Una leyenda cuenta que hace mucho tiempo vivían en un palacio real tres hermosas damas. Una mañana mientras paseaban por el maravilloso jardín con sus fuentes y rosales, empezaron a preguntarse cuál de las tres tenía las manos más hermosas. Elena, que se había teñido los dedos mientras sacaba las deliciosas fresas, pensaba que las suyas eran las más hermosas. Antonieta había estado entre las rosas fragantes y sus manos habían quedado impregnadas de perfume.. Para ella las suyas eran las más hermosas. María había metido los dedos en el claro arroyo y las gotas de agua daban resplandores como si fueran diamantes. Ella pensaba que sus manos eran las más hermosas. En esos momentos, llegó una muchacha menesterosa que pidió le dieran una limosna, pero las damas apartaron de ella sus vestiduras reales y se alejaron. La mendiga siguió caminando y llegó a una cabaña que se encontraba cerca de allí y una mujer tostada por el sol y con las manos manchadas y desgastadas por el trabajo, le dió pan. La mendiga, continúa diciendo la leyenda, se transformó en un ángel que apareció en la puerta del jardín y dijo: "Las manos más hermosas son aquellas que están dispuestas a bendecir y ayudar a sus semejantes".
Un hombre llamado Don Tack quería saber cómo era la vida de los que no tenían hogar. Así que ocultó su identidad y se fué a vivir a las calles de su ciudad. Descubrió que muchas organizaciones ofrecían alimento y refugio. Se enteró de que podía pasar la noche en uno de los albergues si, antes, escuchaba un sermón. Así lo hizo, agradeció el mensaje del orador invitado y quiso hablar con él después. Pero, cuando Don se acercó para estrecharle la mano y preguntarle si podía hablar con él, éste paso por su lado como si no existiera. Lo que Don encontró en el albergue fue lo opuesto a lo que experimentaban las personas cuando escuchaban al apóstol Pablo: "Tan grande es nuestro afecto por nosotros, que hubiéramos querido entregaros no solo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos"( 1Ts2:8) En nuestro servicio para el Señor, ¿compartimos no sólo nuestras palabras o dinero, sino también nuestro tiempo y nuestra amistad?
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