino que atraen las desgracias a través de sus actos destructivos y su perturbador efecto sobre los demás. Sería magnífico si pudieramos ayudarlos a levantar la cabeza, a modificar sus esquemas de comportamiento, pero la mayoría de las veces las cosas suceden a la inversa: son los esquemas destructivos de ellos los que termina por meterse dentro de nosotros y cambiarnos. La razón es muy simple; el ser humano es en extremo susceptible a los humores, a las emociones e incluso a la forma de pensar de aquellas personas con las que comparte su tiempo.
Los individuos desdichados y desequilibrados sin remedio tienen una capacidad particularmente grande para contagiarnos su toxisidad, gracias a la extrema intensidad de sus caracteres y emociones. a menudo se presentan como víctimas, lo cual, a primera vista, torna difícil comprender que sus desgracias son autogeneradas. antes de que uno pueda darse cuenta de la verdadera naturaleza de sus problemas, ya ha sido contagiado por ellos.
Es necesario que comprenda lo siguiente: en el juego del poder es de importancia crucial verificar con qué tipo de gente se socia. El riesgo de interactuar con personas contagiosas reside en que usted desperdiciaría un tiempo valioso y mucha energía para liberarse de esa influencia negativa. Y, gracias a una especie de culpa por asociación, también perderá valor ante los ojos de los demás. Nunca subestime los peligros del contagio que presenta un persona tóxica.
Existen muchas clases de personas tóxicas de las que hay que prevenirse, pero el más virulento es el individuo que sufre de insatisfacción crónica. Casio, el magistrado romano que conspiró contra Julio Cesar, padecía de la insatisfacción que proviene de una profunda envidia. Simplemente no soportaba una persona más talentoso que él. Quiza presintiendo el resentimiento que destilaba aquel hombre, Julio Cesar no le confirió el cargo de primer magistrado, que asignó, en cambio, a Bruto. Casio rumió y rumió su odio contra Cesar, hasta convertirlo en algo patológico. El propio Bruto, un convencido republican o, censuraba la dictadura de Cesar; si hubiese tenido la paciencia de esperar, después de la muerte de Cesar se habría convertido en el primer hombre de Roma y podría haber enmendado los males que generó su antecesor.
Pero Casio le contagió su propio rencor, llenándole los oídos con comentarios de los actos malvados de César. Al fin convenció a Bruto y lo ganó para su conspiración. Aquello fue el comienzo de una gran tragedia. Cuántas desgracias habría podido evitarse si Bruto hubiese aprendido a temer la fuerza contagiosa de las personas tóxicas.
"Un vírus invisible, penetra nuestros poros sin advertencia previa y se esparce lenta y silenciosamente. antes de que podamos darnos cuenta, la infección nos ha invadido por completo"
Tomado de: "Las 48 leyes del Poder" de Robert Greene y Joost Elffers
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