LA OTRA CARA DE NAVIDAD

Mundanales ruidos de inusitadas mañanas cargadas de bulliciosas gentes. ¡Cuánto mejor el silencio! Transitadísimas y ajetreadas calles mundanas pisadas por mil pies desconocidos a los que parece se les va la vida si no van a la carrera. Alargados y solitarios rostros con miradas huecas. ¡Dónde y cómo detener los ojos! La velocidad de estas retinas no es la velocidad de la mañana. El mundo de la mañana se ha vuelto loco y su color es gris, gris oscuro o blanco o humo o nada. Nueve nacionalidades en tan sólo un metro cuadrado. Las manos del mundo. Niños sin madres deambulando por estas calles del mundo. Y los coches. Parecen animales posesos con conductor sin rostro. Los coches. El ruido punzante e interminable de los coches que martillean reiteradamente en tus sienes con sus destartalados tubos de escape. ¡Escape! Los semáforos no existen. Sirenas de coches con una inmensa cruz pintada de rojo. Rostros de dolor en su interior. Mientras, el mundo camina deprisa. Los comercios abren hasta en domingo. Las mañanas y los ruidos. Miles de ojos en los que te detienes pero ellos marchan con rumbo rápido y terco. Miles de pies con trazadas metas que no detienen su curso ante una mugrienta y joven mujer que parece pedir ayuda para llevarse algo a la boca. Boca ésta que no grita. Clama. ¡Quién pudiera colocar en sus manos y en sus bocas toda una vida amable! Choques arbitrarios de personas. Ni para pedir disculpas nos dieron bocas. ¡Dios, cómo detener durante un segundo el Mundo! Y tú, espectador expectante, que te quieres dormir en las horas nocturnas. ¡Hacia dónde caminar con tu deseada soledad para no ser asaltado! Yo alabo esas horas tan nocturnas. Allá donde todo lleva un orden ordenado de existencias. Allá donde hasta el mismísimo silencio es respetad. Donde la convivencia con uno mismo además de ser posible, es hermosa. Allá donde la quietud echa raíz por pocas horas, y el silencio, un silencio ordenado y lógico arrebata el trono y el báculo a ese asqueroso Caos en esas tranquilas horas

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