Rosa era una mujer como cualquier otra. A veces estaba muy contenta, otras no tanto. En general se puede decir que su vida era "normal".
Cuando las cosas no salían como ella quería, siempre sabía que era porque:
- las cosas están muy difíciles,
- no siempre se tiene lo que uno quiere
- no es fácil cambiar a los demás...
Siempre tenía un buen pretexto para justificar lo que no estaba bien en su vida. Un día cuando regresó del trabajo vio que su hijo pequeño se estaba tocando el pene y siento terror. Pensó que era mejor regañarlo y decirle que "eso no se hace". No sabía realmente que le estaba pasando, pero se dio cuenta de que sentía miedo.
El incidente pasó, sin embargo esa ansiedad que sentía al enfrentar la sexualidad de sus hijos la inquietaba. Su niña de tres años iba a la guardería. El niño ya iba al kinder. Siempre habían sido cuidados por ella o por el personal de estas instituciones, pero nunca había tenido que dejarlos con alguien más para que los cuidara. Ese fin de semana iba a ser la primera vez.
La sensación de que sus padrinos los cuidaran la hacía sentir muy insegura. Sobre todo, temía que le fueran a hacer algo malo a su niña. Aunque conocía muy bien a esas personas, algo le impedía confiar en ellos.
El fin de semana pasó y la sensación también. De hecho quería enterrarla.
Otro día amaneció con un dolor raro, realmente no sabía que era, pero no tenía mucha energía. Fue al doctor y le dijeron que su sistema inmunológico estaba algo alterado pero no era nada de qué preocuparse. Sin embargo no se sentía bien. Pasó el tiempo y se acostumbro a vivir con eso. No tenía tiempo para tratarse, además de que en el trabajo no le iban a dar permiso de andar faltando. Esto le pasaba con frecuencia, no le daban permisos o no le respetaban horarios o días de vacaciones. No tenía idea de que este patrón de comportamiento tenía un origen. Tampoco imaginaba que necesitaba ayuda, pues ignoraba que esto podía mejorar.
En otra ocasión recibió una mala noticia, y en verdad empezó a sentir que el mundo se le venía encima. La gota que derramó el vaso fue cuando llegó a casa y vio que los platos estaban sucios, esperando por ella.
Ya no podía más. No tenía energía, su cuerpo pesaba tanto... Se quedó mirando la pila de platos por más de medio hora, sintiendo que no iba a ser capaz de hacerlo. No era la primera vez que esta sensación de estar inundada la invadía.
Hace mucho que no había tenido pareja, y con la última que tuvo el sexo era muy bueno al principio; de hecho ella era muy sexual, pero al final realmente ya no sentía nada y más bien fingía orgasmos.
Un día mientras manejaba escuchó en el radio que hablaban sobre el tema de abuso sexual. Al principio se sintió aludida y algo incómoda, pero de todos modos continuó escuchando. Conforme el programa avanzaba se dio cuenta de que todo lo que decían a ella le pasaba de una u otra manera. Se sintió totalmente identificada y decidió llamar para inscribirse al grupo de proceso.
Cuando comenzó a a asistir al grupo se dio cuenta de que su vida había estado como en pausa por muchos años. Entonces su vida comenzó a cambiar. Comprendió que todos sus síntomas eran consecuencia del abuso y que en verdad sólo lo había enterrado, más no sanado. Cuando pudo por fin transformar y resignificar su historia, su vida tuvo un giro extraordinario. Comenzó, por primera vez en su vida adulta, a VIVIR realmente.
Se dio cuenta de que su cuerpo era como una coladera, por donde se le fugaba la energía. Esta defensa la había salvado después del abuso, y con el proceso selló todas esas fugas. Recuperó la energía en su cuerpo. Ahora podía confiar en que su energía no le dañaría. Aquella depresión silenciosa en la que había vivido tanto tiempo se fue convirtiendo en chispa - ¡alegría de vivir! La creatividad, la espontaneidad, el placer, y por qué no, el dinero aparecían y se volvían parte de su vida cotidiana. Sus hijos no eran más una carga para ella, los disfrutaba enormemente y en ocasiones hasta los cansaba jugando en el parque.
Gracias a su voluntad de vivir y a su trabajo en sí misma, su vida se transformó.
Una de cada cuatro mujeres, y uno de cada seis hombres, son abusados sexualmente en México. La historia de Rosa es una de muchas que llegan a mis grupos de proceso psicoterapéutico. Rompiendo las Cadenas del Abuso es un programa para personas que quieren sanar y transformar sus vidas.
Soy Gabriela González Padilla, psicoterapeuta y sanadora.
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