El arte constituye un entrenamiento, una especie de aprendizaje que permite integrar un trauma, decir la desgracia y volverla familiar e incluso agradable una vez que se ha logrado metamorfosear.
La reproducción del acontecimiento, que antes de la fantasía no era más que un horror que no podía representarse, se convierte en hermosa, útil e interesante. ¡Atención! “No es la desgracia la que se vuelve agradable” ¡Al contrario! Es la representación de la desgracia la que demuestra el dominio del trauma, y su distanciamiento en tanto que obra socialmente estimulante. Al dibujar el horror que me ocurrió, al escribir la tragedia que debí sufrir, al hacer que otros la representen en teatros de la ciudad, transformo un sufrimiento en un hermoso acontecimiento, en algo útil para la sociedad. He metamorfoseado el horror, y en adelante, lo que me habita ya no es negrura, sino su representación social, una representación que he sabido hacer hermosa para que los demás la acepten y obtengan con ella una felicidad. Enseño cómo evitar la desgracia. La transformación de mi terrible experiencia podrá permitir que otros alcancen el éxito. Ya no soy el pobre niño que gime, me convierto en alguien a través del cual llega la felicidad.
Boris Cyrulnik
Del libro: Los patitos feos
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