Generalmente todo el mundo se conmueve ante la desgracia ajena y de manera espontánea ofrece su ayuda, cumpliendo de ese modo con el deber que todo ser humano tiene de ayudar a sus semejantes. Ahora bien, en estos casos, debemos procurar no dejarnos llevar por nuestros sentimientos, que con frecuencia se encuentran desbordados ante la situación. Si traspasamos nuestros límites de ayuda hasta el extremo de considerarnos obligados a levantar la carga ajena, incurriremos en un grave error, causando un gran perjuicio a la persona al privarle de una experiencia que sólo a ella le corresponde vivir, porque según las Leyes que nos rigen, cada cual recibe aquello que le corresponde. Por lo tanto, cada cual debe llevar su carga, recibiendo con ella una lección que aportará grandes beneficios en favor del crecimiento espiritual y de un mayor avance en el camino evolutivo.
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