Es sorprendente el potencial que adquiere el hombre para la violencia.A pesar de que la violencia y los malos tratos han formado parte de la vida cotidiana de las mujeres desde hace siglos, no fue “descubierta” sino hasta la década de 1970 gracias al trabajo del movimiento feminista, y fue apenas en la década de 1990 cuando el mundo lo reconoció y dimensionó como un problema de salud pública.Demasiado trabajo ha costado reconocer que uno de los principales espacios de violencia es el doméstico y que los generadores son gente común y corriente, gente cercana a la víctima –principalmente hombres, así lo indican las estadística.Hoy se sabe que la violencia no tiene raza, credo, posición socioeconómica o cultural ni nacionalidad, sino que está en todo el mundo, no hay país ni comunidad a salvo; sus actores son pobres, ricos, eruditos, ignorantes, empleados, desempleados, blancos, negros, amarillos, etcétera.Con todo y eso, en la actualidad aún hay quien se resiste a aceptar la existencia de la violencia y malos tratos como una epidemia.Es tan reciente el “descubrimiento” de la violencia de género que muchos de los profesionales relacionados con la detección y atención, desconocen su dinámica, sus mecanismos de acción, sus causas y consecuencias. Y aun cuando el concepto ya forma parte del vocabulario, la sociedad se resiste a aceptar, los legisladores niegan su existencia o la igualan a la que se ejerce contra niños/as, ancianos/as, y los hombres la minimizan y no se responsabilizan como género...Es un tema cargado de mitos que culpabilizan a la víctima y le impiden salir de la situación, que naturalizan la violencia, que legitiman la conducta del violento y desvalorizan a la mujer, contribuyendo a que el problema persista y se reproduzca con el consentimiento social.La violencia que suele reconocerse es la visible, la física, la que deja marca evidente en el cuerpo de la víctima, sin embargo, la violencia “invisible”, la psicológica, no se reconoce socialmente debido a que no siempre es identificable por no dejar inscripción en el cuerpo, y porque la víctima (y el observador) no tienen los elementos para identificar los daños, así como para encontrar la relación entre los síntomas y la violencia psicológica o emocional.La violencia de género es una epidemia. Erradicarla o disminuirla depende de todas las personas de la sociedad. Requiere de una postura política, activa, directa, de oposición.Es un tema donde se requiere que los varones salgamos de la pasividad –sinónimo de complicidad– y nos pongamos manos a la obra desde nuestros respectivos roles en la sociedad.No es suficiente con no ejercerla, tenemos que ir más allá manifestándonos en contra del amigo o compañero de género que la ejerce, necesitamos reflexionar acerca de la manera en que se construye el paradigma masculino para eliminar los aspectos dañinos y destructivos.Ser violento no es parte de nuestra naturaleza, no es una cuestión genética, sino un aprendizaje, por lo tanto, podemos aprender a manejar de manera diferente la agresividad, buscarle causes fecundos; edificar relaciones constructivas, así como adquirir habilidades y actitudes amorosas y solidarias.Pero necesitamos empezar ya, las mujeres lo están esperando y a los hombres nos haría mucho bien. Democratizar las relaciones permitirá distribuir el poder, así como las cargas materiales y libidinales que nos abruman.
El maltrato psicológico es el peor de todos deja huellas para siempre nos marca de tal manera que jamás volvemos a confiar ni siquiera a amar ni entregarnos de la misma manera lo mas grave es que envuelve todo lo que nos rodea no solo a hombres sino también desconfiamos de nuestra familia e inusive hasta de nuestros hijos. Es horrible vivir con un dolor tan grande como el que deja el maltrato psicológico ojalá fueran solo los moretones que nos deja el maltrato físico esos sanan pero las heridas del alma jamás
muy bien dicho, no basta reconocerla se necesita actuar desde la trinchera de cada quien y no permanecer pasivo (complice) cuando se es testigo de la violencia.
¡¡¡ Congratulations!!! Todo empieza por reconocer el problema, como mencionas todavía está el proceso de aceptación del mismo. Estoy de acuerdo con Mariona, romper el círculo no esta fácil.
No repetir patrones de conducta tan arraigados implica observarse cotidianamente y compromenterse a cambiar. Pequeño detalle. No obstante, creo que vamos avanzando como sociedad, creo que estos baños de realidad que estamos teniendo no ayudarán a elgir la Paz, para empezar en nosotros mismos, elegir no ser violentos, agresivos o no estar a la defensiva.
la violencia es una conducta aprendida. El aprendizaje es un proceso muy complejo que aún está en discusión. Sin embargo se sabe que existen dos formas básicas de aprender, que son la observación y la imitación. Un gran porcentaje de hombres han sido testigos de violencia conyugal en sus infancias como también muchos de ellos han sido maltratados físicamente, psicológicamente, sexualmente o bien han sido abandonados. La conducta violenta es reforzada por la sociedad que sostiene un cúmulo de creencias respecto del hombre y de la mujer. Al hombre se le permite expresar violentamente y hasta podríamos decir que se sostiene que aquel hombre que no lo hiciera no es suficientemente hombre. En la mujer se trata de que reprima su expresión de violencia y si lo hiciera se dice que es poco mujer, etc. Se han hecho numerosos estudios acerca de la socialización genérica. Sería muy extensa la discusión de este tema en particular pero baste decir para concluir que si la violencia es una conducta aprendida, los terapeutas de hombres violentos manejamos determinadas técnicas adecuadas para lograr que éstos aprendan formas no violentas de relacionarse con sus parejas y de esta manera lograr un cambio que favorezca el normal desarrollo del grupo familiar.
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No repetir patrones de conducta tan arraigados implica observarse cotidianamente y compromenterse a cambiar. Pequeño detalle. No obstante, creo que vamos avanzando como sociedad, creo que estos baños de realidad que estamos teniendo no ayudarán a elgir la Paz, para empezar en nosotros mismos, elegir no ser violentos, agresivos o no estar a la defensiva.