la convivencia diaria con la pareja, familia, e incluso con los compañeros de trabajo suele llevarnos a desacuerdos con ellos, por las razones que sean, muchas veces por motivos insignificantes que podrían arreglarse con un dialogo, con un intercambio de palabras de la manera más calmada posible.
En una pareja se crían resentimientos y se acumulan rencores, que poco a poco van abriendo un abismo. Las discusiones podrían parar en el mismo momento que empiezan, pero uno de los dos o los dos la continúan. Los dos quieren tener la última palabra y ninguno de los dos se da una tregua. Se gritan sin consideración hacia ninguno de los dos, sin consideración a los espectadores inocentes que se asustan y lloran de ver a los padres diciendo groserías, y son esos espectadores, nuestros hijos, los que pagan el precio máximo de las discusiones.
Los humanos somos conflictivos por naturaleza, muchos hay que van por la vida cargando “sus perfecciones”, son incapaces de entregarse a la reflexión, de aceptar que perfecto no hay nadie, el estereotipo del hombre es siempre demostrar “quien lleva los pantalones”
y humilla y lastima porque es así como se siente y demuestra que es “macho”, y la mujer debe agachar la cabeza (según él) y aceptar lo que él diga.
Muchos son los casos en los que lo consigue, ¿pero qué pasa cuando la mujer no se queda callada? Convierten su relación en un campo de batalla, “si tú gritas, yo grito”, “si tú me insultas yo te insulto” suben el tono de la voz y de sus palabras, no se piensa por un momento que muchas veces las palabras son mas letales que un golpe físico, con una palabra dicha en un momento de cólera se puede herir mortalmente sentimientos, terminar con amistades sinceras, buena relación entre familia y muchas parejas terminan ante un juez firmando su separación, porque lo que empezó con un “¿por qué no piensas antes de actuar?” sigue con un “¡claro que pienso, o es que crees que soy tan estúpida como tú!”. Ninguno de los dos conocen el tono de la palabra “discúlpame” se les olvido el tiempo de las largas charlas bajo la luz de la luna, amparados por el amor y la comprensión, se les olvido el arte de escuchar y de ser escuchados.
¿Porque permitimos que el sol se oculte sin limar asperezas y nos vamos al sagrado descanso sin hablar, sin pedir disculpas,
sin aceptar que a lo mejor nos equivocamos? El esposo se acuesta para un lado de la cama y la esposa para la pared, pensando en las palabras hirientes que poco a poco se cuelan por las grietas de un corazón herido y nos sorprende el nuevo día y uno de los dos, o ninguno de los dos busca la reconciliación.
¿Por qué no le buscamos solución a los conflictos? ¿Por qué con la misma boca que hasta hace poco dijimos “te amo” y “eres el amor de mi vida” ahora la usamos para lastimar y decir palabras hirientes para quedarnos con la “ultima palabra”? ¿Por qué nos cuesta aceptar que en la convivencia de pareja siempre habrá diversidad de opiniones y caracteres? No siempre tenemos la razón, y es de valientes parar a tiempo un conflicto que puede tomar proporciones lamentables, recordemos que la violencia engendra violencia, que las palabras traen palabras, cuidemos el amor, enriquezcamos nuestra relación de pareja, nuestros vínculos familiares, hablando, pero no con gritos ni discusiones, sólo hablando en voz baja seremos escuchadas.
¿Y tú, cómo manejas tus conflictos?
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