Carta a una amiga sin esperanzas…

Carta a una amiga sin esperanzas… Bajo el efecto marihuano del sándalo y viviendo la pasión de las alegrías, de las caricias de mi enamorada amante; te escribo con la belleza de la desnudez de mi alma y de un fatigado cuerpo, lacerado por el engañoso júbilo de un supuesto renacer. Entre la tristeza y los bandazos de la desesperanza, rugo como el desasosiego de los hijos de la desdicha; como un tren degollado por el tiempo y condenado al deshuese en el alto horno. Camino rumbo hacia la miseria de la locura, perseguido por el hambre que descifra el cansancio de la esclavitud. Estoy enloqueciendo por culpa de la locura del submundo en el que vivo. No existe la carne, ni el amante perfecto. El amor dura, lo que tiene que durar y como las estaciones, vive sus propios asientes y cambia simplemente de lugar, cuando emigra persiguiendo a la estela de su destino. El matrimonio no se puede estandarizar, porque las circunstancias y los factores, nunca serán homogéneos. El enamorarnos y desenamorarnos, nos demanda una filosofía pragmática y honesta. No podemos adjetivar las formas del comportamiento, ni imponerles camisas de fuerza a los sujetos. Si desde pequeños no aprendemos a convivir e interrelacionarnos, nunca podremos construir sociedades proactivas ni emprendedoras. Tenemos que fomentar las escuelas de líderes, dentro de las unidades educativas. Sé que estas cansada de torear, a las embestidas del acero de la muerte; de contemplar como las intenciones de las caricias sobre tu cuerpo, son sucias o mal intencionadas, como todo lo que nace de lo mundano. Te has forjado como las espadas guerreras, sobre el yunque y con el crisolado fuego. Tus brazos se embriagaron, rebuscando el paraíso de las fantasías. Cruzaste fronteras inimaginadas en el desierto y evitaste hasta donde pudiste, las seducciones del cataclismo tsunamito. Yo soy un maldito sobreviviente y te comprendo. No escucho ni veo las angustias o problemas de quienes me rodean. A veces me siento infeliz y no observo un poco más allá; para no tener que reconocer, que soy un privilegiado. Como hijos del árbol de la fruta venenosa, tenemos que decapitar a las alimañas; se ha perdido el temor a Dios y a la justicia, para actuar y raptar cual vulgares murtes. Ser o no ser… vivir o morir… ha sido un eterno dilema. A veces la fatiga y el ansiar dormir un poco más de la cuenta, se ha burlado de las personas y las ha despertado en la muerte. Es verdad que la vida es un mar de mierda, pero puede ser canto y paraíso, si cambiamos de medio y amistades. Rehuyamos de las personas que gimen y hablan de derrotas. Ignoremos a los espíritus necios que angustian y a los cobardes, que nos confunden con su pesimismo. A los bipolares que no nos motivan, ni saben aprovechar su genialidad. A los pecadores que se prostituyen cual rameras o de esos pobres poderosos, que solo saben acumular fortunas. Hay personas leves y maravillosas, que conocen a la felicidad y aprenden a convivir con ella. Vivimos cazando y huyendo para no ser cazados, por sombras poseídas por el misterio y el terror. El amor se reduce a aventuras absurdas con demonios, a experiencias donde el romance nos lleva, de desencanto en desencanto por ansiar sobrevivir en falsos paraísos o en el exilio, que se ha vuelto una extraña costumbre. El pensar se ha vuelto tan peligroso, como el silencio. Nos armamos para matar 50 veces a los mismos cadáveres y hasta la música expresa, el caos del desencanto. A veces la realidad nos frustra: una y otra vez; es como ver recaer a esas personas que están mortalmente heridas, más por dentro que por fuera. Tenemos que rescatar a los cuerpos y a las pieles de sus almas, de personas que están más cerca de nuestras vidas de lo que podemos imaginar. A todos nos han sucedido tragedias, pero elegimos el silencio e ignoramos las consecuencias de estas lesiones. Otros simplemente hemos sido o fuimos muy afortunados, al sacar las balotas del azar… es como si el sexo se hubiese transformado en un juego de ruleta rusa… Solo hasta hoy la sociedad comprende y es benévola con los sidosos y los homosexuales… ¿A cuantos suicidamos, por culpa de nuestra intransigencias? No censuro a los unos ni a los otros, frente a la pluralidad de suicidios. Es verdad que existen razones o justificaciones en nuestra composición bioquímica, pero es el reflejo geográfico de una sociedad que se derrumba. Levantamos castillos o casitas, con sombras de ilusiones. Somos demasiados permisivos con los pecados capitales, cuando pagan impuestos. No chatarrizamos a las armas de guerra ni invertimos en paz, porque justificamos los genocidios y los despiadados combates. Como padres la miopía nos hace comportar como invidentes, ante las malas influencias para nuestros hijos o hijas. Hay momentos en que las palabras no bastan y menos el darle más oportunidades a Dios o al tiempo. Hemos engendrado culturas o ideologías absurdas. He visto y conocido a ratas, refugiarse en la poesía para sobrevivir, con un poquito de dignidad o para sentirse menos perdedores. Hay personas maldecidas que nacen inscritas en listas negras, por absurdos del destino; es como si Dios, también tuviese una doble moral o una mano siniestra. Hay sombras en algunas ideas y por eso, se requiere de cierta demencia para leerme y comprenderme. No es bueno asociarme con la poesía blanca ni con la negra. No me interesa siquiera la pureza del discurso, sino el conectarme con ciertos espíritus cuando me necesiten. Entre todos podríamos desarrollar sociedades