El 24 de marzo de 1911 más de 140 jóvenes trabajadoras, la mayoría inmigrantes, murieron en un trágico incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist Factory en Nueva York.
En 1917, un grupo de mujeres en Rusia se declaró en huelga como reacción ante los 2 millones de soldados rusos muertos en la Primera Guerra Mundial, el histórico día fue un 23 de febrero según el calendario juliano que se utilizaba entonces en Rusia, o el 8 de marzo según el calendario gregoriano que ya se usaba en otros países y que nos rige hasta ahora. Días después de la protesta vino la abdicación del Zar y el gobierno provisional otorgó a las mujeres rusas el derecho al voto.
El 8 de marzo también hace referencia a lo sucedido en esa fecha en 1908, cuando murieron calcinadas 146 trabajadoras de la fábrica textil Cotton de Nueva York; el incendio fue provocado por bombas que les fueron lanzadas para forzarlas a terminar con el encierro mediante el cual protestaban sus bajos salarios e infames condiciones de trabajo.
Las fechas exactas y los detalles varían y algunas evidencias indican que ambos incendios mencionados fueron realmente un mismo hecho. Lo cierto es que la ONU reconoce el 8 de marzo como el día internacional de la mujer y desde hace varios años marzo entero se ha empezado a considerar como el “mes de la mujer”.
Si bien los orígenes de esta conmemoración surgieron del movimiento feminista, manteniéndose hasta el momento como un día emblemático para sus simpatizantes, la mujer actual (feminista o no) ha hecho suya la ocasión con gozo y orgullo.
Esa mujer actual, cuyo equilibrio perfecto ha sido la inspiración y aspiración de tantas, no es necesariamente feminista, pero quizá no lo sea porque ya tiene la opción de no serlo; pues hubo cientos y cientos de valientes mujeres que sacrificaron su vida para que las féminas de hoy tuviéramos derecho al voto y al trabajo, a ocupar cargos públicos, a la formación profesional y a la no discriminación laboral.
Mis hijas y yo desconocemos las realidades de aquél mundo en el que nacieron mis abuelas, cuando las mujeres no podían votar o tener propiedades a su nombre; y cuando una joven universitaria era una curiosidad, en el mejor de los casos, y motivo de ira en el peor.
Desde este espacio te invitamos a que reflexiones sobre el papel que hoy tenemos las mujeres en la sociedad, dejemos de lamentar el que ahora además de la carga del hogar llevamos también a cuestas la carga del trabajo o la profesión y entendamos que influir en ambos ámbitos no sólo es un derecho, es también una responsabilidad y sí… una bendición.
Gracias por hacernos parte de tu día y parte de tu vida,
Ada Oliver
Director editorial
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