El mundo de hoy está marcado por el fenómeno de la desintegración de las estructuras tradicionales, aquellas que en otro momento histórico constituían la base organizativa de las sociedades. Esta desestructuración se manifiesta en los distintos niveles de la pirámide social y afecta tanto al estado nacional tradicional cómo a las organizaciones políticas, a las organizaciones sociales para terminar alcanzando a las organizaciones de base.
El estado nacional ve hoy socavado su poder y su autonomía por la acción del capital financiero internacional. Los partidos políticos y los sindicatos han perdido toda su capacidad de convocatoria y son cuestionados en su estructura y su funcionamiento. Y en la base social, las organizaciones vecinales, que eran las que en gran medida permitían la articulación del tejido social, se van desintegrando y pierden contacto con la gente.
Pero tambián se está produciendo una desestructuración de las relaciones interpersonales. Se fragmenta la familia y se rompen los vínculos solidarios entre las personas.
Frente a esta situación, la gente tiene la sensación de empequeñecimiento de su propia existencia, de falta de sentido y párdida de referencia y dirección, lo que significa que esa desestructuración ha comenzado a afectar a la conciencia humana.
Pero mientras todo se desarticula y se cae a pedazos, el capital financiero internacional crece y se concentra día a día, haciándose cada vez más monolítico y adueñándose de los países, de las empresas y medios de producción, de los recursos naturales, de los medios de comunicación e información, de la tecnología y hasta de la vida y la libertad de las personas, en su avance acelerado hacia la globalización. La acción de la banca y su penetración en las distintas esferas de la vida social ha generado enormes beneficios materiales para unos pocos pero tambián grandes males para la mayoría de las personas, que tienen que sufrir la angustia de la inestabilidad laboral, el temor a la desocupación y someterse a la esclavitud de las deudas siderales que -sin ningún tipo de consultas con sus pueblos- contraen los gobiernos y los países.
Sin embargo, paralelamente a esta situación difícil que vive el ser humano de hoy estamos asistiendo al nacimiento de una nueva sensibilidad. Ya comienza a surgir en el corazón de mucha gente una nueva revalorización del ser humano y se vislumbra la necesidad histórica de reivindicarlo, poniándolo por encima de cualquier otro valor. Cada día con mayor fuerza, se abre paso en el mundo una sensibilidad humanista.
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