más homogéneas y por ende, todos participar o tener acceso, a esa felicidad socializada. Tenemos que comenzar, por desanudar a las marañas y los nudos. Tenemos que escuchar y poner a la praxis, en función de concebir objetivos o cosas posibles, así consideremos complejos los medios y los términos. Muchos cosechamos vientos, porque creemos poseer cierto poder sobre la naturaleza y terminamos devorados, por los ojos de los huracanes. La vida salvaje se ha civilizado, pero no ha perdido sus instintos asesinos. Los medios de comunicación envenenan y se generan subculturas underground, donde se le rinde culto a lo diabólico. Amamos más a los animales, que a personas que necesitan o mendigan una ayuda en vida. Creemos en el enriquecimiento con falsas riquezas y nos ahogamos en efímeros sueños. Nada aprendemos del pasado, de las revoluciones exitosas o fallidas, ni de las devastadoras guerras. Nos guillotinamos cual suicidas, por absurdos mitos o fanatismos políticos o religiosos. Nuestras amistades no se pueden reducir, a un club de muertos. Vivimos rodeados de vampiros y asesinos silenciosos, de pecados capitales camuflados en deliciosos caramelos o apetitosos bizcochos, con dos patitas. El mal fractal confunde a jóvenes y adultos. Las vidas ejemplares o las bellas historias de amor, se admiran como extrañas utopías, en las sociedades contemporáneas. El horizonte no se abre de manera amable y esperanzadora para todos. Unos somos privilegiados y otros maldecidos o condenados a sobrevivir, como oscuros marginales. Intento comprender el lento penar, dentro de esa ciudad de espanto, con la que convivimos y desconocemos. Hay monstruos que rondan cual tormentas, a las nuevas generaciones. Es casi imposible evadirnos en silencio y es desgarrador y emotivo, escuchar los testimonios de los suicidas supervivientes. Me angustia la apatía y el desencanto del mundo contemporáneo. No se exigen juicios morales contra la miseria estructural y al desierto afectivo que se devora al hombre y a esas unidades familiares, que se institucionalizaron. Es imposible ocultar la realidad frente a la pobreza, la droga, las relaciones de poder y sumisión, la violencia, las consecuencias absurdas y casi fantásticas de la realidad económica; los bajos instintos del capitalismo salvaje y de las opciones políticas o religiosas. Hablamos del arte de la guerra, de armas o muertes limpias, como si el recibir a un hijo condecorado dentro de una bolsa negra, fuera motivo de orgullo. Vivimos tan confundidos, que nos aferramos a culturas o extrañas religiones. Cada día nos sentimos más infames y el porvenir se aguarda, como un tsunami invernal. La depresión a veces es una forma de expresarse el alma, con gritos silenciosos. Día a día los matrimonios son más excéntricos y se levantan absurdos muros invisibles dentro de las familias que impiden, un santo interactuar o diálogos constructores. No hay peor error que el pensar: “eso nunca nos sucederá a nosotros” Deberíamos agradecerle a las recesiones, el despertarnos un espíritu emprendedor, el asumir actitudes o iniciativas proactivas, así sean por necesidad. Como personas deberíamos vivir en función del vivir y no del simple sobrevivir. El sobrevivir contemporáneo, esparce los cánceres sociales cual placebos u opciones de vida. Hasta los delitos tradicionales se ven insignificantes, frente a los contemporáneos y la impunidad es fruto de la confusión que genera, el administrar justicia. Enseñamos a nuestros hijos a ser, actores o actrices exitosas; no personas dignas o respetables, por si mismos. Se impone la pasión por el dinero y el poder, sin importar el respeto por el hombre. El hombre ya no nace bueno siquiera, porque los hogares se han prostituido por dentro y se engendran diabólicos murtes, que se abortan a las calles cual decentes delincuentes. Desconozco el don de la literatura fantástica de la filosofía o de la fenomenológica hermenéutica de la conceptual narrativa. Soy un ignorante aprendiz y solo me interesa comprender, un poco de todo lo que ignoro. Me he aventurado a bailar con la música de mis poemas, para comprender a la alegría de algunos corazones y escribirle estrofas cancerberas, a los alguaciles y mayorales de mis pasos. El arte y la poesía, son algunas de las opciones para salvar el alma y el cuerpo, de este masivo suicidio institucionalizado, porque hay múltiples formas de o para suicidar al hombre, el alma y el cuerpo. Asesino no solo es quién empuña un arma, sino aquella persona que no hace nada, para ofrecerle opciones de vida a los suicidas. Un suicida no siempre es un cobarde, ni un enfermo enajenado. A veces el suicidio es una opción, ante la angustia de estrellarse contra todas las puertas y no ver encendida, ni una chispa de esperanza en la oscuridad. No siento lástima ni compasión por los drogadictos, simplemente eligieron opciones equivocadas; opciones apetitosas de lo demoníaco o alternativas escapistas de esa negra realidad que lo asfixia. Devuélvele la luz a las lágrimas, agazapadas en mi alma. Muero como el canto de una dolorosa tragedia, mientras nace un lucero para tus pasos. Me he embriagado con el dulzor de los versos y la magia de los pecados, bajo la centenaria Ceiba. Soy un mortal que no soporta la estupidez humana, ni los aplausos inmerecidos, aduladores o la soberbia enceguecedora. Me entristece la sencillez de la pobreza y el sucio silencio de los místicos. Héctor “El Perro Vagabundo” Cediel hcediel@yahoo.com 2009-02-18

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